El Espectador (Bogota)
sábado, 01 de marzo de 2008

¿Qué van a ser las Farc después de la muerte de Reyes?

Después de la baja de Raúl Reyes, en el país hay un interrogante que ronda en la cabeza de la mayoría de colombianos: ¿Qué van a hacer las Farc? Una respuesta que aparentemente no necesita de mucho análisis ni de consultas a expertos en conflicto.
 

Las Farc, sin tener que convertirnos en apologistas de la violencia, necesariamente tendrán que lanzar una ofensiva militar para demostrar que no van camino a una derrota y desvirtuar a quienes manejan la teoría de que se debe cercar al grupo y presionarlo para que depongan las armas y salga a la vida civil como si no hubiese pasado nada.

 Lo peligroso en este momento es que la guerrilla más numerosa del país no puede sentarse a preparar una Décima Conferencia, tampoco darse el lujo de analizar el por qué han venido sucediendo reveces. Lo real es que hoy al grupo no le alcanza el tiempo porque, como pocas veces ha ocurrido en su pasado reciente, la dinámica de la confrontación le está exigiendo respuestas inmediatas y partes de guerra positivos.

 ¿Por qué? La guerrilla más activa de Colombia está hoy en medio de una ofensiva militar (con 22.000 hombres) del Gobierno en el Caquetá, Huila, Cauca, Valle, Nariño, Putumayo, Meta, Guaviare, Guainía, Vaupés, Arauca y el sur del Tolima, donde aparentemente Alfonso Cano está cercado. Eso no le da tiempo para la reflexión, y como lo han expresado los políticos y familiares de las personas que aún están en poder del grupo, el temor es que haya una represalia.

 El acoso de las Fuerzas Armadas es evidente en casi todo el país y está mostrando resultados por estos días. Sin embargo, con la muerte de Reyes no se puede afirmar que es  la ofensiva final o el principio del fin de esta guerrilla. A lo largo de sus 43 años de existencia, la organización insurgente ha sabido recuperase rápido de las derrotas. De ello son testigos militares y guerrilleros que han sobrevivido a las operaciones de 1964 en Marquetalia (Sur del Tolima), la Operación Sonora entre 1973 y 1974, la toma a Casa Verde durante el gobierno del presidente Gaviria, las ofensivas Destructor I y II durante la administración Samper, la Operación Tanathos después del fracaso de las negociaciones del Caguán y el Plan Patriota, con su versión del Plan Vencedores iniciado en enero del año pasado. Es por eso que bajo las actuales circunstancias no se podría afirmar que el Ejército tiene en jaque a esta guerrilla.

La histórica baja en las Farc podría determinar si el conflicto armado colombiano continúa desgastándose por ciclos o por el contrario se prolongaría hacia un futuro incierto. Ese es el riesgo que se corre en estos momentos, pues tanto el Gobierno como  la guerrilla nunca se han sentido derrotados y la opción militar siempre ha sido la constante. Así lo han demostrado ambos en los últimos seis años:

La administración del presidente Álvaro Uribe Vélez se mostró triunfalista después de contar con el apoyo político y económico de la gran mayoría del Congreso y el gobierno estadounidense,  por eso exhibió el Plan de Seguridad Democrática como la batalla final contra la guerrilla. Fue un error. Llegar a pensar que la derrota de las Farc se sostenía sobre la base de recursos anuales superiores al 5% del PIB, incrementar numero de efectivos militares de 295.000 (2002) a 375.000 (2006) y modernizar el apoyo militar con helicópteros Blackhawk y aviones AC-47 Fantasma, es equivocarse y desconocer la máxima de que no hay enemigo pequeño. Nadie discute que las muertes de Reyes, el Negro Acacio y Martín Caballero y la extradición a Estados Unidos de Simón Trinidad y Sonia, representan un triunfo para el Gobierno, sin embargo no es la derrota de una insurgencia que se ha curtido 43 años en el monte.

Las Farc, por su parte, desde el comienzo de la era Uribe Vélez, le apostaron al desgaste político- militar del Gobierno. Se encerraron en sus cuarteles de invierno a esperar que pasaran cuatro años de gobierno en el repliegue con la esperanza de salir al final del período a enrostrarle que no fueron derrotados y que el Secretariado estaba sano y salvo. Fueron muchos los editoriales de Iván Márquez y `del propio Reyes en los que se hizo alarde del fracaso del Plan Patriota. Uribe, mientras tanto, fue reelegido presidente y sacó de los cascos urbanos a la insurgencia, llevando la Policía a 200 municipios donde no existía Fuerza Pública. Eso le dio al Gobierno para afirmar que se había restaurado el orden público en el país gracias a su aparato estatal y al respaldo de buena parte de la sociedad. Una euforia que sirvió a la vez para que las Fuerza Militares levantaran el ánimo y pasaran a la ofensiva después de los golpes sufridos a mediados de los 90 en El Billar, Patascoy, Las Delicias, Luruyaco, La Uribe y Miraflores, entre otras.

Por ahora, no se pueden sacar conclusiones definitivas. Pensar en que esta ofensiva del presidente Uribe es la 'madre de todas las guerras', sería volver a caer en errores del pasado cuando algunos funcionarios llegaron a afirmar que la guerrilla sería derrotada en seis meses. Lo cierto es que hay un conflicto que tiende a extenderse sin remedio mientras las salidas civilizadas pasan a un segundo plano.