Los Caminos Del Guerrero - Luis Posada Carriles
El diapasón del misterio ha recubierto con las palpitaciones
del caso la inefable figura de Luis Posada Carriles. De pronto, cables
de agencias dan cuenta
de su escurridizo nombre en ciudades tan disímiles como San
Salvador, Miami o La Habana. Y es que Posada se sintió siempre a
sus aires en las carreteras de
camino, en las rutas vecinales, en los atajos más sinuosos,
antes que en la cómoda autopista de una vida común y corriente.
Lo último que se supo de Posada Carriles fue la emboscada que
le tendió el G-2 cubano en Ciudad de Guatemala. Su cuerpo alojó
en las primeras horas de un
día de febrero el cargador de una ametralladora. Ese mismo día
surgiría una pregunta cuya elusiva respuesta no ha hecho más
que alimentar la leyenda que
rodea al personaje: Posada Carriles, ¿está vivo o muerto?
En los activísimos círculos anticastristas de Florida se
especula que un agente de la CIA que responde
a tres alias (Armando Méndez, Luis Contreras y Régulo
Ugarte), hijo de un diplomático de España acreditado en La
Habana, habría suministrado el paradero de
Posada a los servicios de inteligencia de la isla. En las a veces sórdidas
intrigas que sacuden la vida en el exilio de la calle ocho de Miami, también
se habla de un ajuste de cuentas propiciado por la caída de unos
contratos en Venezuela de una empresa llamada Celeret, muy vinculada a
ciertas esferas oficiales. Sea cual fuere la hipótesis que más
se ciñe a la realidad, lo cierto es que esa mañana en el
altiplano guatemalteco, se diluyó por un instante una de las obsesiones
que más atormenta a Fidel Castro desde el raid dinamitero contra
el vuelo CN-455 de Cubana de Aviación, en ruta Barbados-La Habana.
Seria el colofón de una aventura cuyos inicios llevan la huella remota de la Cuba de los sargentos. En 1961, el año en que Castro decide proclamar a los cuatro vientos el carácter marxista de su odisea guerrillera, Posada puso pies en polvorosa luego de solicitar asilo en la embajada de Argentina. Vivió un año en Panamá, pero se radicó en Miami, donde una invasión tramada por el Pentágono lo cautivó hasta alistarse en la ya célebre brigada 2506. Sin embargo, mientras aguardaba el turno de la heroicidad que en cambio se convertiría en el charco frustrante de Bahía de Cochinos (donde jugó al gato y al ratón durante un mes y medio, con 20 encuentros armados para romper un cerco, del que escapó finalmente con una herida causada por un fulminante eléctrico que le estalló en la mano), el hombre hacía el diario como chofer de taxis.
De regreso fue uno de los 200 veteranos que se incorporaron al ejército
y al servicio secreto estadounidense. El G-2 lo señala como agente
de la sangrienta
policía secreta de Batista, siempre camuflada en el neón
y las orquestas que hacían de La Habana el más rutilante
casino del Caribe. Es una versión que
parecen confirmar prominentes miembros de la comunidad cubana residente
en Venezuela cuando, no sin reproche, claudican: "Era un batistero". No
obstante, sus
más allegados señalan una militancia en las aulas universitarias
de La Habana, junto al carismático estudiante de abogacía,
Fidel Castro. El exilio los sorprendió en México, pero una
jugarreta oscura, nunca aclarada, quebró la incipiente amistad.
Su cara aniñada, magistralmente inexpresiva, ocultó casi
siempre bajo lentes oscuros una mirada inquieta. Austero, casi puritano,
muy poco bebía en el bar
Odeón, a la entrada de Las Acacias, ya en su etapa caraqueña;
esporádicamente fumaba un habano y sentía por las bermudas
especial predilección. ¿Qué puede
decirse de su edad? ¿50 ó 56 años? otro dato indescifrable
de su ficha personal. Embutido en unos pantalones de camuflaje y franela
verde oliva, pronto
despertó las ocurrencias del doctor Vásquez Blando, quien
acertó malicioso una calurosa tarde: Bambi. Con ese apodo lo conocieron
en los medios policiales venezolanos, poco después de que
fuera reclutado por la DISIP en 1967.
