El Nuevo Herald
7 de octubre de 1998
Borinquen: huracán y solidaridad

RAFAEL HERNANDEZ COLON

 La tecnología meteorológica y de comunicaciones ha avanzado mucho
 desde que yo era niño hará unos 50 años. En aquellos tiempos, en
 Puerto Rico seguíamos el movimiento de los huracanes mediante unas
 pocas estaciones de radio.

 La información nos llegaba a través de la voz del profesor McDowell, un
 norteamericano que hablaba un español torturado pero simpático. Hoy
 día recibimos información más fiable de parte del meteorólogo Israel
 Matos. La información comienza a fluir a través de la televisión, la radio,
 la prensa e Internet, desde cuatro o cinco días antes de la posible llegada
 del huracán. Puerto Rico es uno de los países con mayor número de
 medios de comunicación por kilómetro cuadrado en el mundo.
 Contamos con 134 estaciones de radio, diez estaciones de televisión, sin
 contar los canales de cable y cuatro diarios nacionales. A medida que se
 aproxima el huracán, los boletines oficiales del servicio meteorológico se
 emiten por los medios electrónicos con una mayor frecuencia y en la
 recta final, de hora en hora.

 Georges llegó a eso de las 3:00 de la tarde del lunes 21 de septiembre, a
 los municipios de Vieques y Culebra, que se encuentran en el extremo
 oriental de Puerto Rico. A las 6:00 de la tarde las ráfagas huracanadas
 llegaban a San Juan. A las 9:00 de la noche comenzamos a sentir los
 vientos fuertes y se fue la luz eléctrica. Puerto Rico quedó sumido en la
 negrura de la noche mientras nos golpearon los vientos huracanados por
 espacio de seis horas. Como todas las familias puertorriqueñas,
 perdimos el contacto televisivo con el mundo exterior. El servicio
 telefónico de pueblo a pueblo y el internacional quedó interrumpido y el
 servicio de agua también.

 Georges devastó Puerto Rico. Ningún municipio escapó a su furia. Más
 de 30,000 familias perdieron sus hogares y otras 60,000 resultaron
 seriamente damnificadas en sus viviendas. Todos los ríos y quebradas
 crecieron, algunos ocasionando serias inundaciones. La desolación fue
 total.

 Al sufrir la pérdida de la energía eléctrica y de las comunicaciones a
 escala de toda la isla, revertimos a la forma primaria de comunicación
 que es el contacto personal. Los vecinos comenzaron a conocerse, a
 visitarse y a ayudarse mutuamente. Comenzó nuevamente a valorarse la
 conversación como forma de pasar el tiempo. La generosidad afloró de
 parte de los que se habían preparado mejor para con aquéllos que
 necesitaban. Mi barrio volvió a ser el de mi niñez.

 Al desconectarnos forzosamente de la tecnología que nos aísla y nos
 separa como el aire acondicionado, una bendición en el trópico, la
 televisión, las neveras, que mediante la acumulación de alimentos
 congelados limita la interacción con los mercados, etcétera, los
 puertorriqueños nos encontramos nuevamente con nosotros mismos a
 través de las formas de relacionarnos que existían antes de nuestra
 industrialización y desarrollo.

 Es grato encontrar que una gran tragedia nacional como la que acaba de
 vivir Puerto Rico no sólo produce desgracias, sino también aflora
 sentimientos, actitudes y valores suprimidos por los estilos de vida.

 Ya ha pasado más de una semana desde que Georges asoló Puerto
 Rico. Pasarán meses hasta que la isla vuelva a su normalidad. Pero,
 lentamente, el país se recupera socialmente, económicamente y
 sicológicamente.

 El paso de Georges por Puerto Rico nos deja un legado de sabiduría que
 debemos aprovechar cuando este país vuelva a la normalidad. Consiste
 en lo que descubrimos dentro de nosotros mismos. Sentimientos,
 actitudes y valores no deben ser reserva para casos de huracán, sino
 recursos de aplicación cotidiana para enriquecer nuestra convivencia en
 la particular etapa de desarrollo en que se encuentra nuestro país. Se
 trata de un reto a nuestro discernimiento en cuanto al reencuentro de una
 humanidad que clama por la comunicación y la solidaridad.

 © Diario ABC (Madrid)