El Hombre del Cuadro
Author: RAMON A. MESTRE
Junta Editorial de El Nuevo Herald
Se llamaba Jose Garcia , pero los primeros exiliados cubanos le pusieron un apodo melodramatico: "El Hombre del Cuadro" ha pasado a la historia del destierro miamense como una de sus figuras mas pateticas. Los que aun lo recuerdan invocan a Garcia como una especie de loco de aldea, un simbolo risible de las fijaciones de algunos exiliados.
Su apodo no es arbitrario. Garcia andaba a todas horas con un retrato amarillento de Fulgencio Batista debajo del brazo, aunque en la decada de los 70 --los años que yo mas lo trate -- su fetichismo singular era una expresion de forma, no de contenido. Apenas me hablaba del depuesto dictador cubano.
Mas que un orate pintoresco, el Garcia que conoci era un hombre bueno. "El Hombre del Cuadro" era incapaz de hablar mal del projimo. No confundia el silogismo con el insulto. Hace falta recordarlo en estos dias de maledicencia y de disputas esteriles entre cubanos "responsables", dominadas por argumentos ad hominem. A su manera, Garcia era un ejemplo de decencia elemental y de civismo.
Garcia fue mas fiel a su generosidad de espiritu que al dictador idolatrado. Varias veces intente arrancarle juicios difamatorios sobre los enemigos de Batista. Optaba por responder a mis preguntas con las evasivas de un diplomatico talentoso.
Ciertos criticos del exilio han convertido a Garcia en un arquetipo de las alucinaciones colectivas de los opositores de Fidel Castro. "El Hombre del Cuadro", por ejemplo, es uno de los personajes efimeros en Los Sobrinos del Tio Sam, catalogo de infamias sobre el anticastrismo pergenado por la Seguridad del Estado cubano.
Garcia tambien hace un breve acto de presencia en Galindez, de Manuel Vazquez Montalban, una extraña y amarga novela testimonial. En su burla despiadada de los exiliados miamenses, Vazquez Montalban presenta un remedo del "Hombre del Cuadro". Lo apoda el "husar imperial" en honor de aquel triste veterano del ejercito de Napoleon que cada ano depositaba una flor ante Les invalides.
No puedo compartir esas caricaturas fragmentarias y viciadas. Conoci al "Hombre del Cuadro" mejor que Vazquez Montalban o que los informantes de la Seguridad del Estado. Si estaba loco, puedo afirmar sin reservas que se trataba de un loco noble e inofensivo, dotado de una de esas memorias prodigiosas que deleitaban a Jorge Luis Borges.
"El Hombre del Cuadro" hablaba incesantemente de Cuba y de Miami con lirismo e imaginacion. Amaba ambos lugares con un delirio particular. "He hecho mis calculos --me dijo en una ocasion--. El Paraiso estaba en Cuba o en Miami. Dios eligio estos lugares por su flora, su fauna y por el yodo unico que viene del mar y les alivia los nervios a los habitantes".
Una tarde me pidio que lo paseara por Miami para ensenarme varios rincones de la ciudad que, segun me decia, "eran replicas exactas de lugares en Cuba". Me indico que detuviera el carro en la zona de los Roads, y en una hilera de palmas reales en el Northwest.
Hasta su muerte, Garcia presidio el mostrador de un popular restaurante de la Calle Ocho. Las generosas camareras del lugar solian darle su cena.
La primera vez que hable con el pretendi gastarle una broma, "correrle una maquina", como decimos los cubanos. Me acompañaban unos amigos que decian que yo tenia "buena sangre para los orates".
Acabo por "corrernos la maquina" a nosotros. Hablo con inteligencia sobre la politica de Miami y la intervencion castrista en Angola. Devoraba publicaciones cubanas de la isla. Estaba mejor informado sobre la Cuba actual que la mayor parte de los periodistas de la epoca. Al final de la noche, nos canto una cancion original que dirigia a los soldados cubanos en Angola.
Siempre lo vi de traje. Era un hombre menudo y cetrino que hablaba con orgullo de sus hijos y de su pueblo, el de la isla y el del exilio. Tenia el rostro de un beduino. Supongo que habia aprendido a sobrevivir en un desierto.
El fetichismo de Garcia tiene varias explicaciones posibles. Ninguna me satisface. Todos los exiliados somos seres obsesivos. Nos colgamos "cuadros" que no exhibimos. Garcia no soltaba el suyo, y vivia con desasosiego, sin amarguras visibles. Era como los "locos santos" de la tradicion ortodoxa rusa. Aferrado a su icono profano, jamas hablo mal en mi presencia ni del projimo ni de sus adversarios.
RAMON A. MESTRE es miembro de la Junta Editorial de The Miami Herald.