Los Coronas burlaron a los asesinos
Cuartel Carlos Manuel de Céspedes
PEDRO MORA
BAYAMO.— Cuando el tiroteo despertó a los vecinos aquella
madrugada, los Coronas, como otros en el barrio, desconocían
totalmente su origen. Los padres buscando protección para sus
hijos, concentraron a los siete muchachos en el tercer cuarto de la
casa.
No era para menos: su vivienda, ubicada en la calle General García
No.164, en Bayamo, estaba separada del cuartel Carlos Manuel
de Céspedes por una pequeña y débil cerca de madera.
Por tanto, allí
se sentían con mayor intensidad aquellos disparos el 26 de Julio
de
1953.
Mientras los proyectiles silbaban por encima del techo, José
Corona, el padre, al sentir que en el patio de la morada penetraban
algunas personas, se arriesgó a abrir la puerta y vio ante sí
a tres
jóvenes vestidos de soldados. La pregunta fue rápida y precisa:
¿Y
ustedes qué hacen ahí?
"Es que se nos escaparon unos presos", respondió uno de ellos.
¿Presos? Ustedes están locos, respondió él
y en instantes accedió
a ayudar a Pedro Celestino Aguilera, Agustín Díaz Cartaya
y a otro
revolucionario asaltante, cuyo nombre aún no se ha podido
precisar.
"No tenía en aquel momento ningún nexo con la Revolución",
dijo el
viejo Pepe a este periodista en el aniversario 19 de la gesta.
"Nosotros ignorábamos lo que sucedía, pero prestamos ayuda
a los
muchachos. Ellos nos dejaron los uniformes y balas, lo cual de
cierta forma nos situaba en un trance difícil y peligroso. Pero
les di
ropas y ellos pudieron eludir la persecución del ejército".
Aquella valiosa ayuda de la familia originó que la soldadesca
intensificara el acoso sobre ellos. Les fueron practicados muchos
registros, buscaron hasta dentro de las botellas, y ese mismo día
a
las seis de la tarde Pepe Corona era detenido e interrogado.
ESCONDITE PARA LOS UNIFORMES
Ruth, la hija de Pepe, ahora jubilada después de casi cuatro
décadas de labor magisterial, recuerda con claridad lo ocurrido
la
mañana de la Santa Ana: "Los pasamos al cuarto, se quitaron
aquella ropa de soldados y utilizaron las que traían debajo. Pedro
Celestino Aguilera necesitó una guayabera y mi papá le dio
una que
tenía en un bolsillo un juego de pluma y bolígrafo. También
le
facilitamos zapatos, porque perdió uno de los suyos".
Pero... ¿qué hacer con los uniformes y las balas dejados
por los
revolucionarios en aquella vivienda tan cerca de la guarida
enfurecida? Realmente constituían una peligrosa prueba contra la
familia Corona.
"Los uniformes los picamos en pedacitos y con ellos hicimos
almohadas. Luego tuvimos temor de que dieran con ellos y los
enterramos en vasijas donde teníamos sembradas plantas
ornamentales. Recuerdo cómo mi mamá envió dos de esas
matas
para casa de un hermano, a varias cuadras de aquí, pero cuando
este supo lo que era, por miedo las devolvió en un coche", cuenta
Ruth.
LA NOTICIA DE LA AYUDA LLEGA AL CUARTEL
Esta incansable mujer bayamesa, dedicada ahora a
investigaciones culinarias, recuerda cómo las balitas las hicieron
desaparecer por los tragantes del drenaje hidráulico. Es enfática
al
precisar lo que ocurrió a su hermano David.
"Mi hermano era un muchacho y como no sabía, comentó en el
barrio lo que habíamos hecho para ayudar a los asaltantes del
cuartel de Bayamo. Aquello llegó al oído de los guardias
y comenzó
entonces una constante persecución. Después tuvimos que alquilar
una casa en la calle Céspedes, para huir de las represalias y las
torturas que bien podíamos oír desde nuestra casa por la
cercanía
con el cuartel."
Pero, ¿cómo lograron salir los tres jóvenes de la
casa de los
Corona, después de que los soldados de Batista desataran una
cruel represión? Ruth extrae de su memoria un hecho parte de
nuestra historia: "Después de bañarse, perfumarse y cambiarse
salieron. Pedro nos había pedido que los acompañáramos,
pero
Cartaya dijo que no, que sería más riesgo para nosotros.
Como
prueba de la ayuda me dejó un llavero con una pequeña moneda
mexicana incrustada, para que se lo presentáramos si algún
día
triunfaban".
Aquella mañana, la familia simuló salir de visita para comprobar
muy de cerca la salida de los jóvenes. Una pareja de soldados que
estaba en la calle General García, ni siquiera detectó que
allí se
iban tres de los asaltantes que lograrían escapar a la sanguinaria
cacería ordenada por el dictador. La suerte de otros no resultó
igual: de los asaltantes ninguno cayó en combate, diez fueron
asesinados en distintos sitios del territorio. Además, fueron
encontrados dos de los participantes en el Moncada.
Meses más tarde, los Corona recibían la noticia oficial de
que sus
nobles acciones habían tenido éxito. "Una noche llegaron
a la casa
tres personas, entre ellos el padre de Pedro Celestino y otro que
dijo ser Ramón Castro. Nos dieron las gracias por la ayuda y
devolvieron a mi papá el juego de pluma y bolígrafo que estaba
en la
guayabera. Los jóvenes habían escapado con vida...", expresa
Ruth.
Orgullosa de haber ayudado a una heroica causa que tuvo después
su Primero de Enero y ahora es faro y aliento para toda la
humanidad, su familia, como otras bayamesas, evitó que la mano
asesina pusiera fin a vidas de jóvenes pertenecientes a una
generación que no dejó morir al Apóstol.