Posada Carriles actuaba igual como lobo solitario que en grupo, y esta
doble cualidad le valió un ascenso rápido que tuvo su momento
protagónico bajo el
gobierno de Rafael Caldera. Experto en explosivos, podía construir
una bomba con el mínimo indispensable en cuestión de minutos,
aún disponiendo de los medios
más insospechados: un carrete de papel higiénico, por
ejemplo. Sabía por igual interceptar o bloquear líneas telefónicas;
abrir o cerrar una caja fuerte o una cerradura y no dudaba en sacrificar
la capacidad técnica de un hombre frente alas nuevas tecnologías.
Modestos aportes a un curriculum vitae donde
resaltaban sus atributos para formar una red muy amplia de contactos
de información en fuentes oficiales o no, dentro y fuera del país.
Nunca desestimó el aporte que podría dar un soplón
de mala muerte. En cuestión de meses, una amplia red de informantes
penetró los últimos reductos de la
subversión en Venezuela y los sucesivos golpes propagandísticos
y delictivos contra blancos civiles, como el doble secuestro de un niño
llamado LeónTaurel,
fueron desbaratados en tiempo récord por su intervención.
Se supo entonces de la deletérea eficacia de Luis Posada Carriles
en las filas de Bandera Roja: un
desprendimiento armado reacio a la pacificación que sedujo a
los indecisos con una oferta guerrillera en el oriente del país.
En diversas esferas policiales, y aún institucionales, le reconocen
a Posada Carriles un serio esfuerzo que cristalizó en exitosas negociaciones
que coadyuvaron a poner fin a la violencia política en Venezuela.
Y sin embargo, advertía como instructor: "Si me tiran una piedra.
busco la forma más inteligente de devolverla".
De ese particular talión supo una brigada armada de las guerrillas que surgió en las principales ciudades del centro de Venezuela. Sus golpes propagandísticos aquilataban las siglas de la organización Punto Cero: la toma de un puesto militar en Choroní, el asalto a una distribuidora de la Cervecería Polar, el secuestro del millonario Carlos Domínguez, el rey de la hojalata, pero todas esas acciones fueron igualmente desbaratadas en intermitentes encuentros acaecidos en La Victoria, Valencia y Caracas; los hermano Bottini Maríny otros acaudillados fueron dados de baja por comandos adiestrados por Luis Posada Carriles.
Sofocando los últimos reductos de la izquierda construyó
su leyenda. Cabía, sin embargo, la desazón de un tropiezo,
más que de un fracaso: como aquella
tarde en que Miguel Salas Sucre, un lugarteniente de Gabriel Puerta
Aponte -el irreductible líder de Bandera Roja-, se trasladaba entre
Gato Negro y Los
Magallanes de Catia, y la Disip, que estaba al tanto, se propone interceptarlo.
Posada Carriles se coloca al frente de la comisión. Salas cae detenido,
pero logra
extraer una granada de sus partes íntimas, desprende el percutor
y la arroja; Posada advierte: "¡Cuidado con la Pita, cuidado con
la Pita!" Los hombres se
dispersan y en medio de la confusión el guerrillero (más
tarde fusilado en las montañas por sus compañeros) desaparece
sin dejar rastro.
Hombre múltiple, Posada husmearía en otros casos. Hizo
el seguimiento, casi doméstico, a Luben Petkoff, quien instaló
en Chacao la Editorial Metrópolis, al
parecer (según creyó detectar el agente) con 150 mil
dólares provistos desde La Habana; eran los tiempos del diario Punto,
donde las tiras cómicas recreaban la guerra de Vietnam. Pero también
se careó con el terrorismo de monta mayor, como aquella vez, poco
antes de la guerra árabe-israelí de 1973, en la que se ubicó
a George Habas -el enigmático líder del FPLP- paseándose
entre los tendidos del comercio árabe en lo que hoy es el bulevar
de Catia, Valencia y Puerto La Cruz, alentando entre los inmigrantes la
militancia palestina. Al desenredar el ovillo tropezó con un grupo
de aficionados que proyectaba instalar unas baterías de cohetes
Sam (de fabricación soviética) en Arrecifes, listos para
atacar objetivos judíos.
