ARMANDO HART DÁVALOS
El 21 de abril de 1958 murió mi hermano Enrique. El Movimiento 26 de Julio lo había nombrado Jefe de Acción y Sabotaje en la provincia de Matanzas. Ese trágico día se hallaba en una casa de la calle Yara, en el reparto Cumbre, de la ciudad yumurina, preparando unas bombas para su empleo generalizado en la insurrección y les explotaron los artefactos que destrozaron su vida y la de los jóvenes combatientes Carlos García Gil y Juan A. González Bayona.
Mi hermano ofrece la imagen del combatiente revolucionario de la etapa insurreccional, que pude apreciar en otros muchos compañeros durante aquellos años. Desde el mismo 10 de marzo de 1952 nos identificamos políticamente y comenzamos a relacionarnos con los grupos más activos, sobre la base de una doble condición: que se mantuvieran firmes las posiciones insurreccionales contra la tiranía, y que no estuvieran responsabilizados con el gobierno derrocado ni con los partidos tradicionales de la oposición.
El cuartelazo lo situó de súbito y sin que vacilara un segundo dentro de la vanguardia combatiente. Aquel día estaba de vacaciones en casa de unos tíos, en Trinidad, y tan pronto escuchó por radio la noticia, hizo las maletas, regresó a La Habana y empezó a interesarse activamente por la lucha contra la tiranía.
Él mismo me brindó la explicación de este hecho. Me dijo que antes del golpe no veía solución a la situación de Cuba, pero que el cuartelazo le había abierto al país el camino de la Revolución. Recordé entonces que meses antes, él había criticado a los máximos dirigentes ortodoxos porque no habían convertido el entierro de Chibás en un movimiento encaminado a la toma revolucionaria del poder.
Enrique fue uno de los jóvenes que acudieron a la Colina en aquellos memorables días después del golpe, aunque debe decirse que sus vínculos más fuertes no eran universitarios, porque desarrolló relaciones más estrechas con los trabajadores bancarios y después con los del Movimiento.
Para Enrique, la posición insurreccional contra el gobierno era una cuestión de principios. El problema clave de la definición política había pasado a ser la insurrección popular y la independencia política.
Se unió como todos nosotros a Fidel y al Movimiento 26 de Julio, pues fue allí donde encontró el lugar exacto para encauzar su rebeldía y sed de justicia social. Con la posibilidad que abría la jefatura política de Fidel y el ansia de acción que existía dentro de las masas juveniles y trabajadoras, Enrique se convirtió en uno de los hombres más intrépidos y audaces del movimiento clandestino.
En 1956 viajó por unos meses a Estados Unidos. Durante el tiempo que permaneció allí estuvo trabajando como obrero en una factoría, y cuando regresó a Cuba volvió más antimperialista que antes.
Estos son algunos de los recuerdos más queridos de aquel hermano que murió por sus ideales y convicciones, y a quien, como le dije a Faustino Pérez una vez, lo mató su exceso de dinamismo.
Murió luchando por desarrollar la insurrección popular, con un odio profundo hacia el medio político y social burgués, con un claro sentimiento antimperialista y con la idea muy firme de que esta era la Revolución de los trabajadores y los explotados.