"Yo enterré al Che"
Exiliado rastreó al Che para vengar suicidio de su padre
JUAN O. TAMAYO
Redactor de El Nuevo Herald
El 17 de octubre, los principalesdirigentes de la revolución
cubana
se van a reunir en la ciudad de Santa Clara para una ceremonia
sin
paralelo en la historia de Cuba. De Fidel Castro para abajo,
estarán
presentes en la base de una estatua de bronce de 22 pies de alto
en una
plaza de la ciudad. Allí, con toda la reverencia y solemnidad
de una
misa, enterrarán los huesos, perdidos durante muchos años,
del
legendario Ernesto ``Che'' Guevara, uno de los fundadores de
la
revolución y símbolo mundial de los futuros rebeldes.
Al pie de la enorme estatua, a los 30 años exactos de su
muerte,
habrá discursos y lágrimas. Hablarán de
los sueños del Che, de
su vida espartana, de su fervor revolucionario. Quizás
hasta de su
captura y ejecución en las selvas de Bolivia.
Pero no es probable que en todos esos discursos alguien vaya a
mencionar a un veterano combatiente de origen cubano llamado
Gustavo
Villoldo.
Si Villoldo estuviera en Santa Clara el 9 de octubre pudiera contar
muchas historias. Pero por otra parte, quizás no pudiera
llegar vivo.
A los 61 años, delgado, de cinco pies nueve pulgadas de
estatura, una
incipiente calvicie y la tez tan rubia que casi parece escandinavo,
Villoldo
es la perfecta imagen del abuelo y el propietario agricultor.
Pero éste fue el agente de la Agencia Central de Inteligencia
(CIA) que
persiguió al Che, que lo rastreó desde el Caribe
hasta Africa y de allí a
América Latina, para vengar la muerte de su padre y luchar
contra el
comunismo de Castro.
Fue Villoldo quien recogió el cuerpo del Che, que estaba
en la lavandería
de un hospital en la selva boliviana, en 1967, y lo enterró
en secreto,
para negarle la posibilidad a La Habana de reverenciar los restos
como
un monumento a la revolución.
Y fue Villoldo el que se ofreció este verano para desenterrar
los restos,
desatando una carrera tripartita por los preciados huesos, en
una lucha
entre Villoldo, los cubanos que querían ganar una histórica
batalla de
propaganda y los bolivianos que querían una atracción
turística.
Villoldo ha decidido romper el secreto, en su primera descripción
pública
del entierro del Che en 30 años, y su historia contradice
la versión
cubana de cómo recuperaron los huesos de Ernesto Guevara.
``Tan seguro como que estoy aquí puedo decirle que sé
exactamente
cuántas personas enterré y exactamente dónde
las enterré'', dice
Villoldo.
El centro de la historia de Villoldo es la muerte de su padre.
Comienza la historia...
Pocos días después del derrocamiento de Fulgencio
Batista, el 1ro. de
enero de 1959, el joven Villoldo fue arrestado durante 10 días
y acusado
por un cesanteado empleado de la agencia de automóviles
y planta de
ensamblaje que poseía su padre en La Habana. Y pocos días
después, el
Che personalmente ordenó la ocupación de la firma,
Villoldo GM, y su
parque de unos 360 vehículos, alegando que había
recibido injustas
exenciones tributarias de Batista.
``El 16 de febrero de 1959, mi padre se suicidó'', recuerda
Villoldo. ``Se
tomó una botella completa de pastillas para dormir y dejó
una serie de
notas para su familia, acusando a los `barbudos' de arruinarlo.
Todavía
las guardamos''.
Villoldo se fue de Cuba 29 días después e inmediatamente
se unió a los
exiliados anticomunistas en Miami. Como jefe de inteligencia
y seguridad
del ala aérea de la Brigada 2506, participó en
dos vuelos en B-26 sobre
Bahía de Cochinos pero eludió ser derribado y regresó
sano y salvo a la
pista secreta en Nicaragua denominada Happy Valley.
