Vecinos evocan la infancia
Por Daniel Rivera Vargas
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NAGUABO - Cuando se le informó a Carmen Viera, de 85 años, que la Policía acababa de anunciar oficialmente la muerte de Filiberto Ojeda Ríos, la anciana se tomó su tiempo para responder.
“A mí me da pena, imagínate”, dijo Viera. “Desde anoche (viernes) que yo veía eso en televisión yo decía: ‘Ay Dios mío, ¿por qué? Eso no era para ellos’”.
La anciana opinó que el robo de $7.5 millones a un camión de la Wells Fargo en 1983, crimen por el que se condenó a Ojeda Ríos, fue para comprar juguetes a niños pobres.
En Naguabo, para algunos de los que compartieron allí con Ojeda Ríos, su imagen navega entre vagos recuerdos de la infancia lejana.
Al mencionársele por primera vez el nombre Filiberto, doña Carmen movió su mano hacia abajo. “De pequeño lo conozco. Era un muchacho bueno, bien educado”, relató.
Ella se casó con un primo hermano de Inocencio Ojeda, el padre de Ojeda Ríos, pero no recuerda mucho del nacionalista porque la familia de él salió de Naguabo hace mucho tiempo. Recordó, sin embargo, que lo veía corriendo bicicleta en su oriundo Río Blanco y en la misa. Dijo además que él tenía muchos amigos en la escuela.
“Pasaba la guagua del pan y él se llevaba una libra de pan debajo del brazo para llevármelo. El era pequeño y yo lo mimaba”, agregó sonriendo.
Buena parte de su infancia Ojeda Ríos la vivió en una gran casa del sector Brazoseco, desde donde hay impresionantes vistas del verdor de un valle y sus montañas, según Gladys Berríos Ramos.
“Nos íbamos debajo de los palos a hacer el papel de mamá y papá”, agregó la mujer, quien hizo hincapié en que nunca besó a Ojeda Ríos. “Era con respeto. Era un muchacho bueno, respetuoso, compartía muy bien. Gente bien decente”.
La casa grande era del abuelo de Ojeda Ríos, don Simple o Simplicio como lo llamaron otros parientes. Era una estructura de madera con techo de zinc, a veces pintado de rojo como la raída bandera popular que tenía. En los predios había una tiendita en la que vendía limbers y hasta una escuela, señaló Berríos Ramos.
“Don Simple era bien fuerte, un carácter bien dominante, no le gustaban las bachatas”, dijo.
Cuando se le preguntó sobre Ojeda Ríos señaló sonriente: “Nos criamos juntos. El se pasaba en casa metido, nos tratábamos como hermanos”.
Ayer ella todavía dudaba de que realmente Ojeda Ríos hubiera muerto.
Carmen Lila Ramos, prima segunda de Ojeda Ríos, recordó que en una ocasión las visitó cuando aún tenía puesto el grillete electrónico. “El quería ver Naguabo, como que pensaba que no lo iba a volver a ver”, dijo. “Decía que lo único que él sentía era la familia”.
“Yo sabía que él no se iba a entregar, a la edad que tenía ir a prisión no sería fácil. No estoy de acuerdo con su ideal pero fue firme. Eso es lo que le admiro”, agregó Luz, otra prima de Ojeda.
A pasos de allí vive José Armando Lebrón Pérez, en cuyo balcón hay una bandera puertorriqueña. Dijo que la única vez que compartió con Ojeda Ríos fue en una tertulia en su residencia.
Recordó que bebió con él un par de cervezas, y lo describió como un hombre humilde y culto que amaba a su patria.
“Eso fue un vil asesinato, un hombre de 72 años que padecía
del corazón y tenía un marcapasos no necesitaban el ejército
que trajeron”, dijo indignado. “Lo dejaron desangrar como un puerco”.