El Nuevo Herald
24 de mayo de 1999

Las dunas de Pachacamac tragan las tumbas de los cubanos

               ...la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada
                 por el viento y desterrada de la memoria de los hombres...

                      Gabriel García Márquez en ''Cien Años de Soledad''

RUI FERREIRA / El Nuevo Herald
Lima

Cuando el cubano Andrés Padrón López murió en Perú, su familia lo enterró en
una caja de plástico.

No obstante, si el alcalde de Pachacamac no hubiera exonerado a la viuda de los
gastos del sepelio y si el panadero del barrio no hubiera prestado la camioneta del
pan para transportar el cadáver, el duelo habría sido más doloroso porque
ningún cementerio lo aceptaba.

''Al morir mi marido, la comisión católica no nos dio nada. Dijeron que los fondos
se habían acabado. Pedí ayuda a los cubanos en Estados Unidos, y un pastor me
envió el dinero para la caja plástica'', recuerda Soledad Torres, una peruana que se
casó con el cubano y con quien tuvo un hijo que vive ahora en la isla para escapar
de las pandillas.

El caso de Padrón López no es único. Más o menos
lo mismo sucedió con Barbarito, Perla, Osilia, Pedrito, Caridad, Tania, Lázaro,
Pastora y Ramón Brito, más conocido por ''Monguito'', quienes descansan ahora
bajo decenas de metros cúbicos de arena, en algún lugar de un miserable
cementerio en las afueras de Lima. Por macabra ironía el cementerio se llama
''Nueva Esperanza''.

Todos formaron parte del grupo de cubanos que en 1980 se fueron a vivir a Perú
después que, junto a 10,000 compatriotas, solicitaron refugio en la embajada
peruana en La Habana, acción que dio origen al éxodo de 125,000 cubanos por
el puerto del Mariel.

''Nueva Esperanza'' es, posiblemente, uno de los cementerios más lúgubres del
orbe. No dispone de muros, sus terrenos se extienden a lo largo de media
docena de dunas de arena, sus límites son definidos por el horizonte, y las
tumbas son excavadas en la arena.

''Allí, a los muertos es mejor enterrarlos parados, porque cuanto mayor es el
hueco más arena cae en su interior'', comentó Odalys Brito Alvarez, de 32 años.
El pasado Día de las Madres ella acompañó a El Nuevo Herald en un recorrido
por el cementerio en busca de la tumba de su padre, Ramón Brito.

No la encontró. Ni ninguna de los otros cubanos.

''Cuando fuimos a enterrar a mi padre, la caja era tan frágil que todos estábamos
rezando para que no se desfondara y el cuerpo cayera al suelo'', reveló Brito
Alvarez.

En ese cementerio, las tumbas no pasan de ser huecos abiertos en las laderas
de las dunas, que con los frecuentes deslizamientos de tierras terminan
desapareciendo o los cadáveres encima de cadáveres.

En este camposanto, la diferencia de clases está definida por los tipos de
tumba. Las familias con un poco más de dinero pueden enterrar a sus muertos
en modestos gavetones de cemento, que por lo rústico parecen colmenas.

Los demás, como ha sucedido invariablemente con todos los cubanos que viven
en la aldea de Pachacamac, en el distrito Villa El Salvador, que está a una hora
de la capital peruana, su destino final es el fondo, frío y llano de una fosa de
arena.

El día que salió en busca de la tumba de su padre, Brito Alvarez sabía que no la
encontraría. ''Me han dicho que hubo movimiento de tierras. Vamos a ver'', dijo
resignada.

Durante unas tres horas, sus delgadísimas piernas subieron y bajaron lomas,
sus manos escarbaron intensamente en la arena en busca de la cruz perdida
que marcaba el lugar. Frecuentemente se detenía, como en busca de puntos de
referencia que le indicaran donde lo dejó por última vez hace unos dos años.

''Es por aquí, por esta área'', garantizaba Brito, mientras se le metían piedras en
las sandalias y un polvo blanco le cubría la piel. Pero, ''no la veo --tiene que ser
aquí...'', añadió desconsolada.

Como un espejismo, el sol se refleja sobre las lomas, cegando por instantes,
dando idea de que las arenas de ''Nueva Esperanza'' han tragado para siempre
los restos de los muertos.

De regreso a casa, Brito no pudo ocultar su desconsuelo. La experiencia de ese
día fue tan dramática que se persignó y descargó con tristeza: ''Que Monguito y
los otros me perdonen, pero yo no vuelvo otra vez''.