Batista trató inútilmente de entrar a Estados Unidos
IVETTE LEYVA
Fulgencio Batista Zaldívar agotó todos los recursos a su alcance para refugiarse en Estados Unidos tras escapar de Cuba en 1959, incluyendo una donación monetaria a la campaña presidencial de Richard Nixon, pero Washington nunca le permitió la entrada, según revela su intercambio epistolar con ex funcionarios y empresarios estadounidenses.
El epistolario y otra papelería de la Colección Fulgencio Batista Zaldívar -- propiedad de Cuban Heritage Collection de la Universidad de Miami (UM) -- muestra las intrigas, traiciones y desconciertos que marcaron la relación de Batista con Estados Unidos desde 1957 hasta su muerte. Varios documentos de la época indican además que numerosos funcionarios del Departamento de Estado estuvieron inicialmente deslumbrados con Fidel Castro y no calcularon el peligro que el joven barbudo representaba para los intereses de Washington.
Al abandonar Cuba el 31 de diciembre de 1958, Batista se refugió en República Dominicana, amparado por el dictador Rafael Leónidas Trujillo. Posteriormente se radicó en Portugal y vivió sus últimos días en España. Viajó intensamente, pero no pudo retornar jamás a Estados Unidos.
''He llevado a cabo una campaña con todo el que creo tenía alguna influencia, para levantar el embargo que impide que vengas a tu casa en Daytona [estado de Florida]'', le escribió a Batista el ex embajador de Estados Unidos en La Habana, Arthur Gardner, el 25 de mayo de 1966.
Batista vivió en Daytona Beach entre 1944 y 1948, luego de perder las elecciones presidenciales contra Ramón Grau San Martín. Su colección de arte cubano, que incluye lienzos de Amelia Peláez y Leopoldo Romañach, entre otros, fue donada al museo de Daytona por la familia tras la muerte de su viuda, Marta Fernández, en el 2006.
''Hasta ahora no he podido averiguar cuál es el problema pero tengo la impresión de que es ese tipo [William A.] Wieland [director de la Oficina de Asuntos Caribeños del Departamento de Estado a fines de la década del 50], quien está ahora en Australia, y desafortunadamente, la persona adecuada para corregir eso sigue siendo un misterio'', agrega el ex diplomático en la misiva. ``Si quieres o no regresar no importa, pero deberían permitir que regresaras si quisieras''.
Gardner (1889-1967), un veterano de la Primera Guerra Mundial sin experiencia en el terreno de las relaciones internacionales, fue embajador en Cuba entre 1953 y 1957. Durante esos años logró forjar una perdurable amistad con Batista. En 1960, ya enfermo, testificó desde su casa en Rhode Island ante un comité del Senado sobre el papel del Departamento de Estado en la llegada de Fidel Castro al poder.
Gardner dijo que tenía la sensación de que el servicio exterior de su país le había ''movido el piso'' a Batista, ansioso de reemplazarlo por Castro, y calificó de ''adoración a Castro'' el estado de opinión que había en el Departamento de Estado en 1957.
''Hicieron de él un Robin Hood o un salvador del país'', afirmó en la audiencia del 27 de agosto de 1960. ''Estoy convencido de que el Departamento de Estado estuvo influenciado, primero, por esas historias de Herbert Matthews [periodista de The New York Times], y luego eso se convirtió en una especie de fetiche para ellos'', dijo.
Matthews publicó tres artículos sobre Castro en la portada del diario neoyorquino, en febrero de 1957, tras entrevistarlo en la Sierra Maestra.
Batista, en cambio, era un ''matón'', para algunos de estos funcionarios, de acuerdo con el ex embajador.
Concretamente, Gardner se refirió a Richard Roy Rubottom, subsecretario de Estado para Asuntos Interamericanos, como uno de los simpatizantes de Castro.
''Estaba a favor de Castro'', declaró en la audiencia. ``No hay dudas de eso''.
Rubottom, criticado por su manejo de varios asuntos hemisféricos, fue degradado a embajador en Argentina en 1960.
Ernesto Betancourt, representante del Movimiento 26 de Julio en Estados Unidos, sostuvo contactos telefónicos y reuniones con varios funcionarios del Departamento de Estado hacia fines de 1958 y también fue testigo de las crecientes simpatías por los rebeldes cubanos.
