López Portillo visto por Monsiváis
roberto ponce/apro
México, D.F., 17 de febrero (apro).- Dos afanes literarios del
expresidente José López Portillo y Pacheco (1920-2004) merecieron
sendas crónicas de Carlos Monsiváis y el recientemente fallecido
Óscar Hinojosa en el semanario Proceso, tras su sexenio.
La primera de Monsiváis, “López Portillo presentó su libro ‘Crónica desde La Colina’”, fue publicada en agosto de 1987 (Proceso 565. Hinojosa intituló la suya “‘Mis tiempos’, mil 300 páginas de autocomplacencia: López Portillo se defiende, defiende a sus amigos y se dedica al elogio de sí mismo”, aparecida en noviembre de 1988 (Proceso 628).
A continuación se reproducen aquí fragmentos de las mismas:
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La puerta estrecha
Sin numerosos guardianes, walkietalkies, edecanes, ayudantes, secretarios, choferes, soldados, guardespaldas o guaruras que desearían ser llamados "asesores balísticos", curiosos y legiones de automóviles, una fortaleza termina diluyéndose en el paisaje. Esto, es de preverse, no sucederá jamás con el conjunto residencial de la familia López Portillo-Romano, a la que el ingenio popular (seguramente encauzado por el ingenio impopular de los priistas resentidos) llamó la Colina del Perro, en honor a una de las tantas frases célebres de José López Portillo: "Defenderé el peso como un perro". Emitió tales palabras y lo demás fue historia: la avalancha de la crisis, la desaparición del horizonte promisorio de las clases medias, la conversión del FMI en el "destino nacional" con o sin retórica.
Y mientras esto sucedía, dice la leyenda, que nunca es de fiar pero que a estas alturas es imposible desmentir, el regente del DDF Carlos Hank González, lleno de sí, sonriente como el imperio de la fortuna, carismático como una ilimitada cuenta bancaria, le regaló a la familia López Portillo unos terrenos, allí al alcance visual de quienes fueran a Toluca o de allí vinieran, y convenció al presidente de mudarse al paraíso, buen clima, arboledas, el smog quedó atrás, quien bien trabaja vivir bien se merece. Y al presidente lo sedujo la idea de don Carlos –eso afirma la leyenda–, y se fueron edificando las casas, la protesta se desbordó, desglosada en fotos del voyerismo proletario y clase mediero, artículos exasperados, discursos mal temperados, chistes precedidos y sucedidos por la risa del rencor. Las cinco residencias adquirirán el aspecto majestuoso que sobre todo, les confería la ira circundante y los rumores se internacionalizaban. "La bañera es de oro". "El puro elevador costó una fortuna". "En cada guardarropa caben dos familias". "Para la construcción han empleado trabajadores del Departamento Central".
Vertido el rumor, nadie se molestaba en comprobarlo. ¿Para qué? Al cabo de un sexenio significado por la prosperidad que se prometió, alcanzó a algunos, salpicó a bastantes y se detuvo brutalmente, y por el saqueo jamás interrumpido, la Colina del Perro devino símbolo de la afrenta y para López Portillo su costo político fue elevadísimo. La Colina era el hecho provisto con la realidad de que jamás gozarían los chismes sobre el petróleo desviado al spot market, era la "arquitectura malvada" cuyo contenido se instituía desde el deslumbramiento exasperado. De ahora en adelante, quien mencione el afán faraónico de los políticos mexicanos hallará de inmediato la referencia visual: la Colina del Perro.
Esto tienen presente el jueves 27 de agosto los 600 invitados a la presentación del libro de José López Portillo, Ellos vienen... La Conquista de México, que publica Fernández Editores. Y entre ellos son muy notorios quienes vinieron por amistad, la gente de López Portillo, los que profesionalizan la frente en alto ante acusaciones y críticas. Bob de la Madrid, ex-gobernador de Baja California Norte; Alfonso Martínez Domínguez, ex-gobernador de Nuevo León; Rodolfo Landeros, ex-gobernador de Aguascalientes; Antonio Toledo Corro, ex-gobernador de Sinaloa; Guillermo Rosell de la Lama, ex-gobernador de Hidalgo. Si sus reputaciones (take it or leave it) son fruto de su esfuerzo personal, sus grandes oportunidades se deben a la sola, única, intransferible voluntad de JLP. Para ellos, venir a la Colina es demostrar algo más que gratitud personal: es ratificar su desdén ante la ingratitud popular.
