El Nuevo Herald
21 de septiembre de 1997

 "Yo enterré al Che"


 Exiliado rastreó al Che para vengar suicidio de su padre

 JUAN O. TAMAYO
 Redactor de El Nuevo Herald

 El 17 de octubre, los principalesdirigentes de la revolución cubana
 se van a reunir en la ciudad de Santa Clara para una ceremonia sin
 paralelo en la historia de Cuba. De Fidel Castro para abajo, estarán
 presentes en la base de una estatua de bronce de 22 pies de alto en una
 plaza de la ciudad. Allí, con toda la reverencia y solemnidad de una
 misa, enterrarán los huesos, perdidos durante muchos años, del
 legendario Ernesto ``Che'' Guevara, uno de los fundadores de la
 revolución y símbolo mundial de los futuros rebeldes.

 Al pie de la enorme estatua, a los 30 años exactos de su muerte,
 habrá discursos y lágrimas. Hablarán de los sueños del Che, de
 su vida espartana, de su fervor revolucionario. Quizás hasta de su
 captura y ejecución en las selvas de Bolivia.

 Pero no es probable que en todos esos discursos alguien vaya a
 mencionar a un veterano combatiente de origen cubano llamado Gustavo
 Villoldo.

 Si Villoldo estuviera en Santa Clara el 9 de octubre pudiera contar
 muchas historias. Pero por otra parte, quizás no pudiera llegar vivo.

 A los 61 años, delgado, de cinco pies nueve pulgadas de estatura, una
 incipiente calvicie y la tez tan rubia que casi parece escandinavo, Villoldo
 es la perfecta imagen del abuelo y el propietario agricultor.

 Pero éste fue el agente de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) que
 persiguió al Che, que lo rastreó desde el Caribe hasta Africa y de allí a
 América Latina, para vengar la muerte de su padre y luchar contra el
 comunismo de Castro.

 Fue Villoldo quien recogió el cuerpo del Che, que estaba en la lavandería
 de un hospital en la selva boliviana, en 1967, y lo enterró en secreto,
 para negarle la posibilidad a La Habana de reverenciar los restos como
 un monumento a la revolución.

 Y fue Villoldo el que se ofreció este verano para desenterrar los restos,
 desatando una carrera tripartita por los preciados huesos, en una lucha
 entre Villoldo, los cubanos que querían ganar una histórica batalla de
 propaganda y los bolivianos que querían una atracción turística.

 Villoldo ha decidido romper el secreto, en su primera descripción pública
 del entierro del Che en 30 años, y su historia contradice la versión
 cubana de cómo recuperaron los huesos de Ernesto Guevara.

 ``Tan seguro como que estoy aquí puedo decirle que sé exactamente
 cuántas personas enterré y exactamente dónde las enterré'', dice
 Villoldo.

 El centro de la historia de Villoldo es la muerte de su padre.

 Comienza la historia...

 Pocos días después del derrocamiento de Fulgencio Batista, el 1ro. de
 enero de 1959, el joven Villoldo fue arrestado durante 10 días y acusado
 por un cesanteado empleado de la agencia de automóviles y planta de
 ensamblaje que poseía su padre en La Habana. Y pocos días después, el
 Che personalmente ordenó la ocupación de la firma, Villoldo GM, y su
 parque de unos 360 vehículos, alegando que había recibido injustas
 exenciones tributarias de Batista.

 ``El 16 de febrero de 1959, mi padre se suicidó'', recuerda Villoldo. ``Se
 tomó una botella completa de pastillas para dormir y dejó una serie de
 notas para su familia, acusando a los `barbudos' de arruinarlo. Todavía
 las guardamos''.

 Villoldo se fue de Cuba 29 días después e inmediatamente se unió a los
 exiliados anticomunistas en Miami. Como jefe de inteligencia y seguridad
 del ala aérea de la Brigada 2506, participó en dos vuelos en B-26 sobre
 Bahía de Cochinos pero eludió ser derribado y regresó sano y salvo a la
 pista secreta en Nicaragua denominada Happy Valley.

