Desembarco cubano en Machurucuto, 1967
Demetrio Boersner
Luego del derrocamiento de las dictaduras de Marcos
Pérez Jiménez (1958) y de Fulgencio Batista (1959), los pueblos
democráticos de Venezuela y de Cuba se
sintieron íntimamente unidos en un anhelo
común de liberación latinoamericana. Lamentablemente, su
alianza se rompió a partir de 1961 por los caminos
ideológicos y estratégicos diferentes
que escogieron sus respectivas fuerzas gobernantes, en parte por voluntad
subjetiva y en parte impulsadas por las
circunstancias objetivas del momento histórico.
Para 1962, ya había cundido entre los dos bandos la violencia armada.
Esa situación perduró hasta 1968, año en
que Cuba revisó su política exterior.
En muy tempranas horas de la mañana del viernes
12 de mayo de 1967, me llamó con urgencia el canciller venezolano,
doctor Ignacio Iribarren Borges, y me
pidió acudir a su despacho con la mayor prisa.
Yo era, en esa época, su asesor político personal y además
disfrutaba de la confianza del presidente Leoni. Me
enteré de que, en la noche del miércoles
10 al jueves 11 de mayo, nuestro Ejército había capturado
a dos miembros activos de las fuerzas armadas cubanas en el
acto de desembarcar a guerrilleros venezolanos entrenados
en Cuba, en la playa de Machurucuto, frente al extremo oriental de la Laguna
de Tacarigua. Otro
militar cubano había muerto durante la operación.
Los cubanos capturados -primer teniente Manuel Gil Castellanos y miliciano
Pedro Cabrera Torres- habían sido
interrogados por el SIFA (hoy en día denominado
DIM) y habían firmado confesiones que serían dadas a conocer
a la prensa. Yo debía encargarme del manejo
diplomático del asunto, y trabajar en coordinación
con el ministro del Interior, Reinaldo Leandro Mora, el ministro de la
Defensa, general Ramón Florencio Gómez,
y el general Martín Márquez Añez.
El día lunes 15 de mayo, acompañé
al canciller a una reunión en la que participaron, además
del presidente Raúl Leoni, los señores Leandro Mora, Iribarren
Borges, Gonzalo Barrios, Luis Beltrán Prieto
Figueroa, Jóvito Villalba, Jaime Lusinchi, Manuel Mantilla, Pedro
París Montesinos, Raúl Nass, David Morales Bello,
general Ramón F. Gómez, general Márquez
Añez y otros. Todos los participantes -incluidos los doctores Jóvito
Villalba y Luis Beltrán Prieto- estuvieron acordes en
denunciar a Cuba ante la comunidad internacional,
por intervención o agresión militar contra Venezuela. En
cambio hubo matices con respecto a la forma de
proceder y el alcance de nuestra denuncia. Al final
se acordó por consenso: solicitar una reunión de consulta
de la OEA sobre la base de los artículos 39 y 40 de su
Carta, absteniéndonos de invocar el Tratado
Interamericano de Asistencia Recíproca. Igualmente se decidió
hacer llegar la denuncia, a título informativo, a las
Naciones Unidas.
A propósito de ese proceder moderado, me dijo
el general Márquez Añez con preocupación, en conversación
privada: "Los generales comprendemos que los
medios de acción diplomáticos son
limitados. Pero en alguna forma deben ustedes demostrar que se está
defendiendo lo que el poeta llama el sagrado suelo de la
patria. Así lo siente el pueblo. Y hay subalternos
nuestros que no tolerarían que sus superiores, responsables de la
defensa nacional, tuviesen una actitud pasiva.
Dirán: '¿Para qué sirven entonces
estos generales?'" La OEA envió a Venezuela una comisión
investigadora que durante los días 24 y 25 de junio realizó
inspecciones imprevistas, y recibió de mis
manos un informe y planteamiento general que redacté a su solicitud.
Ese documento sirvió de base para que una
reunión de cancilleres de la OEA, posteriormente,
condenara la injerencia cubana en Venezuela.
Afortunadamente, la rectificación castrista
del año siguiente cambió el panorama de las relaciones venezolano-cubanas
y abrió el camino a una convivencia
normal, que debería ser de respeto y amistad,
sin desconocer las profundas diferencias entre los dos modelos.