En la estructura organizacional de la Disip la división de operaciones
adquiere el rango de dirección, y una serie de incursiones en el
extranjero barnizan el ya ganado prestigio de Posada Carriles; primero
fue en la frontera del Táchira, cuando desmantela tres fábricas
(una de silenciadores para armas automáticas y otras dos, orientadas
a la falsificación de documentos y papel moneda, dólares
y bolívares). Esas bases, operadas por delincuentes colombianos,
cayeron en una secuela intermitente que abarcó apenas una semana.
Luego urdió una encuesta en Curazao, en momentos de la transición
independentista, que reveló insospechadas
simpatías hacia Venezuela, en caso de proponer un status similar
al de Puerto Rico para aquella isla. La idea, reivindicada por Humberto
Calderón Berti más
tarde, tuvo eco en círculos gubernamentales. Poco antes, un
turbio acontecimiento en Puerto España obligó a movilizar
hombres que garantizaran la seguridad
de la representación venezolana en Trinidad, asediada por nacionalistas
en los tiempos en que Eric Williams era el Primer Ministro de la isla.
Si Posada Carriles fraguó desde su posición un apoyo subrepticio a las organizaciones terroristas contrarias al gobierno de Fidel Castro -tal como lo asegura la inteligencia cubana-, es una hipótesis matizada por el beneficio indirecto que supuso para Venezuela un lapso apacible, mientras los intereses de la isla eran blanco fácil en otras partes del Caribe y Latinoamérica. En la ficha publicada por el diario Granma, el G-2 le atribuye más de 20, atentados -la mayoría dinamiterosen especial contra los consulados y las oficinas de Cubana de Aviación en el área.
Las razones por las que Posada Carriles salió de la Disip, apenas
instalado el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, constituyen
parte del misterio que
envuelve su paso por Venezuela. Lo cierto es que desde entonces emplea
todo su talento en una compañía de seguridad privada, cuyos
informes revelan un
trabajo impecable tanto en el análisis como en los objetivos
y planes propuestos. Una cadena de supermercados, con mucho arraigo en
el occidente del país,
contrató sus servicios, agobiada por la sustracción de
mercancías. En poco tiempo, Posada Carriles puso al descubierto
una red que incluía desde altos ejecutivos
hasta los cajeros, involucrada en esos hechos. Una sociedad financiera
-al parecer la desaparecida Credival; una de las empresas básicas
de Guayana
-probablemente Sidor- y una ensambladora en Valencia, desprovistas
de esquemas de seguridad, proclives a la fuga de información y vulnerables
al espionaje industrial, corrigieron fallas al contar con sus oficios.
En 1976, Luis Posada Carriles es procesado por la voladura del vuelo
CN-455, de Cubana de Aviación. Preso en cárceles venezolanas
durante diez años -de las
que se fugó en tres oportunidades-, dijo siempre a sus amigos
que era inocente, que el juicio en su contra "era una decisión política",
una detención prolongada sin sentencia lo hizo desconfiar-hasta
la incredulidad- de la justicia venezolana. El escape que protagonizó
en un recodo de la autopista del Este -desde uno de los muros del Retén
La Planta- se tiene como una acción individual, tan osada como exitosa.
A muchos les recordó la fuga del doble agente británico,
William Blake, quien pronto se integró al KGB soviético.
En cambio, meses después, tras abandonar la penitenciaría
General de Venezuela en San Juan de los Morros por la puerta principal,
Posada escapa en avioneta
con destino a Costa Rica. Una apreciación verosímil da
cuenta de un apoyo logístico, quizás de la CIA. Las crónicas
sucesivas de su probable participación
en ese pequeño infierno vietnamita que es El Salvador, lo perfilan
como un, diminuto ángel de la muerte; reconocido por Eugene Hassenfus,
el tripulante de
una avioneta averiada por los soldados sandinistas, como su jefe inmediato;
personaje intermitente de los recuentos hechos por agentes de la CIA en
Washington, Posada Carriles -se asegura- fue instructor (sin participar
en combate) de las fuerzas contras, pero en la frontera que separa Costa
Rica de Nicaragua:
allí supieron de su seudónimo, Basilio, tantas veces
escuchado en Venezuela.