 Villoldo se ganó entonces una comisión como segundo teniente en el
 Ejército de Estados Unidos para entrenarse en guerrillas y tácticas
 contrainsurgentes. Se trasladó a la CIA en 1964.

 Villoldo se infiltró entre 30 y 40 veces en Cuba por períodos que
 comprendieron entre unas horas y 20 días, en misiones de sabotaje y de
 otro tipo, tanto de la CIA como de otras agencias de inteligencia, entre
 1959 y 1971, un conteo confirmado por un ex oficial de la CIA que lo
 conocía de aquella época.

 Hizo trabajos clandestinos contra grupos insurgentesizquierdistas de
 Guatemala, el Congo Belga, Bolivia y Ecuador. Se retiró de la CIA en
 1970.

 Entra en acción la CIA

 A principios de 1965, la CIA comenzó a oír rumores sobre el plan del
 Che de exportar la revolución castrista. Inmediatamente, los oficiales de
 la CIA pusieron a Villoldo y a otros cubanoamericanos tras la pista del
 argentino.

 Villoldo dirigió a un grupo de agentes cubanoamericanos de la CIA, que
 fue al Congo más tarde ese año. El Che apenas tuvo tiempo de escapar,
 cruzando a la cercana Tanzania con otros 120 cubanos, después que el
 gobierno aplastó a las fuerzas insurgentes.

 Las órdenes de Villoldo en la CIA eran de localizar al Che, recuerda,
 ``pero mi intención era cogerlo, vivo o muerto''.

 Del Congo y luego de varios meses de recuperación física y mental, el
 Che pasó a Bolivia, donde apenas estuvo 12 meses. Los últimos cuatro
 los pasó huyendo de un batallón de Rangers del ejército boliviano,
 entrenados por los Boinas Verdes del Ejército de Estados Unidos y
 asesorados por un equipo de tres exiliados cubanos que trabajaban para
 la CIA. Un funcionario de la CIA que dirigió la operación de Bolivia ha
 confirmado que Villoldo era ``el principal agente en el terreno''.

 Dos de los otros tres hombres de la CIA, el radio operador Félix
 Rodríguez y el asesor de la policía urbana José García, ofrecieron sus
 propias versiones en libros sobre la cacería del Che.

 Pero el jefe del equipo, Villoldo, ha mantenido su versión de los sucesos
 para sí mismo, hasta ahora.

 Entre sus tareas estaba evaluar la información obtenida del interrogatorio
 al escritor Regis Debray, que había sido capturado tras visitar al Che en
 la selva boliviana. Villoldo dijo que Debray ``habló hasta por los codos''.

 El Che, de 39 años, fue herido y capturado en una emboscada el 8 de
 octubre de 1967. Dos Rangers bolivianos lo ejecutaron al otro día, en
 una escuela de ladrillos de barro en el pueblo de La Higuera,
 obedeciendo órdenes del dictador militar de Bolivia, René Barrientos.

El cadáver del Che fue llevado el 9 de octubre a una granja cercana en
Vallegrande, donde los Rangers que lo persiguieron habían establecido
una base cerca de un aeródromo. El cuerpo fue exhibido a campesinos y
periodistas las próximas 24 horas, en una camilla colocada sobre un mostrador
de cemento en la lavandería del hospital de Nuestra Señora de Malta. Luego
desapareció 30 años.

 Gary Prado, el capitán que mandaba la compañía de
 Rangers que capturó al Che, y que posteriormente llegó a
 general, insistió durante años en que el cuerpo había sido
 cremado y las cenizas aventadas. Otros murmuraban
 que había sido tirado desde un helicóptero en lo profundo de la
 selva.

 Se desentierra una leyenda...

