El Nuevo Herald
sábado, 6 de diciembre de 1997

La medida de un líder

LUIS AGUILAR LEON

Solía decir Nietzsche que los verdaderos líderes se miden por la calidad y la cantidad de sus enemigos. Aun juzgado en ese plano, Jorge Mas Canosa ocupa una distinguida jerarquía. Hombre pragmático, auroleado por el triunfo, impaciente ante las demoras, y siempre seguro de que su camino era el correcto, era muy natural que Jorge Mas Canosa acumulara una buena cuota de temibles adversarios. El odio de Fidel Castro fue, seguramente, su más alto galardón.

A pesar de Nietzsche, sin embargo, resulta bien injusto medir a cualquier líder tan sólo por el número y la estirpe de sus enemigos. A esa regla negativa hay que añadirle una positiva y, tal vez, más importante: la cuantía de afecto que dan y reciben esos dirigentes. En el caso de Jorge Mas Canosa, quien fue muchas cosas para mucha gente, conviene destacar que, además de adversarios, Jorge supo despertar amplios círculos de admiración y respeto, hondos cariños e inquebrables lealtades, y logró forjar una familia de alta calidad humana.

Pero hay otras positivas dimensiones. La fortuna de Jorge Mas Canosa, quien llegó al exilio sin nada, le hubiera permitido reclinarse en su dinero y contemplar la tragedia cubana evadiendo el andar por ese sendero erizado de espinas que es la lucha anticastrista en Miami. Pudo hacerlo, pero no lo hizo. Movido por su ambición personal, lo cual no es criticable, o por un ideal patriótico que le consumía el espíritu, Jorge Mas Canosa se volcó tan intensamente en la larga batalla por la libertad de Cuba, que su perfil aparecía en cualquier rincón donde se discutiera el drama cubano. Fue Jorge el primer cubano que se dio cuenta de que los cables de esa campaña no formaban un cerrado circuito en Miami, sino que se tensaban en Washington. Con su usual dinamismo, organizó la Fundación Nacional Cubano Americana, y solicitó contribuciones financieras y apoyo a sus planes.

El resultado alteró la faz del exilio. Por primera vez en esta larga jornada, su voz, la voz de la Fundación, la voz de un cubano exiliado, tuvo peso en Washington, fue escuchada por los más poderosos políticos del continente e irradió su influencia en Europa y en la América Latina. Puede haber desacuerdos sobre el mensaje, pero nadie discute que el mensajero había ampliado al mundo los estrechos límites de Miami.

Nadie le niega el triunfo que significó la creación de Radio Martí, la emisora que quebró y continúa quebrando el monopolio de noticias que como densa niebla había cerrado Castro sobre Cuba. Ni el mérito de muchos de sus planes, como traer a Miami a cubanos pobres, exiliados, que habían quedado arrumbados en diversos rincones del continente; ni su capacidad para organizar reuniones internacionales donde la causa de Cuba fuera presentada en la plenitud de sus dolores, ni su capacidad de estar presente allí donde era necesario que se escuchara la voz de un cubano. Jorge Mas Canosa jamás vaciló ni dio un paso atrás cuando se trataba de Cuba.

Al final, el destino, ese enigmático factor que rige nuestras vidas, le deparó una muerte prematura y cruel. Su enfermedad fue de ésas que trituran lentamente al cuerpo y demandan un esforzado estoicismo del paciente y de sus familiares. Bien sé que Jorge Mas Canosa y sus transidos cariños respondieron cabalmente a ese brutal golpe de la fatalidad. Dios, nos dicen, no los propina donde no haya capacidad de soportarlos. Y bien vi cómo el pueblo cubano del exilio, de todas las edades y todas las clases, desfiló en silencio frente a su consumido cadáver, purificado por el sufrimiento, con una expresión de orfandad en los rostros.

Por eso, aunque yo nunca he sido miembro de la Fundación ni fui amigo íntimo de Jorge Mas Canosa, no puedo concluir sin confesar mi inútil ira, mi cerrar los puños contra el destino cuando pienso que allá en la isla, un sangriento y abominable dictador, trece años más viejo que Jorge Mas Canosa, sigue triturando al pueblo cubano mientras acá un viento negro silencia a sus más formidables adversarios. Tal sentimiento se rebela contra la resignación. No, no me resigno. Ya Jorge Mas Canosa puede descansar en paz. Frente a su tumba, prematuramente abierta, yo no puedo.

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