Villoldo se ganó entonces una comisión como segundo
teniente en el
Ejército de Estados Unidos para entrenarse en guerrillas
y tácticas
contrainsurgentes. Se trasladó a la CIA en 1964.
Villoldo se infiltró entre 30 y 40 veces en Cuba por períodos
que
comprendieron entre unas horas y 20 días, en misiones
de sabotaje y de
otro tipo, tanto de la CIA como de otras agencias de inteligencia,
entre
1959 y 1971, un conteo confirmado por un ex oficial de la CIA
que lo
conocía de aquella época.
Hizo trabajos clandestinos contra grupos insurgentesizquierdistas
de
Guatemala, el Congo Belga, Bolivia y Ecuador. Se retiró
de la CIA en
1970.
Entra en acción la CIA
A principios de 1965, la CIA comenzó a oír rumores
sobre el plan del
Che de exportar la revolución castrista. Inmediatamente,
los oficiales de
la CIA pusieron a Villoldo y a otros cubanoamericanos tras la
pista del
argentino.
Villoldo dirigió a un grupo de agentes cubanoamericanos
de la CIA, que
fue al Congo más tarde ese año. El Che apenas tuvo
tiempo de escapar,
cruzando a la cercana Tanzania con otros 120 cubanos, después
que el
gobierno aplastó a las fuerzas insurgentes.
Las órdenes de Villoldo en la CIA eran de localizar al
Che, recuerda,
``pero mi intención era cogerlo, vivo o muerto''.
Del Congo y luego de varios meses de recuperación física
y mental, el
Che pasó a Bolivia, donde apenas estuvo 12 meses. Los
últimos cuatro
los pasó huyendo de un batallón de Rangers del
ejército boliviano,
entrenados por los Boinas Verdes del Ejército de Estados
Unidos y
asesorados por un equipo de tres exiliados cubanos que trabajaban
para
la CIA. Un funcionario de la CIA que dirigió la operación
de Bolivia ha
confirmado que Villoldo era ``el principal agente en el terreno''.
Dos de los otros tres hombres de la CIA, el radio operador Félix
Rodríguez y el asesor de la policía urbana José
García, ofrecieron sus
propias versiones en libros sobre la cacería del Che.
Pero el jefe del equipo, Villoldo, ha mantenido su versión
de los sucesos
para sí mismo, hasta ahora.
Entre sus tareas estaba evaluar la información obtenida
del interrogatorio
al escritor Regis Debray, que había sido capturado tras
visitar al Che en
la selva boliviana. Villoldo dijo que Debray ``habló hasta
por los codos''.
El Che, de 39 años, fue herido y capturado en una emboscada
el 8 de
octubre de 1967. Dos Rangers bolivianos lo ejecutaron al otro
día, en
una escuela de ladrillos de barro en el pueblo de La Higuera,
obedeciendo órdenes del dictador militar de Bolivia, René
Barrientos.
El cadáver del Che fue llevado el 9 de octubre a una granja cercana
en
Vallegrande, donde los Rangers que lo persiguieron habían establecido
una base cerca de un aeródromo. El cuerpo fue exhibido a campesinos
y
periodistas las próximas 24 horas, en una camilla colocada sobre
un mostrador
de cemento en la lavandería del hospital de Nuestra Señora
de Malta. Luego
desapareció 30 años.
Gary Prado, el capitán que mandaba la compañía
de
Rangers que capturó al Che, y que posteriormente llegó
a
general, insistió durante años en que el cuerpo
había sido
cremado y las cenizas aventadas. Otros murmuraban
que había sido tirado desde un helicóptero en lo
profundo de la
selva.
Se desentierra una leyenda...