Pero luego, a fines de 1995, el general boliviano retirado Mario Vargas
 dijo al autor norteamericano John Lee Anderson, que estaba escribiendo
 una biografía del Che, que el cuerpo había sido enterrado cerca de la pista
 de Vallegrande. Posteriormente, Vargas admitió que había basado su historia
 en rumores que, irónicamente, resultaron correctos.

 Súbitamente, el pueblecito de 8,000 habitantes estaba lleno de
 antropólogos forenses y geólogos cubanos. Se las arreglaron para ubicar
 cinco restos, apenas una fracción de los 32 guerrilleros muertos en el
 área en 1967 y enterrados en tumbas sin marcas.

 Pero durante los 16 meses siguientes no hubo indicios del cuerpo del
 Che.

 Entonces, en la primavera, Villoldo reapareció e hizo un ofrecimiento de
 gran impacto.

 En un mensaje enviado el 23 de abril y hecho llegar clandestinamente a
 Aleida, hija del Che y partidaria de Castro que vive en La Habana,
 Villoldo ofreció personalmente desenterrar los restos del Che y
 entregárselos por razones humanitarias.

 Villoldo escribió que sólo dos años antes había creído que los restos del
 Che deberían de permanecer escondidos. Pero varios factores, añadió,
 lo habían llevado ``a una profunda reconsideración''.

 ``No he renunciado a los principios personales, ideológicos y políticos
 que me llevaron a luchar contra Ernesto `Che' Guevara'', le escribió a
 Aleida. ``Pero de la misma forma en que Estados Unidos quiere tener los
 restos de sus muertos en Corea y Vietnam, la viuda y los hijos de
 Guevara también tienen el derecho a reclamar su cuerpo''.

 Puso dos condiciones. No quería política ni propaganda, porque no
 quería exponerse a los ataques de los exiliados de Miami que pudieran
 discrepar de su decisión de cooperar. ``Soy un exiliado político y vivo en
 una difícil sociedad de exiliados, cargada de múltiples presiones''.

 Y quería control exclusivo de toda la publicidad. Dijo que cualquier
 ganancia derivada de la casi segura explosión publicitaria debía donarse
 a becas destinadas a estudiantes bolivianos de medicina.

 Ahora Villoldo reconoce haber tenido otra preocupación: puesto que era
 probable que los huesos del Che fuesen recuperados tarde o temprano,
 ya que después de todo los cubanos excavaban en el sector correcto,
 participar en las excavaciones le restaría lustre al probable triunfo de
 Castro.

 Pero, en realidad, la oferta de Villoldo desató una carrera por los restos
 entre los cubanos, Villoldo y hasta los mismos bolivianos, que querían
 mantener la tumba del Che en Vallegrande como atractivo turístico y
 monumento político.

 ``Me dijeron que a Fidel le dio un ataque porque no podía permitir que
 el `gusano' que asesoró al ejército boliviano en la cacería del Che y el
 hombre que sabía dónde estaba enterrado fuera el hombre que lo
 devolviera a Cuba''.

 Mientras, los funcionarios municipales de Vallegrande declararon que los
 restos del Che eran ``patrimonio nacional'' y declararon una moratoria a
 las excavaciones hasta mediados de junio.

 Villoldo había contratado a una firma cuyo radar de búsqueda en tierra
 pudiera localizar el lugar de la tumba del Che, en caso de que le fallara la
 memoria, y negoció en Miami con un equipo de televisión de tres
 miembros para filmar la búsqueda.

 Niega haber querido publicidad para él mismo. ``Quería que la historia
 supiera exactamente cómo sucedieron las cosas'', dijo.

 Villoldo había hecho reservaciones en un vuelo del 26 de junio de Miami
 a Bolivia y, tras mucho cabildeo, consiguió permiso de búsqueda del
 ministro de Recursos Humanos de Bolivia, Franklin Anaya, ex
 embajador en La Habana y autor de un libro simpatizante con el régimen
 cubano, que actuaba como enlace boliviano con los antropólogos
 cubanos.

