OMAR LUGO / Reuters
CARACAS
Rafael Caldera entrega hoy, martes, la presidencia de Venezuela a un
hombre
que podría ser su nieto y quien encarna la rebelión contra
la estructura
democrática que el anciano socialcristiano ayudó a fundar.
Caldera, de 83 años de edad, cerrará un capítulo
en la historia venezolana,
cuyo sistema político fue estremecido por el militar retirado
Hugo Chávez, un
carismático líder de 44 años dueño de un
arrastre popular sin precedentes.
Doctor en derecho, miembro de la intelectualidad caraqueña, Caldera
finaliza
su segundo mandato de cinco años, en los que gobernó
un país agobiado por
la peor situación económica en décadas, y sumido
en una carrera vertiginosa
hacia un mayor empobrecimiento.
Cuando asumió el poder por segunda vez (la primera vez gobernó
entre 1969
y 1974), el 2 de febrero de 1994, era considerado el último
político
venezolano con talla de estadista.
También el único capaz de rescatar una precaria democracia,
estremecida
durante el quinquenio anterior por dos intentonas de golpe de Estado;
por la
destitución de un presidente en funciones y por una ola de protestas
sociales.
Pero su talento de gerente de Estado fue opacado por una grave crisis
en el
sistema financiero, desatada entre 1994 y 1995, que le costó
al país $11,000
millones de la época y que lo llevó a establecer controles
de cambio y de
precios y suspender varias garantías constitucionales.
Luego de nadar contra la corriente, volvió a establecer casi
todas las medidas
que había abolido y como agregado abrió la industria
petrolera a la inversión
privada.
A medio camino de su mandato, en abril de 1996, terminó negociando
con el
Fondo Monetario Internacional, después de haber jurado que nunca
lo haría,
y aplicó un esquema de ajuste económico ortodoxo supervisado
por el
organismo multilateral.
Caldera deja una economía en ruinas, con un déficit fiscal
de $9,000 millones
(nueve por ciento del Producto Interno Bruto) apenas manejable y una
situación social aún peor que la que encontró.
El programa de liberación económica aplicado, envió
a cientos de miles de
venezolanos a la pobreza que hoy abarca al 80 por ciento de la población.
También quedan un millón de personas desempleadas y otros
cuatro millones
con ingresos precarios dentro del sector informal.
Como contrapartida, Caldera y sus colaboradores aseguran haber puesto
fin
a los ruidos de sables y a las amenazas de inestabilidad social, vivas
cuando
ganó las elecciones el 5 de diciembre de 1993.
``Hubo momentos en los cuales asomaba el peligro de que no se pudiera
mantener la democracia'', dijo el Presidente el jueves pasado en su
último y
apasionado mensaje al Congreso, donde con voz quebrada defendió
su
gestión.
``Goberné democráticamente y pude cumplir, gracias a Dios.
La estabilidad
económica se recuperó y el sistema se halla en plena
normalidad'', afirmó.
Según sus críticos, Caldera ejerció un gobierno
de contingencia, cuyo mayor
logro fue ``mantener la paz social'' y haber llegado a las elecciones
presidenciales de diciembre.
Desde el día de la intentona golpista encabezada por Chávez
el 4 de febrero
de 1992, comenzaron a cruzarse las historias de Caldera, un humanista
e
intelectual socialcristiano criado por una familia adinerada, y la
del teniente
coronel retirado, un recio llanero hijo de humildes maestros de escuela.
Caldera, disidente de Copei, justificó la intentona golpista
de Chávez, lo que
le significó la resurrección política.
De ahí en adelante, atacó las ``políticas neoliberales''
de su predecesor y se
convirtió en el eje de una coalición de partidos minoritarios
de centro,
derecha e izquierda, alrededor de Convergencia, el partido que fundó
tras
abandonar al socialcristiano Copei.
Poco después de llegar al poder, liberó a Chávez
y a otros 60 oficiales
comprometidos en la rebelión, cumpliendo una de sus promesas
electorales.
Copyright 1999 El Nuevo Herald