"Le agradezco mucho que haya venido"
De la puerta de la calle a la entrada de la casa hay el kilómetro que recomienda todo manual de entrenamiento del buen ánimo de los invitados. Y a la puerta de su fraccionamiento familiar en Cuajimalpa, el expresidente, sonriente, afable, enérgico, tal y como (uno supone) él desearía ser recordado. Turtle-Neck blanco, traje azul marino. El es el comité múltiple: de recepción, de olvido programado de agravios, de alegrías por la lealtad, de extrañeza resuelta en un apretón de manos. Aquí está, como diría poco después, presidiendo su casa "abierta a la buena fe". Y la buena fe, queda clara, no es concertación ni reconciliación. ¿Ya para qué? Sólo, en los términos del anfitrión, espera paciente de la reconsideración histórica. "Oíd, niños de México. No hubo tal Docena Trágica".
Transcurrido el saludo (jerarquizado) del protocolo, la confiscación visual se extiende. Aquí está, desplegado, el gusto de José López Portillo: sus trofeos, sus cuadros, su actitud displiciente hacia los regalos durante el sexenio, su vanidad, su herencia. Y el público se divide entre quienes se alborozan ante la oportunidad de este museo voluntario e involuntario, y los que ya han venido una o muchas veces, entre ellos los antiguos colaboradores, quienes interrumpieron al mismo tiempo el reparto de la abundancia. Jesús Silva Herzog, Pedro Ojeda Paullada, Julio Rodolfo Moctezuma, Fernando Rafull, Pedro Ramírez Vázquez, Emilio Múgica, Gustavo Carvajal. A ellos ya no los entretiene la manía de catálogo que infesta la reunión, ¡ah miren estas sillas de montar del siglo XIX! ¡Qué criollas! No dejan de acercarse a la enorme vitrina que contiene las condecoraciones que recibió el licenciado. ¡Cuántas cruces, medallas, toisones, emblemas! Se necesitaría el pecho de Porfirio Díaz para que cupieran todas. ¡Cuántos cuadros de don José! La pintura sí que es su pasión, y allí prodiga los símbolos, las mezclas de enigmas prehispánicos y desciframientos postcortesiano. ¡Cuántos águilas y caballos! Son animales altivos y soberanos.
La familia López Portillo saluda a los invitados y éstos se esfuerzan por llevar a casa las despensas de anécdotas y encuentros sólitos e insólitos. El presidente de Televisa, Miguel Alemán Velasco, departe con doña Carmen Romano. El dramaturgo Luis G. Basurto y la pintora Sofía Bassi hablan de literatura con Margarita López Portillo. El ex-gobernador de Tlaxcala Tulio Hernández le confía al ex-gobernador de Quintana Roo, Pedro Joaquín Coldwell, los avances democráticos de la temporada. El PRI no se ha renovado. Se ha renovado la fe en el PRI. Y cada quien se desliza como puede, sinuosa o rudamente, en este vagón del metro de las jubilaciones y las actualizaciones, rodea la escalera de caracol en el centro de la sala, se desliza al jardín para frustrarse ante la falta de iluminación, se detiene ante el quinteto de cuerdas "Hidalgo", de Pachuca, que mana melodías tan antiguas que ya son postmodernas.
Y lo insalvable: la leve peregrinación a la biblioteca en espiral, el resumen pregonado del sentido de una vida, con cinco niveles y 40,000 volúmenes, dispuesta escenográficamente para concitar el estupor, cuántos libros encuadernados en piel, qué construcción moderna y clásica, cuántos bustos de héroes, cuántos folios y legajos, que discretas se entreveran las efigies del propio JLP con la de Juárez y Zapata, cuántos próceres a caballo y a pie, qué de animales altaneros. En el centro de este breve e impresionante monumento a la cultura de la humanidad y de su propietario, los libros del expresidente, Quetzalcóatl y Don Q, sus incursiones en la filosofía de la contradicción.
De dialéctica e historia patria
El representante de Fernández Editores inicia la presentación elogiando la obra "que amerita por sí sola el interés de todos aquellos que se preocupan por indagar en los caminos de nuestra identidad histórica". Y don Luis Fernández habla del señor escritor y pintor José López Portillo y uno recuerda que López Portillo siempre favoreció su imagen intelectual e incluso, cuando en su campaña para presidente asistió a la Universidad de Baja California a ver la dramatización de su ensayo filosófico Quetzalcóatl, declaró: "Vengo como autor, no como político".