 Posteriormente, la prensa alegó que Anaya y el presidente boliviano
 Gonzalo Sánchez de Lozada habían llegado a un acuerdo con Castro
 para favorecer al equipo cubano.

 Esas versiones no pudieron confirmarse pero Anaya canceló súbitamente
 las reservaciones aéreas de Villoldo. Este apeló al presidente Sánchez de
 Lozada y nuevamente recibió autorización para viajar a Bolivia. Pero
 amigos bolivianos le aconsejaron que se quedara en Miami, dijo Villoldo.

 ``Mis amigos me dijeron que Castro conocía de mi llegada y que había
 algunas posibilidades de que los cubanos tomaran algunas medidas
 contra mí'', dijo Villoldo. ``Basado en la advertencia. . . decidí esperar y
 ver qué pasaba''.

 Lo que pasó fue una carrera cubana para encontrar el cuerpo.

 Sólo 18 dias después de que la carta de Villoldo llegase a Aleida
 Guevara, y un día después de concluir la prohibición municipal de
 excavar, los cubanos lanzaron una operación de búsqueda por los restos
 del Che de una intensidad sin precedente en los 16 meses anteriores de
 excavaciones.

 El gobierno del presidente Sánchez de Lozada había ordenado que todas
 las excavaciones se suspendieran el 28 de junio, aparentemente debido a
 la elección de un nuevo presidente boliviano, Hugo Bánzer, el 2 de junio.
 Bánzer, dictador militar en los años 70, es conocido por sus escasas
 simpatías por el Che, por Castro o por Cuba.

 En realidad, Bánzer, que había prestado juramento en agosto, se había
 comprometido a investigar el papel de su predecesor en ayudar a los
 cubanos a rescatar los restos del Che, y a investigar informes de prensa
 de que Anaya pudiera haberse beneficiado personalmente con los
 derechos de publicidad para la historia de la excavación.

 Los excavadores cubanos estuvieron reunidos hasta las 4 a.m. del 28 de
 junio, para decidir dónde concentrar su último día de excavación,
 recuerda Alejandro Incháurregui, miembro de un equipo de antropólogos
 forenses argentinos llamado para ayudar a los cubanos.

 Las inspecciones del radar de tierra realizadas por el equipo
 cubanoargentino a principios de 1997 habían revelado una docena de
 puntos donde la tierra estaba removida y pudiera indicar tumbas
 secretas, o quizás rocas desplazadas o árboles caídos. De éstos, tres en
 particular tenían características de artificiales. Fue allí donde decidieron
 excavar. Con una retroexcavadora.

 En el primer punto, pusieron la excavadora para que levantara cuatro
 pulgadas de tierra en cada pase. Casi dos horas más tarde, golpearon
 roca sin haber hallado ningún signo de huesos. Se trasladaron al punto 2.

 Dieciocho pases de excavadora más tarde, a casi exactamente seis pies
 de profundidad, la pala rompió partes de un esqueleto humano.

 Lo que los cubanos habían encontrado eran siete cuerpos, en dos grupos
 de tres y cuatro, separados por 2.5 pies, enterrados en un pozo situado
 entre la vieja pista de tierra de Vallegrande al norte y el cementerio
 aledaño al sur.

Hubo júbilo cuando se halló el segundo cuerpo, que estaba en el medio del
grupo de tres, y se descubrió que no tenía manos. Las manos del Che
habían sido amputadas tras su muerte como prueba de la misma.

Pero los restos del Che todavía tenían que ser oficialmente identificados
por funcionarios del gobierno de Bolivia, para que pudieran ser liberados y
 llevados en avión a Cuba.

 Y así, en la oscuridad de la noche del 5 de julio, una caravana de 10
 vehículos hizo un viaje de cinco horas, una carrera de 150 millas a gran
 velocidad por traicioneros caminos de montaña, para transferir los restos
 a la capital provincial de Santa Cruz.