''Sí, en el Departamento de Estado había una actitud favorable hacia el 26 de julio'', recordó Betancourt el pasado jueves en entrevista telefónica desde su casa en Washington. ``Tenía esa impresión, me sentía acogido allí''.
En su testimonio, Gardner expresó que tenía entendido que Batista, como todos los presidentes de la región, recibía una tajada de los negocios con Estados Unidos. Molesto, el ex gobernante le escribió una carta que se encuentra en la Colección de UM, pero no hay certeza de que haya sido enviada. En cualquier caso, la amistad entre ambos hombres se reencauzó. Se escribían en inglés. Batista redactaba el original en español y lo hacía traducir.
El testimonio de Gardner ante los senadores fue respaldado tres días después en audiencia similar por Earl E. T. Smith, el hombre que lo reemplazó al frente de la embajada norteamericana en Cuba.
''La sustitución de Gardner por Smith en el verano de 1957 fue provocada por la voluntad del gobierno de Dwight Eisenhower de producir una diplomacia menos comprometida con Batista y con una visión más plural de la política cubana, que incluyera una interlocución con toda la oposición pacífica y armada'', señaló el historiador y ensayista Rafael Rojas.
Smith presionó en favor del embargo de armas de la primavera de 1958, que era una demanda de los rebeldes desde la Carta de la Sierra Maestra suscrita por Felipe Pazos, Raúl Chibás y otras personalidades cívicas [en 1957], recordó Rojas.
''Sin embargo, ya a fines de ese año, como se puede ver en los despachos consulares, Smith comienza a hacer advertencias sobre la infiltración de comunistas y el radicalismo antiamericano que observa en los revolucionarios'', señaló.
Antes de asumir su puesto, Smith tuvo una reunión con Herbert L. Matthews a instancias del Departamento de Estado, en la cual el periodista ''elogió'' a Castro, de acuerdo con el testimonio del embajador: ''El señor Matthews estaba más familiarizado con el pensamiento del Departamento de Estado sobre Cuba que yo'', indicó Smith.
Smith también señaló a Wieland, asistente de Rubottom, como uno de los aliados de Castro en el Departamento de Estado, y agregó que tanto él como ``todos los que tenían algo que ver con Cuba tenían una cercana conexión con Herbert Matthews''.
El gobierno de Castro calificó a Smith de servidor de Batista y consideró que desfiguraba la realidad cubana para desorientar al Departamento de Estado.
''De continuarse la presente política con respecto a Cuba, Estados Unidos se quedará con un solo amigo: el dictador Fulgencio Batista'', escribió el laureado periodista Homer Bigart en The New York Times, el 23 de marzo de 1958, en abierta oposición a los pasos de Smith en la isla.
En 1962 el ex embajador publicó el libro The Fourth Floor: An Account of the Castro Communist Revolution, en el cual analizó la influencia del cuarto piso del Departamento de Estado -- donde trabajaban los funcionarios de menor rango -- en la política de Estados Unidos hacia Cuba desde finales de la década del 50.
Los funcionarios de mayor rango laboraban en el quinto piso y, según las declaraciones de Smith en la audiencia de 1960, estos ''no pensaron mucho en Castro'' hasta 1958, cuando ya tenían escaso margen de maniobra diplomática.
Debido a la controversia por su gestión en Cuba -- y seguramente por sus declaraciones ante el comité senatorial --, Smith renunció al puesto de embajador en Suiza que le ofreció el gobierno en 1961.
Batista tuvo pleno conocimiento -- quizás a posteriori -- de lo que sucedía dentro del Departamento de Estado. En carta a su amigo Julio C. Iglesias, fechada en Estoril, Portugal, en 1966, le dice que es lamentable ''que no hubieran existido entonces amigos con influencias decisivas capaces de convencer al ``doentio'' Ike [Eisenhower] de que era necesario gobernar, y no delegar en dudosos subalternos las responsables funciones que eran vitales para la seguridad del hemisferio''.
Incluso después de 1961, cuando ya se había roto el encantamiento de los funcionarios estadounidenses con Castro y también las relaciones diplomáticas con la isla, persistía una imagen extremadamente negativa de Batista, algo que Gardner trataba de enmendar con escaso éxito. En una carta del 14 de junio de 1963 le sugiere al ex dictador que traduzca al inglés su libro Paradojas (1963).