Presenta "Ellos vienen..." el catedrático Mario Real de Azúa, en cuyo currículun figura La Fundidora fundida. Historia de la Fundidora Monterrey. El, recuerda el señor Fernández, ha tratado el tema de la identidad y de nuestras raíces desde hace 50 años, y sostiene una tesis naturalmente apasionante: Martín Cortés es el ilegítimo que marca la legitimidad de los mexicanos. (Ya uno lo suponía: el mestizaje es nuestro Registro Civil). El profesor Real de Azúa elogia, lo que según declara no es su costumbre, al ex-presidente por dejar la política y vivir inmerso (inmersión astronómica) en la biblioteca de su padre, de su abuelo, de su bisabuelo. Allí, invitado por una compañía productora francesa, decidió escribir un libreto para una o varias películas.
El catedrático se extiende con la felicidad de los seres al margen de la temporalidad. El ha leído tanto como López Portillo, y por eso le da gusto hablar con él del viejo Durán o de Francisco Cervantes de Salazar. El autor es un erudito y un filósofo que, como nadie, encara la dualidad Cuauhtémoc-Cortés, para contribuir a descreer que nuestros antepasados fueron violadores y violadas, que Cortés fue un aventurero, que Marina fue la traidora. JLP no toma partido como si estuviera en el Estadio Azteca. Cuando comprendamos esto, recapitula, vamos a marchar adelante con el corazón en alto y las manos limpias.
Falso final. El profesor continúa, algo encomia a su autor: "Los hombres de carácter no tienen estaciones de verano, no son puertas de llegada sino de escala". Y revela su desconcierto ante la dedicatoria del libro: "A Flora". El pensó: "¿De qué se tratará? El Canto y la Flor hacen la poesía. ¿Será esto? ¿O será Flora, la palabra latina? No, se trata de Flora Mariscal, una mujer culta, arquitecta. La felicito porque esta obra de José López Portillo le está dedicada". Otro falso final. Es tiempo de exhibir los pecados retóricos de su amigo, el escritor Manuel Mújica Laines, Manucho. El, una vez en su biblioteca, delante del profesor Real de Azúa, tomó un volumen y pronunció estas frases: "Libro pájaro. Pájaro-libro. Libre pájaro. Pájaro libre. Echate a volar llevando en el pico la comprensión y la simiente de la cultura nuestra".
El expresidente agradece a editores y público, y va al tema: "La vida para mí ha sido generosa. Me ha permitido continuar una vocación interrumpida por los años políticos. Y no volveré a interrumpirla... Me maravilla cómo el juego del azar en la vida le va dando sentido a muchas acciones. El milagro de la creación ha sudo una continua sorpresa de mí mismo". El reposo del guerrero. Uno casi cree oír de qué modo la autobiografía elude la autocrítica. El ingresó al servicio público a los 40 años de edad, le debió a amistades de juventud el ascenso vertiginoso, ganó y dilapidó la credibilidad pública, fue histórico de modo distinto al por él anhelado y ha vivido resistiendo la interminable destrucción de su imagen. Y que ese conocimiento sí lo afecta, lo demuestra su alegría ante este convivio , acudieron leales y desleales, amigos y murmuradores, exégetas y críticos, y el poder de convocatoria –uno supone– le refrenda su certeza: no se es presidente en vano, la vida de los aquí presentes hubiera sido distinta de ser otro el presidente de la República, pueden odiarme y canibalizarme pero yo he intervenido drásticamente en su privacidad, les he modificado planes de viaje y de traslados residenciales, les he dado poder y se los he negado.
Todos los orígenes son contradictorios
López Portillo desafía con el gesto a los millones de ausentes y apacigua con la mirada a los presentes. No ha extraviado en estos cinco años su tono pedagógico, la obsesión del profesor que al final del curso se ve recompensado por los aplausos de 80 millones de alumnos. El, en este libro, vuelve a algo que le es tan entrañable como la historia de nuestros orígenes contradictorios. "Por eso, dice, tiene razón don Mario cuando nos exhorta a la síntesis que todavía no se produce". (¿Qué tantos siglos nos faltarán para culminar la empresa del mestizaje?) El autor espera que su libro "concurra de alguna manera a tranquilizar nuestras sangres contradictorias. Le di al libreto un ritmo dialéctico que empieza con el nacimiento de Cuauhtémoc y termina con el nacimiento de Martín Cortés. Siempre los extremos destinados a penetrar. La síntesis de aquella paradigmática aventura para unos y dramática para otros define el destino que todavía no se resuelve con Martín Cortés".