Pero luego, a fines de 1995, el general boliviano retirado Mario Vargas
dijo al autor norteamericano John Lee Anderson, que estaba escribiendo
una biografía del Che, que el cuerpo había sido
enterrado cerca de la pista
de Vallegrande. Posteriormente, Vargas admitió que había
basado su historia
en rumores que, irónicamente, resultaron correctos.
Súbitamente, el pueblecito de 8,000 habitantes estaba lleno
de
antropólogos forenses y geólogos cubanos. Se las
arreglaron para ubicar
cinco restos, apenas una fracción de los 32 guerrilleros
muertos en el
área en 1967 y enterrados en tumbas sin marcas.
Pero durante los 16 meses siguientes no hubo indicios del cuerpo
del
Che.
Entonces, en la primavera, Villoldo reapareció e hizo un
ofrecimiento de
gran impacto.
En un mensaje enviado el 23 de abril y hecho llegar clandestinamente
a
Aleida, hija del Che y partidaria de Castro que vive en La Habana,
Villoldo ofreció personalmente desenterrar los restos
del Che y
entregárselos por razones humanitarias.
Villoldo escribió que sólo dos años antes
había creído que los restos del
Che deberían de permanecer escondidos. Pero varios factores,
añadió,
lo habían llevado ``a una profunda reconsideración''.
``No he renunciado a los principios personales, ideológicos
y políticos
que me llevaron a luchar contra Ernesto `Che' Guevara'', le escribió
a
Aleida. ``Pero de la misma forma en que Estados Unidos quiere
tener los
restos de sus muertos en Corea y Vietnam, la viuda y los hijos
de
Guevara también tienen el derecho a reclamar su cuerpo''.
Puso dos condiciones. No quería política ni propaganda,
porque no
quería exponerse a los ataques de los exiliados de Miami
que pudieran
discrepar de su decisión de cooperar. ``Soy un exiliado
político y vivo en
una difícil sociedad de exiliados, cargada de múltiples
presiones''.
Y quería control exclusivo de toda la publicidad. Dijo
que cualquier
ganancia derivada de la casi segura explosión publicitaria
debía donarse
a becas destinadas a estudiantes bolivianos de medicina.
Ahora Villoldo reconoce haber tenido otra preocupación:
puesto que era
probable que los huesos del Che fuesen recuperados tarde o temprano,
ya que después de todo los cubanos excavaban en el sector
correcto,
participar en las excavaciones le restaría lustre al probable
triunfo de
Castro.
Pero, en realidad, la oferta de Villoldo desató una carrera
por los restos
entre los cubanos, Villoldo y hasta los mismos bolivianos, que
querían
mantener la tumba del Che en Vallegrande como atractivo turístico
y
monumento político.
``Me dijeron que a Fidel le dio un ataque porque no podía
permitir que
el `gusano' que asesoró al ejército boliviano en
la cacería del Che y el
hombre que sabía dónde estaba enterrado fuera el
hombre que lo
devolviera a Cuba''.
Mientras, los funcionarios municipales de Vallegrande declararon
que los
restos del Che eran ``patrimonio nacional'' y declararon una
moratoria a
las excavaciones hasta mediados de junio.
Villoldo había contratado a una firma cuyo radar de búsqueda
en tierra
pudiera localizar el lugar de la tumba del Che, en caso de que
le fallara la
memoria, y negoció en Miami con un equipo de televisión
de tres
miembros para filmar la búsqueda.
Niega haber querido publicidad para él mismo. ``Quería
que la historia
supiera exactamente cómo sucedieron las cosas'', dijo.
Villoldo había hecho reservaciones en un vuelo del 26 de
junio de Miami
a Bolivia y, tras mucho cabildeo, consiguió permiso de
búsqueda del
ministro de Recursos Humanos de Bolivia, Franklin Anaya, ex
embajador en La Habana y autor de un libro simpatizante con el
régimen
cubano, que actuaba como enlace boliviano con los antropólogos
cubanos.
