BETTY BRANNAN JAEN
--De la redacción de La Prensa
Washington -- El martes pasado, en Miami, durante una audiencia
que se
celebró ante el juez federal que presidió el juicio
de Manuel Antonio
Noriega, el abogado Jon May, uno de losdefensores del ex dictador
panameño, le dijo al magistrado William Hoeveler que presentaría
tres
testigos que describirían ``las acciones humanitarias''
de Noriega que el
juez debería tomar en cuenta para reducirle la sentencia.
Para muchos, no constituyó mayor sorpresa, al conocer el
nombre de los
componentes del trío, constatar que la CIA y la DEA (agencias
norteamericanas de inteligencia) sienten un amor apasionado e
inquebrantable por el ex dictador. Pero sí fue sorpresa
ver al ex embajador
de Washington en Panamá, Arthur Davis, en esa compañía.
El primero en atestiguar fue Donald Winters, jefe de la Agencia
Central de
Inteligencia (CIA) en Panamá entre 1983 y 1986. Lo siguió
el ex coronel
norteamericano Matías Farías, del servicio de inteligencia
militar de
Estados Unidos, y luego Arthur Davis, embajador de Panamá
entre 1986 y
1990.
Winters, Farías y Davis describieron una estrecha relación
de conveniencia
mutua con Noriega en la que éste fue muy servicial a los
intereses de
Estados Unidos. El general se reunía semanalmente con
cada uno de ellos,
lo que creaba una relación de creciente intimidad, incluso
con Davis.
Así, mientras que públicamente mantenían
una relación hostil, Davis
atestiguó que en privado él y Noriega desayunaban
juntos todas las
semanas y se trataban con una familiaridad que permitía
tanto chistes
como desacuerdos. Noriega es muy inteligente y tiene un gran
sentido de
humor, dijo Davis.
Entre otras cosas que ya se sabían, Winters, Farías
y Davis revelaron que
Noriega ofreció asilar al presidente filipino Ferdinand
Marcos en Panamá
cuando el gobierno de Reagan indicó que ese era su deseo.
El ex
embajador Davis agregó que fue el presidente Erick Delvalle
quien canceló
la oferta hecha por Noriega. ``Creo que fue una de las pocas
instancias en
que Delvalle se sobrepuso [a Noriega]'', observó Davis.
El testimonio de Winters, Farías y Davis dejó claro
que entre las astucias
de Noriega estuvo la percepción de que la mejor forma
de congraciarse
con Washington era sirviéndole de basurero. Además
de Marcos, fue
Noriega (y no Omar Torrijos) quien ofreció asilar al sha
de Irán.
También dio refugio a guerrilleros nicaragüenses y
a terroristas vascos.
Cuando el presidente chileno Salvador Allende fue derrocado por
la CIA y
Augusto Pinochet comenzó a matar gente al por mayor, Farías
dice que
Estados Unidos se preocupó ``por la mala publicidad''
que esto podría
causar, y otra vez buscó la ayuda de Noriega. Este ya
sabía qué hacer: su
oferta de asilo político en Panamá fue ``una acción
humanitaria'' que
``salvó cientos de vidas'', dijo Farías.
Igualmente, para Noriega no había maleante internacional
que no fuera
bienvenido en Panamá. Esto se compagina perfectamente
con el
testimonio que salió en su juicio, de que cuando los ``narcocapos''
colombianos se reunieron en Contadora en busca de un refugio
temporal,
Noriega los recibió personalmente diciéndoles:
``¡Bienvenidos,
muchachos!''; podrían quedarse a salvo en Panamá
todo el tiempo que
quisieran, pero claro que tendrían que pagar por el asilo.
Según recuerdo, el
precio era $100,000 por semana cada uno.
¿Cuánto le cobraba Noriega a Estados Unidos por
tener a Panamá de
basurero y por sus otros servicios? Según Winters, nada.
``Mientras yo estuve en Panamá, Estados Unidos jamás
le pagó al general
Noriega'', atestiguó Winters. Esto contradice lo que los
mismos abogados
de Noriega dijeron en el juicio, cuando adujeron que Estados
Unidos le
había pagado a su empleado entre $10 y $20 millones. Los
millones de
dólares en las cuentas bancarias de Noriega y en los clósets
de su casa no
eran procedentes del narcotráfico sino dinero recibido
de la CIA, decían
Frank Rubino y Jon May.
Ahora, sin embargo, han abandonado ese argumento para tratar de
hacer
ver que Noriega no servía a la CIA por dinero sino por
su corazón
humanitario.
Si Noriega recibía en Panamá a cuanto maleante quería,
durante el juicio
hubo testimonio de que también los recibía en su
casa. Por ello fue
significativo que Winters tuviera a bien describir en el estrado
de los
testigos la emoción que sintió cuando Noriega le
``extendió la cortesía'' de
ser el único norteamericano invitado a una de sus fiestas
de cumpleaños.
Lástima que nadie le preguntó a Winters quién
más estaba en la fiesta, en
qué consistían los festejos, y si él estaba
seguro de que Noriega no lo
estaba filmando para chantajearlo después. Se rumora que
ésa era una de
las tácticas favoritas de Noriega, trampa en que los pobres
gringos caían
una y otra vez; quizás algún día descubriremos
si eso motivó el testimonio
de Winters y de los demás. Pero los abogados de Noriega,
Frank Rubino y
Jon May, insistieron ante el juez Hoeveler en que los tres testigos
pro
Noriega habían comparecido por ``cuestión de conciencia''.
Aparte del amor intenso que los servicios de inteligencia sentían
por
Noriega, la audiencia del martes también confirmó
que esos servicios no
tenían el menor interés en que hubiera democracia
para Panamá y que
hubo pugna entre el Departamento y el Pentágono sobre
la política hacia
Noriega. El testimonio de Winters no incluyó la palabra
``dictador'' ni
mencionó jamás los derechos humanos y políticos
del pueblo panameño.
Farías sí mencionó el tema pero sólo
de la manera más deprimente. El
atestiguó, sin pena, que cuando Noriega le consultó
si debería celebrar
elecciones en 1989, le aconsejó que no lo hiciera. Mientras
Farías (como
militar estadounidense) le decía a Noriega que no celebrara
elecciones, el
embajador Davis (como diplomático estadounidense) dice
que él
presionaba para que sí las celebrara.
Obviamente, Noriega supo aprovechar la incompatibilidad de esas
dos
posiciones, pensando siempre que sus protectores en la CIA y
en el
Pentágono lo defenderían. Esos protectores incluían
a Bill Casey (director
de la CIA) que le dijo a Davis que Noriega era el perfecto agente
de
inteligencia. ``He's my boy'', dijo Casey.
Por último, el general Galvin (jefe del Comando Sur) también
le habló
elogiosamente de Noriega a Davis. Según David, Galvin
le dijo que
Estados Unidos había tenido mucha suerte en tener a Noriega
a la cabeza
del aparato militar panameño, que era uno de los ejércitos
más
profesionales de Latinoamérica.
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