Por el Rev. Martín N. Añorga
El perdón es un sentimiento sobre el cual no puede legislarse.
Hoy día, sin embargo, cuando en el exilio vivimos la etapa de la
llamada transición, hay
los que quieren apuntar al perdón como condición previa
a un acuerdo con los cubanos de la Isla. Vamos a dilucidar algunas nociones
relacionadas con el
perdón que estimamos muy necesarias; pero primero permítasenos
analizar brevemente el tema de la transición.
Creemos que para que exista la transición primero hay que
provocar la extinción del régimen existente para que podamos
avanzar hacia el
establecimiento del nuevo gobierno. Hasta ahora todo lo que he oído
sobre la transición se basa en la suposición de que Castro
está al borde de la muerte
y de que una vez ocurrida ésta, los que asuman el poder serán
incapaces de controlarlo. Hay que aceptar el hecho de que a menos
que el exilio
participe de manera activa y efectiva en el derrocamiento del sistema
comunista, su participación en el futuro de la Isla va ser
mínima. Están
los que todavía, a una distancia de medio siglo, confían
en las acciones norteamericanas, las que de haber sido ejecutadas a tiempo
hubieran evitado
el derrame socialista que sufre América. Los Estados Unidos,
en las circunstancias en que se hallan en el mundo, están en estos
momentos más
impedidos que nunca de asumir una acción militar contra Cuba.
Yo mismo he estado en reuniones planificadoras del futuro de Cuba, en
los campos educativos y religiosos. Creo en el futuro y en la redención;
pero al
mismo tiempo creo que se nos ha ido acortando el espacio para ser partícipes
de la solución final que se aplique a Cuba. Los que liberan, ascienden.
Los
que sufren la opresión tienen en sus manos la llave del poder.
Los que miramos de lejos, difícilmente saltaremos de espectadores
a ejecutores.
Volvamos al tema del perdón. ¿Qué derecho tenemos
de perdonar a ejecutores de crímenes que no han sido cometidos en
contra nuestra ni de nuestros seres
amados más cercanos?. No, el perdón no se maneja en tercera
persona. Quien tiene que perdonar es el que ha sufrido la ignominia, el
que ha sido víctima
de la injusticia y el que se ha dolido en carne propia por los abusos
que le han infligido. No estamos proponiendo la revancha desordenada ni
el
linchamiento en las vías públicas. Lo que queremos decir
es que al pueblo cubano hay que ofrecerle garantías de que la justicia
no va a ser burlada y
que los culpables van a recibir el castigo que merecen por su culpabilidad.
Esperamos que en la Isla estén preparados para cuando llegue la
hora de la
verdad. Los que en el exilio hemos vivido con sentido militante tendremos
que respaldar el programa de intramuros encargado de resolver los casos
de
crímenes que a estas alturas deben estar lo suficientemente
documentados.
Muchas personas hablan de la dimensión cristiana del perdón
y pierden de vista la dimensión teológica del mismo. En
el perdón hay varios
ingredientes: confesión, arrepentimiento y reparación.
Y estos elementos no son tan solo propios del perdón humano, sino
que son también reflejos del
perdón divino. Perdonar no es regar semillas al voleo, ni recitar
frases más o menos piadosas. No es declarar nulo un delito ni un
pecado sin que se
hayan satisfecho las condiciones impuestas por la moral, la fe y sobre
todo, la justicia. El perdón tiene que ser un contrato entre
el que lo da y el
que lo recibe. No se trata, pues, de una vivencia colectiva, sino de
un acto existencial de raíces puramente individuales. Es así
que resulta imposible
perdonar por decreto.
El perdón adolece del defecto de que no borra el pasado.
Solamente Dios puede lavar nuestras culpas hasta disolverlas, para que
no quede memoria de
ellas; pero para nosotros el viejo apotegma de que "perdono, pero no
olvido" es realidad vigente e incontrovertible. Porque nadie puede olvidar
porque se
lo proponga, o porque se lo pidan. Lo más que podemos hacer
es ignorar nuestros recuerdos o rechazarlos cuando aparezcan.
De nada vale que se
adopte una ley gubernamental que regule el perdón. La ley trabaja
en lo que uno hace o dice; pero no en lo que uno piensa o siente.
Otro aspecto que debemos considerar en el perdón es que la declaración
del mismo puede eximirnos de un peso; pero al mismo tiempo no pasaría
de ser una
escapatoria emocional o un trámite espiritual si la persona
a la que se lo dedicamos lo rechaza. El perdón se hace válido
cuando el que lo da toma
conciencia de que ha sido acogido por el que lo recibe. A veces la
gente acude a la tontería de preguntarnos si estaríamos dispuestos
a perdonar a
Fidel Castro. Nuestra respuesta siempre es la misma: "si se arrepiente
de sus maldades y solicita humildemente que se le perdone por las mismas,
entonces consideraría la posibilidad de perdonarlo"; pero añado
que de poco vale mi perdón porque personalmente mi cuota de dolores
por su causa no es
tan grande como la de una madre a la que le hayan matado a su hijo
en Angola o una esposa a la que le hayan acribillado a su marido en el
paredón de
fusilamiento. Mi perdón no mitiga heridas ajenas ni anula sufrimientos
de otros.
Finalmente, nos parece que a estas alturas de la realidad cubana hablar
de perdón, o como más comúnmente algunos lo definen,
de "borrón y cuenta
nueva", es improcedente. Sería desconocer el sufrimiento de
dos generaciones de cubanos, las lágrimas de madres abrumadas, el
martirio de esposas
desprovistas del amor y el amparo de sus esposos. Sería ignorar
el hambre de los niños, la discriminación de los pobres,
la angustia de la opresión y la
vigilancia amenazadora de todo el pueblo, el vandalismo cometido contra
nuestra historia y el ultraje de que han sido objeto nuestros símbolos
patrios. Que perdone el que quiera y el que pueda; pero que no se imponga
a los que han vivido con las espaldas dobladas bajo el peso de la ignominia,
la humillación de un perdón que ni se siente ni se quiere.
El perdón queda limitado a la decisión del ofendido y
a la solicitud humillada de quien lo reclama para poder separarse del fuego
de su culpa.
Nadie tiene el derecho de perdonar en nombre de otros, sin el permiso
de estos otros. Quede, pues, para la Cuba que emerja victoriosa de su lucha
contra el castrismo, la responsabilidad de que se aplique, con orden
y control, la más rápida, enérgica y preciada justicia.
El perdón huérfano de justicia es incompleto.
El perdón colectivo de los demagogos es una afrenta al dolor de los que han sufrido el rigor de los criminales.
El perdón es un derecho de los ofendidos. En nombre de ellos no se toman acuerdos ni se suscriben leyes.