Posteriormente, la prensa alegó que Anaya y el presidente
boliviano
Gonzalo Sánchez de Lozada habían llegado a un acuerdo
con Castro
para favorecer al equipo cubano.
Esas versiones no pudieron confirmarse pero Anaya canceló
súbitamente
las reservaciones aéreas de Villoldo. Este apeló
al presidente Sánchez de
Lozada y nuevamente recibió autorización para viajar
a Bolivia. Pero
amigos bolivianos le aconsejaron que se quedara en Miami, dijo
Villoldo.
``Mis amigos me dijeron que Castro conocía de mi llegada
y que había
algunas posibilidades de que los cubanos tomaran algunas medidas
contra mí'', dijo Villoldo. ``Basado en la advertencia.
. . decidí esperar y
ver qué pasaba''.
Lo que pasó fue una carrera cubana para encontrar el cuerpo.
Sólo 18 dias después de que la carta de Villoldo
llegase a Aleida
Guevara, y un día después de concluir la prohibición
municipal de
excavar, los cubanos lanzaron una operación de búsqueda
por los restos
del Che de una intensidad sin precedente en los 16 meses anteriores
de
excavaciones.
El gobierno del presidente Sánchez de Lozada había
ordenado que todas
las excavaciones se suspendieran el 28 de junio, aparentemente
debido a
la elección de un nuevo presidente boliviano, Hugo Bánzer,
el 2 de junio.
Bánzer, dictador militar en los años 70, es conocido
por sus escasas
simpatías por el Che, por Castro o por Cuba.
En realidad, Bánzer, que había prestado juramento
en agosto, se había
comprometido a investigar el papel de su predecesor en ayudar
a los
cubanos a rescatar los restos del Che, y a investigar informes
de prensa
de que Anaya pudiera haberse beneficiado personalmente con los
derechos de publicidad para la historia de la excavación.
Los excavadores cubanos estuvieron reunidos hasta las 4 a.m. del
28 de
junio, para decidir dónde concentrar su último
día de excavación,
recuerda Alejandro Incháurregui, miembro de un equipo
de antropólogos
forenses argentinos llamado para ayudar a los cubanos.
Las inspecciones del radar de tierra realizadas por el equipo
cubanoargentino a principios de 1997 habían revelado una
docena de
puntos donde la tierra estaba removida y pudiera indicar tumbas
secretas, o quizás rocas desplazadas o árboles
caídos. De éstos, tres en
particular tenían características de artificiales.
Fue allí donde decidieron
excavar. Con una retroexcavadora.
En el primer punto, pusieron la excavadora para que levantara
cuatro
pulgadas de tierra en cada pase. Casi dos horas más tarde,
golpearon
roca sin haber hallado ningún signo de huesos. Se trasladaron
al punto 2.
Dieciocho pases de excavadora más tarde, a casi exactamente
seis pies
de profundidad, la pala rompió partes de un esqueleto
humano.
Lo que los cubanos habían encontrado eran siete cuerpos,
en dos grupos
de tres y cuatro, separados por 2.5 pies, enterrados en un pozo
situado
entre la vieja pista de tierra de Vallegrande al norte y el cementerio
aledaño al sur.
Hubo júbilo cuando se halló el segundo cuerpo, que estaba
en el medio del
grupo de tres, y se descubrió que no tenía manos. Las
manos del Che
habían sido amputadas tras su muerte como prueba de la misma.
Pero los restos del Che todavía tenían que ser oficialmente
identificados
por funcionarios del gobierno de Bolivia, para que pudieran ser liberados
y
llevados en avión a Cuba.
Y así, en la oscuridad de la noche del 5 de julio, una
caravana de 10
vehículos hizo un viaje de cinco horas, una carrera de
150 millas a gran
velocidad por traicioneros caminos de montaña, para transferir
los restos
a la capital provincial de Santa Cruz.
Luego, los restos sin manos fueron rápidamente identificados.