 Luego, los restos sin manos fueron rápidamente identificados. Los
 dientes concordaban perfectamente con un molde plástico de los dientes
 del Che hecho en La Habana, antes de que saliera para el Congo, para
 que se le pudiera identificar en caso de morir en combate.

 Y había un elemento adicional, que reveló al Herald Jaime Nino de
 Guzmán, que fue mayor del ejército boliviano y piloto de helicóptero en
 1967 y que había visto vivo al Che como prisionero en La Higuera
 mientras transportaba oficiales y suministros.

 Che tenía muy mal aspecto, recordaba Nino de Guzmán el mes pasado
 desde su casa de La Paz. ``Me dio pena, se veía tan terrible, que le di mi
 bolsita de tabaco importado para su pipa. Sonrió y me dio las gracias'',
 recordó el piloto en una entrevista telefónica.

 Treinta años después, dijo Incháurregui, él estaba inspeccionado un
 chaleco azul desenterrado cerca de donde se habían encontrado los
 restos sin manos y encontró un pequeño bolsillo interno, casi escondido y
 aparentemente pasado por alto por los soldados que registraron el
 cuerpo del Che. Dentro tenía doblada una bolsita de picadura de tabaco.

 Con todo, queda un misterio. La tumba donde los cubanos encontraron
 los otros siete restos no concuerda en detalles significativos con la tumba
 donde Villoldo dice que enterró al Che y a otros guerrilleros.

 ``No puedo explicarlo'', dijo. ``Ese fue el momento más importante de mi
 vida y puedo recordar detalles como si hubieran acabado de pasar aquí
 mismo. Y no juegan''.

 Villoldo oyó sobre la captura del Che cuando estaba en un puesto
 avanzado de los Rangers en una aldea cercana. Villoldo se apresuró a ir
 a Vallegrande. Llegó el 9 de octubre, sólo dos horas antes de que el
 helicóptero con el cadáver del Che aterrizara en una pista de tierra
 repleta de centenares de periodistas y curiosos.

 Al otro día, el 10 de octubre, altos jefes militares bolivianos y Villoldo se
 reunieron en el restaurante del único hotel de Vallegrande, el Hotel
 Teresita, de dos pisos, para discutir qué hacer con los restos del Che,
 recuerda.

 Los comandos del ejército finalmente decidieron amputarle las manos al
 cadáver para identificación futura, y después enterrar el cuerpo en
 secreto. El jefe del ejército, el general Alfredo Ovando, asignó a Villoldo
 la ejecución de las órdenes. Los periodistas bolivianos retrataron a
 Villoldo mirando por encima de los hombros de los dos médicos que
 hicieron una rápida autopsia, y después de haberse ido la prensa, se le
 amputaron las manos al cadáver.

 Fue entonces cuando Villoldo le cortó un mechón de la escasa cabellera,
 para dárselo a un boina verde de Estados Unidos que se lo pidió. Pero
 admitió con cierta renuencia que él se quedó con parte del mechón.
 Todavía tiene el mechón, pero no lo ha mostrado nunca en público.

 Villoldo dice que le dieron un guardia de seguridad, un chofer para
 transportar el cadáver y otro chofer para la niveladora que se usaría para
 enterrarlo.

 Durmió una siesta y despertó aproximadamente a la 1:45 a.m. y se
 dirigió a la lavandería del hospital. El cadáver del Che estaba encima de
 un lavadero de la lavandería. En el piso de tierra, a un par de pies de
 distancia, estaban los cadáveres de otros dos rebeldes.

 Es el mismo escenario descrito por el piloto de helicópteros Nino de
 Guzmán y por Alberto Suazo, que en 1967, cuando era un joven
 reportero de United Press International, vio el cadáver del Che en el
 hospital, y recuerda haber visto otros tres o cuatro cadáveres de
 guerrilleros colocados en el patio, detrás del hospital, lo cual concuerda
 con el relato de Guzmán de haber transportado siete cadáveres.

