Colombia a las puertas de la guerra urbana
Las FARC y los paras se disputan las ciudades
GONZALO GUILLEN / El Nuevo Herald
BOGOTA
Las milicias urbanas de las guerrillas y paramilitares han cerrado amenazantes círculos alrededor de las principales ciudades colombianas, como preámbulo y punta de lanza de la anunciada ``urbanización'' de la guerra, en un país con más de 40 millones de habitantes, de los cuales solamente 30 por ciento vive en los campos.
Un grupo de agentes policiales encubiertos encargados de infiltrar y estudiar a esas pandillas clandestinas dijeron a El Nuevo Herald que Bogotá, con ocho millones de habitantes, "está rodeada por doce estructuras militares de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) y cada una de ellas tiene sus propias milicias urbanas, la mayoría enquistadas en los barrios de invasión''.
Este es un bastión que Carlos Castaño, jefe de las
paramilitares Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), ha dicho que quiere
conquistar con el ``bloque capital'' cuya
presencia las autoridades todavía no han notado y explicaron
que los crímenes que suele cometer en la ciudad son obra de personas
provenientes de lugares como
Medellín.
Las milicias son una realidad progresiva, sincronizada con las
advertencias de los jefes guerrilleros y paramilitares, según las
cuales la guerra se desplazará a las
ciudades.
En agosto pasado, fuentes militares revelaron a El Nuevo Herald que las FARC tenían cerca de 11,000 milicianos, las AUC cerca de 1,000 y el castrista Ejército de Liberación Nacional (ELN), unos 3,500.
El grupo policial, sin embargo, no aventuró cifras a El
Nuevo Herald, pero suministró un mapa de trabajo con extensas manchas
sobre la geografía colombiana que
señalan las zonas de influencia de las milicias urbanas
de las FARC y del ELN.
Para ellos, las milicias son ``organizaciones clandestinas, de
carácter político y militar, creadas por la subversión
en desarrollo de los planes estratégicos para darle
impulso a su proyecto revolucionario y avanzar en la urbanización
del conflicto con el comprometimiento de la población civil en el
conflicto armado''.
Esas organizaciones atienden órdenes de los jefes nacionales de las guerrillas y los paramilitares de extrema derecha, pero no forman parte de las fuerzas de combate rurales.
Penetrar las células milicianas, explicó uno de
los investigadores consultados, es una de las tareas más difíciles
de la guerra contraguerrillera. ``Son de clandestinidad
suprema. La de un barrio, por ejemplo, nunca sabe quiénes
son los de la célula del barrio de al lado``, dijo.
Cada célula está constituida por locales. ``Son el de la tienda de la esquina, el taxista, el que pasa vendiendo limones, el mendigo del semáforo...'', precisó uno de los expertos.
Cada milicia tiene el cometido de mantener el control político y social de una pequeña zona urbana dentro de la cual se almacenan armas, pertrechos, explosivos y otras provisiones para la guerra. También mantienen eficientes programas de espionaje cuyos resultados reportan a los jefes nacionales y hacen inteligencia para detectar a personas ``secuestrables'' a las que capturan para cobrar por su libertad.
Los milicianos practican la extorsión entre los comerciantes y los industriales del vecindario. Un hábito conocido como ``boleteo'', pues comienzan la expoliación de sus víctimas a través del envío de boletas de cobro.
Recientemente, Manuel Marulanda, alias Tirofijo, jefe supremo de las FARC, precisó que su organización tiene milicias ``urbanas'' y milicias ``populares''. Las primeras, de acuerdo con los investigadores consultados, ejercen tareas militares encubiertas y las otras conforman una base social de control territorial y de fisgoneo primario.
Las FARC, la organización insurrecta más poderosa del país, está compuesta por un estado mayor, del cual dependen siete bloques de guerra territoriales que ocupan casi la totalidad del país.
Cada bloque está conformado por un mínimo de seis
frentes de guerra, una columna móvil y tantas células de
milicias como zonas urbanas controlen en su área de
influencia. Los frentes son 60 y cada uno de ellos debe tener
una base mínima de 96 hombres armados.
Los milicianos van vestidos de paisano y usualmente no llevan armas encima, a menos de que se dirijan a cometer una acción de fuerza. Normalmente atacan en grupos inferiores a siete personas y lo hacen en cumplimiento de órdenes superiores. Cometen homicidios selectivos y se especializan en la utilización de explosivos para derribar torres de conducción de energía en las periferias de las ciudades, oleoductos y otros bienes de la infraestructura pública y privada.
Recientemente, una escuadra de milicianos atacó con descargas de fusil las instalaciones de una antigua joyería de Bogotá, en el exclusivo barrio Chicó, por no acceder al pago de un "boleteo''.
Los paramilitares, por su parte, poseen 12 divisiones de guerra,
equivalentes a los bloques de las FARC, con un pie de fuerza estimado en
12,000 combatientes y
destacamentos de milicianos ``muy superiores'' a los 1,000 hombres
mencionados en agosto por las fuentes militares.
Fuentes militares y policiales dijeron que las milicias paramilitares también ejercen las prácticas del homicidio selectivo, la extorsión, el secuestro, controlan territorios urbanos y ejercen el terrorismo.
Las fuerzas de unos y de otros se disputan, cada vez con mayor ensañamiento, el predominio de los barrios marginales de ciudades como Cali, Medellín, Cartagena, Bucaramanga, Cúcuta, Pasto, Florencia, Ibagué, Pereira, Girardot, Armenia, Arauca, Valledupar, Popayán y Villavicencio.
``Mientras más pobreza, industrialización, producción y personalidades se concentren en una ciudad, más atractiva se hace para los milicianos porque consiguen más base social para reclutar y más dinero para recoger a través del secuestro y el chantaje'', dijo un militar de inteligencia con rango de coronel.
Las AUC ya han tomado control de ciudades intermedias como Montería, Santamarta, Sincelejo ó Barrancabermeja. Esta última, en donde se aloja el principal centro petrolero del país, fue ``limpiada'' de guerrilla, cuadra por cuadra. En dos años consiguieron pasar a sus filas a muchos milicianos del ELN y asesinaron a cerca de 400 personas que juzgaron proclives a la guerrilla.
En los barrios marginales de allí suelen decir que ``Castaño
sí cumple'' y la ciudad cobró una calma sostenida por el
control miliciano paramilitar que ha impedido el
regreso de las guerrillas y determina el orden social.
Las amenazas sobre el advenimiento de la guerra urbana, por ejemplo,
ha hecho que el palacio presidencial en Bogotá actualmente esté
protegido por ocho círculos
concéntricos de seguridad. Investigadores y analistas
consideran, por lo que se ve, que las advertencias sobre la ``urbanización
del conflicto'', son verosímiles y podrían alcanzar características
de hecatombe.
© 2002 El Nuevo Herald