Nueva York, 25 de marzo de 1849
. . . Ha de saber Ud. pues, . . . que desde que acabé de hacer la guerra á D. Carlos en España, y muy particularmente después que la Providencia me salvó de las garras de Cabrera, y que por mi caracter de senador y posición en la corte, tuve motivo para cerciorarme de la política ínfame que invariablemente sigue el Gobierno Español con los americanos; me avergonze [sic] de tal modo, al contemplarme ciñendo una faja y decorado con cruces y distinciones por parte de un poder que constantemente oprime, veja, roba y maltrata a mis paisanos, que resolví (de la manera que Ud. sabe resuelvo yo las cosas) deshacerme de aquella tan brillante como ignominiosa librea, y volver tan luego como pudiera sin mancilla de mi honor de soldado, según lo he comprehendido [sic], á mi posición de simple americano, y entonces dedicar el resto de mi vida física y moral, en procurar acabar con aquel tan bárbaro como hipócrita gobierno de la parte de acá de los mares, recuperando así mi dignidad y la de mis paisanos esclavisados [sic] y cargados de mas pesadas y groceras [sic] cadenas, que los que me hacían arrastrar a mi, dorándomelas con falsos halagos...
Ahora bien ¿es consecuente, es propio de un hombre abandonar al primer azar sus grandes proyectos, sin que estos se vean abandonados de la razón, la justicia y el deber? Sería digno de mí, soldado de 51 años de edad (y podría decirse de peligros) que me acobardase ahora por el temor pueril de vivir días más o menos o porque me espantase el tamaño de una empresa? No ve Ud. como yo, que la mía apenas se persive [sic] por ser tanta la gloria que la cubre? No, mamá, yo no la dejaré en bien de la humanidad, de mi mismo y de toda mi familia, mientras no me convenza de que es un imposible para mi su realización: si desgraciadamente llegase este caso, procuraré no manifestarme ridículo en la desgracia y volaré á reunírmele, mas Satisfecho que nunca de mis mismo...
Narciso López