El Nuevo Herald
February 2, 1999
 
 
Rafael Caldera, un líder en retirada

OMAR LUGO / Reuters
CARACAS

Rafael Caldera entrega hoy, martes, la presidencia de Venezuela a un hombre
que podría ser su nieto y quien encarna la rebelión contra la estructura
democrática que el anciano socialcristiano ayudó a fundar.

Caldera, de 83 años de edad, cerrará un capítulo en la historia venezolana,
cuyo sistema político fue estremecido por el militar retirado Hugo Chávez, un
carismático líder de 44 años dueño de un arrastre popular sin precedentes.

Doctor en derecho, miembro de la intelectualidad caraqueña, Caldera finaliza
su segundo mandato de cinco años, en los que gobernó un país agobiado por
la peor situación económica en décadas, y sumido en una carrera vertiginosa
hacia un mayor empobrecimiento.

Cuando asumió el poder por segunda vez (la primera vez gobernó entre 1969
y 1974), el 2 de febrero de 1994, era considerado el último político
venezolano con talla de estadista.

También el único capaz de rescatar una precaria democracia, estremecida
durante el quinquenio anterior por dos intentonas de golpe de Estado; por la
destitución de un presidente en funciones y por una ola de protestas sociales.

Pero su talento de gerente de Estado fue opacado por una grave crisis en el
sistema financiero, desatada entre 1994 y 1995, que le costó al país $11,000
millones de la época y que lo llevó a establecer controles de cambio y de
precios y suspender varias garantías constitucionales.

Luego de nadar contra la corriente, volvió a establecer casi todas las medidas
que había abolido y como agregado abrió la industria petrolera a la inversión
privada.

A medio camino de su mandato, en abril de 1996, terminó negociando con el
Fondo Monetario Internacional, después de haber jurado que nunca lo haría,
y aplicó un esquema de ajuste económico ortodoxo supervisado por el
organismo multilateral.

Caldera deja una economía en ruinas, con un déficit fiscal de $9,000 millones
(nueve por ciento del Producto Interno Bruto) apenas manejable y una
situación social aún peor que la que encontró.

El programa de liberación económica aplicado, envió a cientos de miles de
venezolanos a la pobreza que hoy abarca al 80 por ciento de la población.

También quedan un millón de personas desempleadas y otros cuatro millones
con ingresos precarios dentro del sector informal.

Como contrapartida, Caldera y sus colaboradores aseguran haber puesto fin
a los ruidos de sables y a las amenazas de inestabilidad social, vivas cuando
ganó las elecciones el 5 de diciembre de 1993.

``Hubo momentos en los cuales asomaba el peligro de que no se pudiera
mantener la democracia'', dijo el Presidente el jueves pasado en su último y
apasionado mensaje al Congreso, donde con voz quebrada defendió su
gestión.

``Goberné democráticamente y pude cumplir, gracias a Dios. La estabilidad
económica se recuperó y el sistema se halla en plena normalidad'', afirmó.

Según sus críticos, Caldera ejerció un gobierno de contingencia, cuyo mayor
logro fue ``mantener la paz social'' y haber llegado a las elecciones
presidenciales de diciembre.

Desde el día de la intentona golpista encabezada por Chávez el 4 de febrero
de 1992, comenzaron a cruzarse las historias de Caldera, un humanista e
intelectual socialcristiano criado por una familia adinerada, y la del teniente
coronel retirado, un recio llanero hijo de humildes maestros de escuela.

Caldera, disidente de Copei, justificó la intentona golpista de Chávez, lo que
le significó la resurrección política.

De ahí en adelante, atacó las ``políticas neoliberales'' de su predecesor y se
convirtió en el eje de una coalición de partidos minoritarios de centro,
derecha e izquierda, alrededor de Convergencia, el partido que fundó tras
abandonar al socialcristiano Copei.

Poco después de llegar al poder, liberó a Chávez y a otros 60 oficiales
comprometidos en la rebelión, cumpliendo una de sus promesas electorales.

 
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