El Padre Vallina, 50 años de vida ejemplar en el apostolado del servicio y la oración
JOAQUIM UTSET
El Nuevo Herald
Horacio Valor supo de inmediato dónde acudir el viernes por la mañana,
cuando se levantó sin vista producto
de una herida en los ojos que se hizo el día anterior cortando malezas
en un terreno.
Sin recursos, con un trabajo informal que no garantiza un seguro por accidente,
el recién llegado de Argentina
se dirigió al lugar donde miles de inmigrantes y personas de escasos
recursos antes que él han ido durante años
a resolver infortunios: la iglesia de San Juan Bosco, en el corazón
de La Pequeña Habana.
''Una amiga mía vino aquí enferma antes. La atendieron requetebien
y no le quisieron cobrar nada. Ella
fue la que me lo recomendó'', explicó Valor, con los ojos
tapados por una venda y guiado por su
compañero de trabajo Manuel Giménez.
San Juan Bosco, que empezó en 1963 a operar como iglesia en lo que
era un antiguo concesionario de
automóviles llamado Waco Motors, se ha convertido en los últimos
38 años en uno de los centros de
asistencia social de referencia para cada una de las nuevas comunidades
que han llegado a la ciudad.
Este vasto complejo socioespiritual es el legado en piedra del padre Emilio
Vallina, quien en unas
semanas celebrará 50 años de vida sacerdotal convertido en
una leyenda entre la comunidad
filantrópica de Miami.
En el edificio cuadrado de dos pisos que era la antigua iglesia --flanqueado
por un reluciente templo de
$3 millones inaugurado el año pasado-- San Juan Bosco ofrece gratuitamente
en el primer piso los
servicios de una clínica, un comedor para ancianos y una despensa
que entrega víveres a una media
diaria de 14 familias necesitadas.
Al mismo tiempo, aloja en los pisos altos un programa de actividades docentes
extraescolares que
reúne a 120 niños. En la planta baja, se halla en construcción
un centro de artes y oficios.
''El padre Vallina hace lo que nosotros de chiquitos pensábamos
que debían hacer todos los curas:
servir a los demás'', señaló el doctor Pedro J. Greer,
quien atiende desde hace casi 10 años la clínica
junto a otros médicos voluntarios del Hospital Mercy.
''Con todo lo que está ocurriendo en estos días, él
sigue siendo un ejemplo'', agregó Greer, en una
referencia velada a los escándalos de abusos sexuales que han estremecido
a la Iglesia Católica en los
últimos meses.
''Es una cosa muy lamentable, pero no hay que pensar que todos somos iguales'',
señaló el padre
Vallina, a quien no le gusta utilizar el título de monseñor
que le concedió el papa Juan Pablo II en 1996.
''Hay que rezar por los caídos, pero también por los que no caemos'', agregó.
Oriundo de Pinar del Río, en el occidente de Cuba, el padre Vallina
empezó su labor sacerdotal
fundando una escuela parroquial en el municipio habanero de Catalina de
Güines, de donde pasó a
párroco del santuario de Jesús el Nazareno, en el pueblo
de Arroyo Arenas, cercano a La Habana.
Su paso a la carrera sacerdotal, aseguró, se vio influenciado por
la obra de un cura ''isleño alto y
fuerte'' llamado Padre Viera que atendía a su congregación
en el barrio capitalino de El Cerro, y quien
murió pobre de solemnidad en una clínica comunitaria.
''Cuando tenía un par de pesos compraba comida, conseguía
un carro en la cochera y salía a repartir
por el barrio'', recordó Vallina.
La labor social que Vallina inició en su parroquia habanera la tuvo
que trasladar a Miami cuando la
vorágine anticlerical de la revolución cubana le obligó
a exiliarse en 1961. Dos años después, los
designios de la Iglesia le encomendaron atender la creciente y empobrecida
comunidad cubana que
entonces poblaba lo que es ahora La Pequeña Habana.
''Cada vez que se hablaba en Miami de un sacerdote que cumplía su
labor sacerdotal, se hablaba de
Emilio Vallina'', recordó Remedios Díaz Oliver, una exitosa
empresaria cubanoamericana que encabeza
desde 1976 un grupo de apoyo a San Juan Bosco.
A medida que prosperaban económicamente, los cubanos se mudaron
a los suburbios. Su puesto lo
tomaron los nicaragüenses y otros centroamericanos. Hoy día,
los parroquianos y los necesitados de
los servicios de San Juan Bosco abarcan todo el arco hemisférico.
''Diferentes nacionalidades, diferentes culturas, pero las mismas necesidades'', resumió el padre Vallina.
Pese a haber sufrido una embolia hace nueve años que le ha dejado
leves secuelas en el habla y el
andar, Vallina mantiene sus actividades diarias. El día que lo visitó
El Nuevo Herald se hallaba buscando
un hogar para una mujer desamparada vestida de monja que se había
sentado en la escalera de la
iglesia.
Aunque poco amigo de los homenajes, Díaz Oliver aseguró que
lo convencieron para celebrarle una
cena el 4 de mayo en el restaurante Big Five. El único deseo que
expresó el padre: que le cante Olga
Guillot.