El Generalísimo y el Paladín
PEDRO A. GARCÍA
Se conocieron en 1873, tras la caída en combate de
Ignacio Agramonte. Máximo, Gómez había sido
designado como sucesor del Mayor en la jefatura de
los mambises del Camagüey. Serafín Sánchez era
entonces un joven capitán de infantería, recién
ascendido por sus méritos en acciones de guerra.
Juntos combatieron en Las Yaguas, La Sacra, Santa
Cruz. Congeniaron enseguida. Cuando la invasión a
Las Villas (1875), Gómez lo mantuvo siempre a su lado, pues su
subalterno conocía muy bien la región y era muy querido por
sus
pobladores, y le asignaba grandes responsabilidades en el mando
de hombres o le confiaba misiones riesgosas para las que se
requerían cualidades especiales.
DOS HÉROES
Máximo Gómez nació el 18 de noviembre de 1836, en
Baní,
República Dominicana. Emigró a Cuba y se sumó a la
causa
independentista. Guió a los mambises en la primera carga al
machete, en Pinos de Baire. Fue el vencedor de mil batallas, el
estratega brillante de las invasiones a Guantánamo (1871), Las
Villas (1875) y Occidente (1895).
Cuentan que era de buena estatura, flaco, de tez trigueña, mirada
viva y penetrante. Organizador enérgico, lo calificaba Martí,
"de
quien solo grandezas espero". Donde él está, añadía,
"está lo sano
del país, y lo que recuerda, y lo que espera". Sus compañeros
de
lucha le llamaron de muchas formas pero la historia lo reconoce,
para siempre, como el Generalísimo.
Serafín Sánchez era oriundo de Sancti Spíritus. Había
nacido el 2
de julio de 1846. "De soldado anduvo toda Cuba y adquirió gloria
justa y grande", solía decir Martí de su quehacer en las
guerras del
68 y Chiquita. "Uno de los hombres de más dignidad y entereza que
conozco... No es hombre que tiende la mano sino que la pone al
trabajo".
Sus coetáneos lo describían de alta estatura, apuesto, de
trato
generoso y amable. Rápidamente se captaba a los demás,
afirmaban, pues tenía el don maravilloso de la atracción.
Uno de
sus biógrafos, el historiador Gerardo Castellanos, le impuso el
apelativo de El Paladín por su valentía y sus hazañas
en las gestas
independentistas.
Tras el fracaso de la Guerra Chiquita, Serafín marchó al
exilio. Hijo
de terrateniente, no le importó convertirse en escogedor de tabaco
y compartir penas y alegrías con el proletariado cubano en Key
West. Organizó clubes revolucionarios y se adhirió al Partido
de
Martí. Fue pieza clave en el acercamiento entre el Apóstol
y Máximo
Gómez.
ABRAZO DE CAMPAÑA
El fracaso de la expedición de Fernandina impidió que tanto
Gómez
como Serafín llegaran a Cuba con el inicio de la Guerra. El
Generalísimo desembarcó en abril de 1895, con Martí
y una mano
de valientes, por Playita. Sánchez lo haría meses después
en una
gran expedición que arribó por tierras espirituanas. Ya el
Maestro
había caído en combate.
El 3 de noviembre, según relata un testigo presencial, "se dan el
primer abrazo de campaña los dos viejos compadres. Gómez
estaba más viejo, (...) pero siempre ágil, nervioso y heroico".
Serafín, más robusto, "marcial y jovial con los viejos compañeros".
El general y cronista mambí Bernabé Boza lo recordaría
"muy
simpático a pesar de ser serio", y como alguien muy culto. "Sus
soldados, a quienes más hay que creer en este sentido, dicen que
es muy valiente".
Con Maceo y Gómez, Serafín derrochó valor en Mal Tiempo,
Calimete y Coliseo. El Generalísimo lo destinó a Las Villas
primero,
para organizar la región lo mejor posible, y luego a Oriente, "a
ver la
manera de cómo traer un contingente de infantería" para reforzar
a
los mambises de Occidente.
El espirituano cruzó varias veces la Trocha de Júcaro a Morón.
El
10 de octubre de 1896 lo hizo por última vez. En su patria chica,
propinó una serie de derrotas sucesivas a los españoles.
El 18 de
noviembre, en el Paso de las Damas, enfrentó con 800 mambises
a una fuerza enemiga de casi 3 000 efectivos. Una bala de máuser
le atravesó el cuerpo de hombro a hombro en medio del combate.
El Generalísimo decretó 5 días de duelo en el Ejército
mambí por la
muerte del Paladín. En una comunicación de su cuartel general,
se
expresaba: "Cumple a los hombres de esta guerra de
independencia no derramar lágrimas ante la tumba de sus héroes,
sino sobre la cruz de ellos, jurar una vez más el propósito
firme e
inquebrantable de continuar combatiendo hasta lograr el triunfo o
perecer en la demanda".