Los
dientes concordaban perfectamente con un molde plástico
de los dientes
del Che hecho en La Habana, antes de que saliera para el Congo,
para
que se le pudiera identificar en caso de morir en combate.
Y había un elemento adicional, que reveló al Herald
Jaime Nino de
Guzmán, que fue mayor del ejército boliviano y
piloto de helicóptero en
1967 y que había visto vivo al Che como prisionero en
La Higuera
mientras transportaba oficiales y suministros.
Che tenía muy mal aspecto, recordaba Nino de Guzmán
el mes pasado
desde su casa de La Paz. ``Me dio pena, se veía tan terrible,
que le di mi
bolsita de tabaco importado para su pipa. Sonrió y me
dio las gracias'',
recordó el piloto en una entrevista telefónica.
Treinta años después, dijo Incháurregui,
él estaba inspeccionado un
chaleco azul desenterrado cerca de donde se habían encontrado
los
restos sin manos y encontró un pequeño bolsillo
interno, casi escondido y
aparentemente pasado por alto por los soldados que registraron
el
cuerpo del Che. Dentro tenía doblada una bolsita de picadura
de tabaco.
Con todo, queda un misterio. La tumba donde los cubanos encontraron
los otros siete restos no concuerda en detalles significativos
con la tumba
donde Villoldo dice que enterró al Che y a otros guerrilleros.
``No puedo explicarlo'', dijo. ``Ese fue el momento más
importante de mi
vida y puedo recordar detalles como si hubieran acabado de pasar
aquí
mismo. Y no juegan''.
Villoldo oyó sobre la captura del Che cuando estaba en
un puesto
avanzado de los Rangers en una aldea cercana. Villoldo se apresuró
a ir
a Vallegrande. Llegó el 9 de octubre, sólo dos
horas antes de que el
helicóptero con el cadáver del Che aterrizara en
una pista de tierra
repleta de centenares de periodistas y curiosos.
Al otro día, el 10 de octubre, altos jefes militares bolivianos
y Villoldo se
reunieron en el restaurante del único hotel de Vallegrande,
el Hotel
Teresita, de dos pisos, para discutir qué hacer con los
restos del Che,
recuerda.
Los comandos del ejército finalmente decidieron amputarle
las manos al
cadáver para identificación futura, y después
enterrar el cuerpo en
secreto. El jefe del ejército, el general Alfredo Ovando,
asignó a Villoldo
la ejecución de las órdenes. Los periodistas bolivianos
retrataron a
Villoldo mirando por encima de los hombros de los dos médicos
que
hicieron una rápida autopsia, y después de haberse
ido la prensa, se le
amputaron las manos al cadáver.
Fue entonces cuando Villoldo le cortó un mechón
de la escasa cabellera,
para dárselo a un boina verde de Estados Unidos que se
lo pidió. Pero
admitió con cierta renuencia que él se quedó
con parte del mechón.
Todavía tiene el mechón, pero no lo ha mostrado
nunca en público.
Villoldo dice que le dieron un guardia de seguridad, un chofer
para
transportar el cadáver y otro chofer para la niveladora
que se usaría para
enterrarlo.
Durmió una siesta y despertó aproximadamente a la
1:45 a.m. y se
dirigió a la lavandería del hospital. El cadáver
del Che estaba encima de
un lavadero de la lavandería. En el piso de tierra, a
un par de pies de
distancia, estaban los cadáveres de otros dos rebeldes.
Es el mismo escenario descrito por el piloto de helicópteros
Nino de
Guzmán y por Alberto Suazo, que en 1967, cuando era un
joven
reportero de United Press International, vio el cadáver
del Che en el
hospital, y recuerda haber visto otros tres o cuatro cadáveres
de
guerrilleros colocados en el patio, detrás del hospital,
lo cual concuerda
con el relato de Guzmán de haber transportado siete cadáveres.
