Siglo Veintiuno (Guatemala)
18 de diciembre de 1998

La construcción de Rigoberta Menchú

Estuardo Zapeta


 


 Reafirmo mi convicción: hemos llegado a la Era Post-Menchú.

 En breve, mi clasificación, si bien un tanto en la línea ideológica y por lo
 cual limitada, partía del establecimiento del movimiento indígena
 guatemalteco como uno de los movimientos sociales más fuertes de
 Latinoamérica, y del cual se podían identificar, en mi opinión, cinco
 expresiones claramente definidas a partir de las diferenciaciones
 discursivas: 1) el grupo populista-revolucionario, identificado, aún hoy, con
 el movimiento guerrillero; 2) un grupo etnicista radical, el cual pretendía
 reivindicaciones extremas que caían casi en la eliminación total del mestizo;
 3) un grupo pro gobiernista, el que siempre estaría buscando quedar bien
 con cualquier gobierno de turno para compartir cuota de poder; 4) un
 grupo desarrollista que consideraba el trabajo comunitario como único
 patrón válido para aproximarnos eficientemente a la cuestión étnica, y, 5)
 un creciente grupo intelectual-culturalista, que si bien tenía elementos y su
 génesis en los cuatro primeros grupos, se establecía como una nueva voz
 dentro de un movimiento dominado por la izquierda y no por la razón.

 Rigoberta Menchú Tum, en sus inicios, fue una eficaz (exagerada talvez)
 construcción del primero y segundo grupos. Fue ella una mezcla de
 etnicismo revolucionario con toques de radicalismo indigenista, pero sin
 mucho sustento conceptual, ya no digamos histórico. Pero evolucionó a
 partir de un acercamiento que tuvo con los más intelectuales del
 movimiento, y del shifting de fuerzas globales de un mundo bipolar a un
 mundo posmoderno, diverso y pluralista: El Mundo de las diversas
 Verdades.

 Dentro del movimiento indígena se estableció aquel dicho que Rigoberta no
 se ganó el Nobel, sino que a ella se lo dieron para que se lo ganara. Justa o
 no esa aseveración, lo interesante era que se notaba una hegemonía del ala
 izquierdista dentro del Movimiento, con todo y símbolos. En esto debo
 señalar que la izquierda latinoamericana ha sido muy eficiente y efectiva
 para la creación mártires, símbolos y figuras que avancen su causa, y le
 logren recursos, desde premios hasta cash. Y en eso parece que para ellos
 todo se vale.

 Así, los Marcos, los Ches, los Roques Dalton, y las Rigobertas fueron (en
 el pasado) abanderados semióticos de un carnaval de glifos ideológicos a
 ser interpretados por la conciencia y la realidad que se definía como
 latinoamericana.

 En sus construcciones ideológicas, hechas pasar por culturalmente
 legítimas, la izquierda indígena, ya en Guatemala, olvidó el concepto y los
 principios sobre los cuales se sustentaba (si es que los tuvo), y lo
 importante lo cambió por lo urgente. Y lo urgente era sostener esa tontera
 de que la etnia era igual a la clase.

 A escena entraron los intelectuales intentando darle una base conceptual al
 movimiento indígena, pero la corrupción izquierdista, como gangrena,
 estaba ya muy avanzada. De ahí que la mayoría de intelectuales indígenas
 independientes parecen hasta hoy lobos solitarios clamando en el desierto.

 Pero un icono que tuvo mucho auge, y creo que lo sigue teniendo, a pesar
 de los errores cometidos y de los pésimos asesores que la rodean, es
 Rigoberta Menchú, a quien le convendría en estos momentos de tormenta
 emitir un comunicado diciéndonos sus impresiones sobre el huracán que ha
 levantado el libro de David Stoll.

 La fortaleza, entonces, de símbolos como Menchú se sostiene en la
 resilencia y el poder del símbolo y del texto. Pero ahí está precisamente su
 mayor debilidad. Es Rigoberta, en mi opinión, solamente una metáfora del
 descalabro de la izquierda latinoamericana, principalmente la construida a
 partir de lo etnicista, que no aprobará el post-test de la historia.