Desde fines de septiembre rondaba por Washington el fantasma de una
comisión para revisar el embargo a Cuba en nombre de ``los mejores
intereses
de Estados Unidos''. La propuesta tenía el aval de una nómina
prominente de 22
congresistas --14 republicanos y ocho demócratas-- y sus documentos
estaban
suscritos, entre otros, por los ex secretarios de Estado Henry Kissinger
y
William D. Rogers.
Paradójicamente, Cuba no era el verdadero objetivo de la trama,
y mucho
menos había intenciones de favorecer al régimen de Fidel
Castro.
Lo que estaba en juego era dinero, mucho dinero.
Se buscaba derribar, lo que se consideraba ``el dominó'' más
frágil de la política
de sanciones económicas, en momentos en que los votos de 157
países en
Naciones Unidas, y la voz influyente del Papa Juan Pablo II habían
clamado por
terminar el embargo a Cuba.
En verdad, los estrategas del plan de revisar ``la política de
los Estados Unidos
hacia Cuba'', a lo que aspiraban era a dar al traste, de una vez y
por todas, con
la práctica de aplicar sanciones económicas a países
díscolos, una conducta que
ha regido a la diplomacia de Washington desde los días de la
guerra fría, y que
afecta a unas 35 naciones.
Los intereses que se movían tras discretas bambalinas estaban
inspirados por la
poderosa industria del ``agrobusiness'' y su verdadero propósito
era penetrar
mercados como Irán, Iraq, Libia y Corea del Norte que representan
el 11 por
ciento del consumo del mercado de granos. A su vez, se quería
defender el
gigantesco comercio con China de un eventual trastorno represivo interno
que
pudiera motivar una conmoción política como la ocurrida
en la plaza de
Tiananmen el decenio pasado.
Pero, súbitamente, el martes pasado, imponiéndose a las
presiones, la Casa
Blanca y el Departamento de Estado presentaban un plan para flexibilizar
el
embargo mediante el incremento de remesas de divisas a residentes en
Cuba y
hasta permitía negocios discretos con entes privados, como ``los
paladares'', el
nombre que se da a pequeños restaurantes abiertos en casas de
familias.
La eliminación de la comisión constituía la pieza
clave de una fascinante trama
de intrigas e influencias en los corredores del poder. Cabilderos poderosos,
congresistas con intereses económicos en sus estados y autotitulados
expertos
en Cuba, al igual que congresistas con sensibilidad política
y pragmatismo
electoral, se movían entre bambalinas desde octubre, en lo que
un observador
de las intrigas en la capital califica como ``la apasionante cuestión
cubana''.
Todo empezó el 4 diciembre, en Washington, cuando el senador
Phil Graham
(Dem.-FL) tocó el timbre de alarma en la Casa Blanca. Allí
dejó saber al
Presidente de sus preocupaciones con el proyecto de la comisión
bipartidista.
Con astucia política, el presidente Clinton reaccionó
de inmediato y reclamó una
recomendación para elevarla al Consejo Nacional de Seguridad.
Ya, por esos días, el vicepresidente Al Gore expresaba, más
que contrariedad,
su ira al saber que en Miami se llamaba ``la comisión Gore''
al plan elaborado
por los cabilderos contrarios al embargo.
``¿Quién es el hijo de... que le ha puesto ese nombre?'',
preguntó molesto Gore
en una ocasión.
El representante Bob Menéndez (Dem.-NJ), amigo de Gore, también
advertía
que en su estado estaba atribuyéndosele la paternidad de la
comisión. ``¿De qué
diablos hablan?'', ripostó Gore que también se personó
en la Casa Blanca.
Nada más lejos del pensamiento del Vicepresidente que la idea
de levantar el
embargo a Cuba. Siempre sostuvo que la política con Cuba debía
mantenerse
dentro de los parámetros actuales y no veía razones para
alterarla, vista la
intransigencia del régimen cubano a realizar cambios.
El 1ro. de enero, cuando Miami despertaba al penúltimo año
del siglo, y en
Santiago de Cuba barrían el Parque Céspedes para conmemorar
los 40 años de
la revolución, en Washington, en las Oficinas Ejecutivas de
la Casa Blanca y el
Departamento de Estado se fraguaba el documento que vio la luz pública
el
martes.
Curiosamente, mientras en la óptica política de Miami
la medida suscitaba
sospechas de ``agrietamiento del embargo'', y en La Habana se calificaba
de
``migajas'', el presidente del Poder Popular, Ricardo Alarcón,
lamentaba el
naufragio de la comisión para revisar las relaciones con Cuba.
Copyright 1998 El Nuevo Herald