Vivencias de un nicaragüense en su primer viaje a La Habana
Especial para El Nuevo Herald
IVAN TAYLOR
No soy cubano, pero cuando llegué a La Habana, mis primeras vivencias me transportaron a mi país.
El domingo 27 de enero aterricé en Cuba lleno de expectativas, incertidumbres
y ansias. Aquel país mítico, que
sólo conocía por fotografías y compartiendo café
cubano con los colegas, estaba allí, esperándome con lo
inesperado. En La Habana, comprendí que todo ese montaje y las historias
de intimidación de un gobierno que los
exiliados detestan, existe.
No sólo existe, sino que me llevó por completo a los años 80, a la Nicaragua de los sandinistas.
Ingresé al país como turista, y al llegar al aeropuerto fui
sometido a un cuestionario incoherente. Me preguntaron
desde dónde me iba a hospedar, hasta que si me gustaba el idioma
inglés. Cuando le manifesté que no entendía
su pregunta, ya que he vivido y estudiado en Estados Unidos por 20 años,
me respondió que su pregunta se
debía a que a ella --la agente vestida de verde olivo, que no formaba
parte de Inmigracion-- le gustaba el inglés.
Me pidieron que abriera mi maleta y les mostrara lo que llevaba. Allí
no había más que mi ropa, dos encargos de
una amiga y una bolsa con cartas. Mi sorpresa fue al descubrir que los
sobres estaban abiertos y las cartas
estropeadas. Me quedé sin palabras. Por supuesto, negaron en todo
momento tener algo que ver con esto.
Fue entonces que comprendí lo que dicen los exiliados, la razón
por la que mis padres tomaron la decisión de
marcharse de Nicaragua, y de igual forma me sentí como en el país
que abandoné de niño y no en la Cuba que
ahora como adulto visitaba.
Hay quiénes aseguran que sobornando a estas personas se evita esos
malos ratos. En Cuba hay muchas cosas
que se logran con el dólar en la mano.
Por ejemplo, el que viaja a la isla por placer sexual, en La Habana se
encuentra de todo y para todos. Me
asombraron cuán agresivas son las mujeres, que tienen un ojo clínico
para los turistas. Muchachas lindas y
jovencitas, que no vacilan en piropear al visitante, joven o viejo.
Las historias de los exiliados sobre las famosas jineteras, testimonios
que parecían un tanto exagerados, allí
estaban en vivo y a todo color. Y los hombres no se quedan atrás.
Jóvenes y otros que ya no lo son tanto,
caminando de arriba para abajo, asegurando ser heterosexuales, haciéndole
propuestas indecorosas al turista
masculino, por dólares, por supuesto. Y en fin, todo se paga con
''el fula'', como se le conoce a la moneda
norteamericana.
El lema de la American Express --``no deje su casa sin ella''-- no vale
en Cuba. Las tarjetas de crédito que tan
acostumbrados estamos a llevar, por el auxilio necesario que nos proveen,
en Cuba no me servían para nada.
Al viajar a la isla comprendí cuán americanizado estaba,
acostumbrado a ese plástico que lo aceptan en todo
América Latina, pero no en La Habana. La estadía en el Hotel
Plaza, de La Habana Vieja, fue muy cómoda, y
además estaba en lo que los cubanos del exilio califican como ''el
centro del mundo''. Pero en ese mundo se me
agotaba mi efectivo, y por primera vez en mi vida me inquietaba estar en
un país desconocido contando los
centavos en la bolsa.
Con poco dinero el cubano se acostumbró a vivir, hasta que conoció
que existía el dólar. En la Cuba que se
vanagloria de haber erradicado las clases sociales, y dado las oportunidades
al pueblo a educarse, ahora hay
quiénes viven mejor por tener familiares en el exterior, y quiénes
son menos privilegiados por que no tienen a
nadie que les provea dólares.
De igual forma, esos profesionales educados producto de un obsequio de
la revolución abandonan sus carreras y
trabajan de meseros, de taxistas, o simplemente prostituyéndose
con los turistas. En fin, en algo que les permita
obtener divisas, como le dicen oficialmente al dólar.
No es ningún incentivo para el cubano aspirar a ser el jefe la sección
de trabajo donde labora. Por los cuántos
pesos más que pueda ganar, no puede ir a la bodega --como le dicen
a la tienda-- para comprar carne, ya que
no hay.
Una señora se insultó cuando le dije que no comía
cerdo, y me dijo que no había tocado carne de res en tres
años. Y un amigo profesional que me ofreció su casa, me dijo
que le tomaría años componer su vivienda, cuyo
baño está compuesto de un inodoro, sin tapa, sin palanca,
y que ninguna mujer se atrevería a usar.
En fin, las historias y exageraciones de los cubanos exiliados parecían
ahora tener más sentido. La Habana, de la
que escuché en El Versalles y en La Carreta, resultó, en
efecto, una gran ciudad. La arquitectura de esta urbe lo
dice todo, pero cuando anochece carece del brillo del que tanto se jactan
los exiliados.
Es precisamente La Habana que Fidel tomó hace más de 40 años,
pero que todavía parece controlar, con todo y
su necesidad por el dólar.
''El Fifo'', como le dicen a Castro, es motivo de chistes, pero no frente
a una cámara. Los cubanos de la isla se
ríen de sí mismos cuando dicen que hablan de todo.
``Conversemos de lo general, pero no del comandante; sino, puede haber problemas''.
Taylor es un periodista del Noticiero 51 de Telemundo. El Canal está
emitiendo todas las noches a las 11, hasta el
viernes de esta semana, una serie de reportajes sobre su viaje a Cuba.