Villoldo insiste en que él sólo vio los cadáveres
del Che y de otros dos
personas.
Villoldo ordenó a sus ayudantes que pusieran los tres cadáveres
en el
camión. Fueron a la pista de aviones en medio de una oscuridad
total
hasta que vieron un lugar que parecía bueno, cerca del
cementerio de
Vallegrande. Le dijo al chofer que se detuviera.
El lugar estaba al sur de la pista de aterrizaje y al oeste del
cementerio,
en una zona donde ya una niveladora había estado operando,
de modo
que una fosa recientemente excavada no se haría notar,
según dice
Villoldo.
Pero la tumba colectiva que excavaron los cubanos estaba al norte
del
cementerio. Villoldo dice que mientras uno de sus hombres iba
a buscar
una niveladora, él estudió la brújula y
midió las distancias desde cuatro
puntos distintos para poder encontrar el lugar exacto de nuevo.
Según él,
no anotó nada sino que guardó los datos en la memoria.
Entonces retrocedieron con el camión hasta el borde de
una depresión
natural del terreno y descargaron los tres cadáveres.
Villoldo ordenó al
chofer de la niveladora que los tapara.
Pero Villoldo y el chofer, a quien entrevistó Incháurregui,
recuerdan que
en los últimos momentos de estar sepultando los cadáveres,
empezó a
llover.
El chofer de la niveladora dice que no recuerda exactamente cuántos
cadáveres enterró ni si el sitio estaba al norte
o al oeste del cementerio.
Ni siquiera está seguro de que el cadáver del Che
hubiese estado entre
los que enterró, según dijo Incháurregui
al Herald.
Incháurregui dice que él cree que Villoldo, o está
mintiendo o está
equivocado cuando dice que enterraron sólo tres cadáveres.
``Es obvio
que por consideraciones políticas dice lo que dice. No
me sorprende que
después de 30 años todavía esté tratando
de despistar a la gente'', dice
el argentino.
El supervisor de Villoldo de la CIA en la misión de Bolivia,
actualmente
retirado en la Florida pero que habló a condición
de mantener su
anonimato, dijo: ``Gus no exagera. Yo le creería si él
dice que sólo
enterró tres cadáveres''.
¿Y entonces qué pasa con los restos de esas siete
personas? ¿Acaso el
camión o los choferes de la niveladora enterraron los
otros cuatro
cadáveres en el mismo lugar que el del Che y los otros
dos al día
siguiente, regresando quizás a donde habían dejado
la niveladora
después que llegó la lluvia?
No es muy probable, dice Incháurregui. El patrón
de marcas de
excavación en la fosa de la cual se excavaron los siete
cadáveres
indicaba que las había hecho una niveladora moviéndose
hacia adelante y
hacia atrás, no simplemente moviendo la tierra encima
de los cadáveres
en una depresión natural, como dijo Villoldo.
Análisis de la consistencia del suelo mostró también
que la tumba tenía un
piso común de tierra bien apisonada debajo de los cadáveres
y que los
siete se cubrieron con tierra al mismo tiempo, dijo Incháurregui.
``Me parece que la tumba se abrió y se cerró una
vez. Son siete los
cadáveres, no tres. Esa es la evidencia empírica'',
concluye el
antropólogo.
¿Acaso Villoldo, por rarísima coincidencia, habrá
enterrado los tres
cadáveres en la misma depresión natural en la que
algún oficial boliviano
había tirado otros cuatro cadáveres sin sepultarlos?
``Miré dentro de la hendidura y no vi nada'', dijo Villoldo.
``Yo enterré y
cubrí tres cadáveres, eso lo sé. Nunca vi
siete, no supe nada de esos
siete hasta mucho después''.
Hoy, un reducido número de cubanos, que trabaja con más
lentitud, se
mantiene en Vallegrande, buscando a unos 23 guerrilleros que
se cree
estén sepultados en la región, en alguna tumba
sin identificar.