 Villoldo insiste en que él sólo vio los cadáveres del Che y de otros dos
 personas.

 Villoldo ordenó a sus ayudantes que pusieran los tres cadáveres en el
 camión. Fueron a la pista de aviones en medio de una oscuridad total
 hasta que vieron un lugar que parecía bueno, cerca del cementerio de
 Vallegrande. Le dijo al chofer que se detuviera.

 El lugar estaba al sur de la pista de aterrizaje y al oeste del cementerio,
 en una zona donde ya una niveladora había estado operando, de modo
 que una fosa recientemente excavada no se haría notar, según dice
 Villoldo.

 Pero la tumba colectiva que excavaron los cubanos estaba al norte del
 cementerio. Villoldo dice que mientras uno de sus hombres iba a buscar
 una niveladora, él estudió la brújula y midió las distancias desde cuatro
 puntos distintos para poder encontrar el lugar exacto de nuevo. Según él,
 no anotó nada sino que guardó los datos en la memoria.

 Entonces retrocedieron con el camión hasta el borde de una depresión
 natural del terreno y descargaron los tres cadáveres. Villoldo ordenó al
 chofer de la niveladora que los tapara.

 Pero Villoldo y el chofer, a quien entrevistó Incháurregui, recuerdan que
 en los últimos momentos de estar sepultando los cadáveres, empezó a
 llover.

 El chofer de la niveladora dice que no recuerda exactamente cuántos
 cadáveres enterró ni si el sitio estaba al norte o al oeste del cementerio.
 Ni siquiera está seguro de que el cadáver del Che hubiese estado entre
 los que enterró, según dijo Incháurregui al Herald.

 Incháurregui dice que él cree que Villoldo, o está mintiendo o está
 equivocado cuando dice que enterraron sólo tres cadáveres. ``Es obvio
 que por consideraciones políticas dice lo que dice. No me sorprende que
 después de 30 años todavía esté tratando de despistar a la gente'', dice
 el argentino.

 El supervisor de Villoldo de la CIA en la misión de Bolivia, actualmente
 retirado en la Florida pero que habló a condición de mantener su
 anonimato, dijo: ``Gus no exagera. Yo le creería si él dice que sólo
 enterró tres cadáveres''.

 ¿Y entonces qué pasa con los restos de esas siete personas? ¿Acaso el
 camión o los choferes de la niveladora enterraron los otros cuatro
 cadáveres en el mismo lugar que el del Che y los otros dos al día
 siguiente, regresando quizás a donde habían dejado la niveladora
 después que llegó la lluvia?

 No es muy probable, dice Incháurregui. El patrón de marcas de
 excavación en la fosa de la cual se excavaron los siete cadáveres
 indicaba que las había hecho una niveladora moviéndose hacia adelante y
 hacia atrás, no simplemente moviendo la tierra encima de los cadáveres
 en una depresión natural, como dijo Villoldo.

 Análisis de la consistencia del suelo mostró también que la tumba tenía un
 piso común de tierra bien apisonada debajo de los cadáveres y que los
 siete se cubrieron con tierra al mismo tiempo, dijo Incháurregui.

 ``Me parece que la tumba se abrió y se cerró una vez. Son siete los
 cadáveres, no tres. Esa es la evidencia empírica'', concluye el
 antropólogo.

 ¿Acaso Villoldo, por rarísima coincidencia, habrá enterrado los tres
 cadáveres en la misma depresión natural en la que algún oficial boliviano
 había tirado otros cuatro cadáveres sin sepultarlos?

 ``Miré dentro de la hendidura y no vi nada'', dijo Villoldo. ``Yo enterré y
 cubrí tres cadáveres, eso lo sé. Nunca vi siete, no supe nada de esos
 siete hasta mucho después''.

 Hoy, un reducido número de cubanos, que trabaja con más lentitud, se
 mantiene en Vallegrande, buscando a unos 23 guerrilleros que se cree
 estén sepultados en la región, en alguna tumba sin identificar.