A unos años del Quinto Centenario del encuentro un tanto forzado de los mundos, la discusión sobre la Conquista regresa, a veces en términos no muy comprensibles, entre oleadas alegóricas, y denuestos a Diego Rivera por su imagen de Cortés. Al presidente López Portillo, le importó sobremanera subrayar nuestra parte hispánica, y eso le valió la crítica de su devoción criollista. Pero hoy, ¿qué tan real es el dilema de la fusión y, de paso, qué posibilidades tendrá un tarahumara, un zapoteco o, como se dice hoy con tanta gracia racista, un naco, de formar parte del gabinete presidencial en 1988? En lo que a la nación se refiere, la síntesis racial dista mucho de haberse repartido equitativamente entre las porciones dialécticas.
Lo paradigmático. JLP habla de Hernán Cortés, fatalidad y azar, las dos grandes cuestiones filosóficas. Ahora sintetiza: "Quiero contribuir con esta obra, y lo digo con toda modestia, a darnos a los mexicanos un orgullo que la maledicencia y la mala fe nos está quitando. Quisiera que los mexicanos, pegados a nuestras raíces, nutriéndonos de ellas, recuperáramos el orgullo de nuestro pasado, la condición de nuestro destino...Este pueblo tiene que seguir siendo lo que es. Sé lo que eres, decía el oráculo de Delfos. Y yo digo: México, sé lo que eres. Si en alguna proporción puedo concurrir a este propósito, me daré por satisfecho".
El viejo estilo intacto. El espejo negro de Tezcatlipoca. Ya nos saquearon, no nos volverán a saquear. México, sé lo que eres. Si la frase no quiere decir mucho, y si los oráculos han sido substituidos por la industria académica, queda atender tan sólo al estilo de una generación, representada de manera óptima por José López Portillo. Ellos han vivido el poder como merecimiento y el país como auditorio. Han exhortado, negando las evidencias, justificado lo injustificables, encarnado el progreso, vivido a fondo el anacronismo. Su tiempo político ha cesado y sólo les quedan al alcance la escritura de sus memorias y la proferición de frases electrizantes. México, sé lo que eres.
Y por lo pronto, esa porción de México allí representada, no tan simbólica como sintomática, es la curiosidad, la admiración, el recelo silenciado, la búsqueda de autógrafos. El expresidente firma con denudeo algunos de los 500 libros obsequiados y los concurrente elogian la biblioteca, la colección de armas, los cuadros. Observo la foto donde JLP, de pants, corre con energía por el jardín transportando una bandera nacional. Y contemplo un cuadro donde el expresidente es la esfinge cuyo cuerpo es una pirámide de Teotihuacán. Al ser yo lo que soy, tomo notas y comprendo que una vez más la realidad trasciende cualquier propósito irónico.
JLP, visto por Hinojosa
Movido ostensiblemente por el apremio de defender y justificar su obra de gobierno, afán que suele impulsar a los políticos que deciden publicar memorias autobiográficas, el expresidente José López Portillo expuso en 1,300 páginas su versión de los actos más controvertidos del sexenio que lleva su nombre y descubrió entretelas de la vida palaciega, disputas en el gabinete presidencial ante asuntos cruciales, malquerencias de unos contra otros de sus secretarios y presiones de grupos económicos y políticos extranjeros, opero no sólo se abstuvo de revelar secretos de Estado a causa, según advirtió, de la responsabilidad que lo ata al sistema, sino que presumiblemente excluyó apuntes comprometedores.
Las 1,300 páginas propiciatorias de la polémica constituyen un arduo esfuerzo de López Portillo para vencer la "maledicencia" pública, fuente primordial según su visión de que los padecimientos y angustias del país se asocien con la gestión del grupo lopezportillista.
