En su país dejó los libros y la antropología
Dos meses antes de que las cámaras de televisión exhibieran
durante dos minutos su gesto
airado, con los brazos asidos por dos agentes de seguridad, mientras los
gritos, que
reivindicaban su vocación revolucionaria, parecían querer
romper las pantallas de televisión,
Lori Berenson visitó a su madre en Nueva York.
¿No te has casado?, le preguntó entonces la señora.
En la nota publicada por The New York Times en diciembre de 1995, aunque
resultaba
un dato importante, no se consignó la respuesta. De todas maneras,
detenida ya en
medio de un arsenal de armas que tenían el objetivo de apuntar a
las cabezas de los
congresistas del Perú, ella negaría la relación marital
con aquel panameño con quien se
había presentado como un matrimonio en busca de hogar.
¿Quién era esa estadounidense que de la noche a la mañana
aparecía en todas los
televisores? A mí se me acusa de haberme preocupado del sistema
de hambre y
miseria que hay en este país. Yo amo a este pueblo, aunque ese amor
me lleve
muchos años a prisión, gritó Berenson.
Aquella tarde de la presentación, 8 de enero de 1996, no llevaba
el traje rayado con el
que cabecillas como Abimael Guzmán habían sido mostrados,
sino el mismo con el
que fue detenida cuarenta días atrás: un jean negro, una
blusa blanca y un saco
morado remangado.
Días antes, la madre había recibido una segunda comunicación
de la hija que, lejos
de tranquilizarla, le crearon más dudas: necesito zapatos y ropa
interior, dicen que dijo
Lori nerviosa al otro lado del hilo telefónico y a las tres de la
madrugada, entre un mar
de miradas policiales que vigilaban el movimiento mínimo de sus
dedos.
Detrás de esa mujer de 26 años había una larga trayectoria
de oscuridad. Ella
reivindicaba su inocencia. Su abogado decía que Lori había
sido, en verdad,
engañada por los terroristas. La sentencia silenció su caso:
Cadena perpetua. Los
peritajes decían que en los planos manejados por los terroristas
para la toma del
Congreso había trazos de su mano. Incluso la policía indicó
que ella misma
preparaba tres veces por semana los alimentos que ingería el comando
emerretista.
Era sin duda el final del camino elegido en 1989 cuando, ante la sorpresa
de sus
padres, dejó los libros de antropología y los salones del
Instituto Tecnológico de
Massachusetts para encaminarse a El Salvador y luego a Nicaragua. Antes
de llegar
al Perú, las investigaciones señalan que se reunió
con Néstor Cerpa Cartolini,
camarada Evaristo, en Quito.