Pocos días después, el 1ro. de julio, Gardner insiste sobre el tema: ``Se necesita contrarrestar enérgicamente ahora las ideas falsas que la gente tiene sobre lo que lograste en Cuba, y la condición de Cuba cuando el país fue vendido por nuestro Departamento de Estado. Las cifras serían muy efectivas, pero desafortunadamente, a menos que las explicaciones estén en inglés obtendrán poca o ninguna atención''.
En mayo de 1964, el ex embajador le pide unos folletos sobre su gobierno para repartirlos entre los senadores y otras personas ``que están tratando de despertar a nuestra administración sobre el tema''.
Un año y medio después, en octubre de 1965, Gardner considera que la opinión pública estadounidense, así como el gobierno, han reconsiderado su opinión sobre Batista.
''Personalmente, estoy bastante complacido de cuánto se ha logrado para corregir la opinión sobre ti, pero desafortunadamente ahora el estadounidense promedio parece más interesado en Vietnam del Sur que en cualquier otra cosa'', escribió.
Pero en julio de 1966, Gardner prácticamente se había dado casi por vencido en sus esfuezos por lograr el retorno de Batista y le confiesa: ``No tengo idea de qué -- o quién -- es tan desacertado que te ha impedido regresar a Estados Unidos, pero puedo asegurarte que haré todo lo que pueda para corregir este asunto''.
No alcanzó a hacerlo. El 12 de abril de 1967, la esposa de Gardner, Susie, le envió un telegrama a Batista en Portugal, informándole de la muerte del ex embajador -- su ''gran admirador y devoto amigo'', como él mismo se calificaba -- esa misma mañana.
En junio de ese año, Batista se ve obligado a salir al paso a los rumores de que estaba gestionando la entrada a Estados Unidos. En declaraciones desde Madrid al diario El Tiempo de Nueva York afirma que en 1962 había pedido visa para entrar a territorio estadounidense, y que su solicitud no había sido respondida. Su esposa e hijos no enfrentaron el mismo impedimento.
''[. . .] No pediré jamás permiso para entrar en los Estados Unidos, a menos que Washington me mande a decir por su propia cuenta que seré bienvenido, contestando aquella carta'', asegura. ``[. . .] quiero evitar que me vejen más y no puedo confiar en funcionarios del Departamento de Estado o de otras agencias que han actuado tan evidentemente en contra mía''.
Pero la correspondencia de 1968 con el empresario y cabildero del Partido Republicano, Carter H. Ogden, demuestra que el ex gobernante no esperó con los brazos cruzados. Ambos se conocieron en Cuba, donde el estadounidense tenía negocios que fueron nacionalizados por el régimen castrista.
Ogden le escribió en agosto pidiéndole dinero para la campaña de Nixon y ofreciéndose para redoblar esfuerzos en aras de su retorno a Estados Unidos.
''Nos gustaría que los cubanos desplazados como grupos recaudaran al menos $10 millones para su campaña'', señaló el empresario en su misiva.
En respuesta, Batista le agradece la gestión para permitir su entrada, pero señala que ``anhelándola, no la deseo si he de pagarla como un favor, pues estimo que la merezco por vía de una cortés y justa atención. Fui siempre, sin ser incondicional, un leal amigo de U.S.A. y un fervoroso admirador de su pueblo''.
En septiembre, Ogden le agradece por haber hecho ya ``contribución a otros que están trabajando para el mismo candidato y espero que callen las bocas porque esto no es momento de hablar las cosas que uno hace''.
El 7 de diciembre, tras consumarse la victoria de Nixon en las elecciones de 1968 y en la última carta del intercambio epistolar, Ogden le agradece a Batista su última contribución a la campaña presidencial.
''Creo que el desafortunado error que ha existido en nuestro Departamento de Estado y no le ha permitido entrar a este país pronto será corregido. Puede que se resuelva incluso antes de que el nuevo gobierno tome posesión'', opinó el empresario.
El Departamento de Estado nunca le extendió la visa a Batista en virtud de la política asumida por Washington de no cobijar a quienes violan el orden democrático. En 1963 había sido extraditado el ex dictador venezolano Marcos Pérez Jiménez.
Batista falleció el 6 de agosto de 1973 sin haber recibido nunca
respuesta a la pregunta que le hizo a Ogden en una carta de 1968: ``¿Cuáles
son las razones [. . .] que justifican la mantenida decisión de
no permitirme entrar en los Estados Unidos?''