Uno de los afanes centrales de JLP sobresale en las páginas destinadas a explicar la construcción de la Colina del Perro, el inquietante conjunto de residencias que se convirtió dentro y fuera del país en paradigma de la corrupción sexenal y a justificar las designaciones de Rosa Luz Alegría y José Ramón López Portillo, pero también en los fragmentos dedicados a exponer los fundamentos de la nacionalización bancaria, la decisión más traumática y progresista del periodo 1976-1982.
Como lo hizo en su tiempo el expresidente Luis Echeverría, López Portillo rompió el silencio con todo el estruendo posible, mientras agoniza el mandato de su sucesor. Pero a diferencia de Echeverría, negado para la sintaxis, López Portillo, con mano suelta, es un mexicano que se pinta solo. Autorretrato, autobiografía: ensayo de narcisismo.
“Mis tiempos” es un libro a la altura de la épica vida de José López Portillo. Las dimensiones y el diseño corresponden a la visión de JLP sobre sí mismo: dos tomos de tamaño excepcional, 25 centímetros de alto por 18 de ancho, fotografía del autor desplegada en ambos volúmenes y reproducida en el canto, el prólogo firmado por Don Q, su personaje favorito, pinturas del propio López Portillo en las contraportadas y fotografías intercaladas a lo largo del texto.
Defensa y autocontemplación, Mis tiempos es un elogio de sí mismo y de los suyos, excepcionales si están a su lado. Cruzan todo el libro los juicios generosos sobre los amigos, casualmente también colaboradores suyos, de atributos y méritos que sólo contados seres humanos llegan a poseer. Seres sin par, casi míticos, los que figuran a los costados del presidente López Portillo: Carlos Hank, Jorge Díaz Serrano, Rosa Luz Alegría, Guillermo Rosell, Roberto de la Madrid, José Ramón López Portillo. José López Portillo: Zeus al mando del Olimpo.
Un sentimiento de culpa recorre toda la obra. Como alma en pena que busca reposos, asume también la justificación de los rasgos discutidos de su personalidad: la espontaneidad que llegó al llanto en momentos cumbre, extremo vedado a políticos de onerosa responsabilidad, y la frivolidad que lo indujo al gozo de los placeres que propiciaba su posición privilegiada.
Compuesto de apuntes que escribió desde el primero al último día del sexenio, prácticamente, con agregados que redactó después de su separación del poder y un ensayo autobiográfico que ocupa la mayor parte del primero de los dos volúmenes, el testimonio personal de JLP es sometido "a la consideración de todos, con la humildad que el juicio de la historia impone" y con el fin de "informar inclusive a quienes parten de la mala fe" y a "quienes viven de la difamación", para contribuir a que su responsabilidad nacional e histórica no se reduzca a "unas cuantas frases difamatorias que se repiten sin estudio ni pruebas".
Las fijaciones de López Portillo saltan a la vista. Una de ellas, la prensa, es una obsesión próxima al delirio de persecución, no sólo al final, dramático, sino aún al principio, promisorio, del sexenio. Y ya después, también. A los reproches director o implícitos a la prensa, López Portillo agrega la frase del absolutismo perdonavidas: "La he dejado libre... no la he querido comprar".
En las páginas 1,181 y siguientes encara el asunto de "Las casas, famosas casas" de la colina de Cuajimalpa.
En sus notas personales se plantea el problema por primera vez el 27 de febrero de 1982:
"(...) Todo lo que viene, de aquí a mayo, será el manejo
difícil de la crisis, sin quedar bien con nadie y con la conciencia
de que he caído en tentaciones (casa en Acapulco, casas para mis
hijos y para mí), ¿tengo o no derecho a ello? Esa es mi pregunta
para sentirme con autoridad moral o sin ella. ¿En dónde y
cómo debo vivir como expresidente? ¿Como todos hasta ahora?
Creo que me he aprovechado de las ventajas; pero no he sinvergüenceado.
Ni contratos, concesiones, licencias, privilegios, beneficios, especulaciones.
He admitido regalos sin que se asocien con algo que tenga o no que hacer.
Pero es malo. No me siento con autoridad moral. Seguro que tendré
que tomar decisiones en forma de una gran catarsis, suya oportunidad habré
de esperar. Tentación, penitencias, previa confesión, es
el esquema de la vergüenza moral. ¿Tengo derecho a casa en
Acapulco y aquí? ¿Cómo debo vivir? En fin, ya veremos."