Cuatro hogares devastados por el crimen del 24 de febrero
Por Ena Curnow
Las familias Alejandre, Costa, de la Peña y Morales son diferentes.
Andan
cabizbajas, en silencio, apenas sonríen, se visten de negro, hablan
con fotografías
viejas, hacen la cama de donde nadie duerme y atesoran con celo hasta el
más
mínimo recuerdo.
Para las madres, los padres, los hermanos, la viuda y una hija huérfana,
seres
queridos todos de Armando Alejandre, Carlos Costa, Mario de la Peña
y Pablo
Morales, los cuatro tripulantes de Hermanos al Rescate, cuyas avionetas
fueron
derribadas por aviones de guerra de Castro, el 24 de febrero, hace ahora
3 años,
el dolor y la pena no dan tregua. Tampoco hay consuelo para los abuelos,
las
novias, las tías, los sobrinos, los primos, los amigos y los compañeros.
Como no
lo hay para el pueblo cubano, los buenos cubanos de la Isla y los que luchan
y
defienden los derechos humanos en cualquier parte del mundo.
Los Alejandre, los Peña, los Costa y los Morales lloran a sus muertos,
exigen
justicia, claman castigo para los asesinos de sus hijos, para los culpables
de haber
sumido sus hogares en la más infinita desolación y tristeza.
El día negro el cielo estaba despejado
Miriam de la Peña y su esposo Mario andan tomados de la mano como
buscando
protección el uno con el otro. Cuando ella llora, discretamente
él inclina la cabeza
para que ella no note que él llora también. Estaban tan orgullosos
de su hijo
Mario. Le iba tan bien al muchacho de 24 años en su trabajo y en
sus estudios.
Era tan esforzado y cumplidor, y se veía tan guapo tripulando su
pequeña avioneta
de misión humanitaria.
Miriam y Mario, los padres, lo tenían todo: dos hijos buenos, (Mario
y Michael),
un hogar íntegro y una posición económica que les
bastaba para vivir sin grandes
apuros. En el año 80, salieron de New Jersey buscando el calor de
un clima más
benévolo y de un ambiente más cubano. A falta de La Habana,
Miami.
Desde pequeño, Mario quiso ser piloto. En Hermanos al Rescate, pudo
combinar
las dos cosas: hacer realidad su vocación y ayudar a los demás,
porque era muy
humano y se interesaba mucho por las cosas de Cuba. Por eso, enseguida
que
tuvo todas las licencias y supo que había un grupo de pilotos sobrevolando
las
costas de la Florida para rescatar vidas de balseros, se enroló
como voluntario.
Se había graduado de Ciencias Aeronáuticas, era instructor
de vuelos y seguía
estudiando y trabajando en American Airlines.
"Mi mayo temor era el viento. Las avionetas son tan frágiles. Pero
nunca pensé
que Fidel Castro iba a hacer lo que hizo", dice Miriam alzando el tono
ahora
acusador de su voz, y subrayando que todavía no acaba de comprender
cómo
puede haber gente tan maligna, que asesine a personas inocentes.
Mario le había comentado a su mamá que la tarea no era fácil.
"Es muy duro. Es
difícil que alguien se quede en esas condiciones sólo por
acumular horas de
vuelo". Efectivamente, se volaba de 4 a 5 horas en aquellos aviones tan
pequeñitos y ruidosos que no tienen ni siquiera aire acondicionado,
ni calefacción
para el tiempo de frío. Tampoco cuentan con facilidades sanitarias
ni de comida.
"Era un sacrificio grande", agrega hoy la madre. "Pero él lo hacía
con mucho
amor, dedicación y orgullo".
"Mi hijo Mario, que era el mayor, y Michael nacieron en New Jersey. Sus
abuelos
y sus tías lo cuidaban para que yo pudiera trabajar. Soy secretaria
administrativa".
Cuando Mario nació, sus padres no tenían decidido el nombre,
pero optaron por
llamarlo como el padre y como el abuelo materno, Mario".
Miriam Recuerda que Mario de pequeño "era muy curioso, preguntaba
todo y se
entretenía mucho jugando con sus carritos. Yo creo que él
creció conservando su
corazón de niño. Tenía unos sentimientos muy nobles
y limpios. Ya de jovencito,
como siempre fue tan activo, practicaba deportes submarinos. Ma parece
que su
afición a los aviones se despertó viendo que yo trabajaba
en líneas aéreas, lo que
también nos propiciaba viajar bastante". Miriam trabajó en
Eastern Airlines y
ahora en Iberia. "Pero él cuenta, en composiciones que hizo en la
Universidad,
que lo decidió cuando oyó los relatos de la madre de un astronauta,
que había
estudiado en la misma escuela primaria que él".
También recuerdan los padres de Mario que su hijo era muy sociable.
"Nada más
que salía al patio y ya se ponía a hablar con el vecino de
al lado. El conversaba de
todo y conocía a toda la gente de por aquí".
El joven piloto asumió su compromiso con Hermanos al Rescate con
mucha
seriedad. Aunque estuviera cansado, por haber tenido que trabajar hasta
tarde o
estudiar por exámenes, si tenía que volar, se levantaba a
lasa 6 de la mañana. Era
muy puntual.
El día de su último vuelo, Mario salió de la casa
a las 7 de la mañana. Antes,
Miriam lo había sentido en la cocina preparándose el desayuno.
(Le encantaba el
cereal, una caja no le duraba nada). "Yo oí su rutina. Más
tarde, como a las
11:15, hablé con él por teléfono. Me llamó
del hangar. Le pregunté si ya estaba
de regreso. Me dijo que no, que no habían salido todavía.
Yo miré hacia afuera, y
vi que el cielo estaba bien clarito, que no había ni una nube. Tampoco
soplaba el
aire. Se lo comenté, como diciéndole que el día estaba
muy seguro".
El dolor es mayor porque el asesino anda suelto
Eva Barba anda como si más que sus 74 años le pesara demasiado
el dolor que
lleva en el alma. Pablo era su orgullo su pasión de madre.
El joven había cumplido 29 años, pero por su figura menuda
y su sonrisa perenne
parecía tener menos. La motivación de Pablo para integrar
la flotilla de Hermanos
al Rescate, fue su propia experiencia. En el año 92, salió
de Cuba en una balsa y
cuando ya no tenía esperanzas de salvar la vida, vio en el aire
a una avioneta de
Hermanos al Rescate que llegó en su auxilio y le lanzó agua
y medicamentos.
Cuando el cubanito puso pie en tierra, lo primero que hizo fue pedir su
incorporación a aquel cuerpo de paz. Para él no había
otra manera de saldar la
deuda.
A las 8 de la noche del sábado, 24 de febrero, sonó el teléfono
en la casa de Eva,
en Luyanó, barriada de La Habana. Era una amiga de Miami que le
comunicaba
la trágica noticia. Eva, y Nelson y Nancy (los dos hermanos de Pablo)
en medio
de los sollozos y la desesperación, sintieron deseos de que los
mataran a ellos
también y empezaron a desafiar al régimen. "El que se atreva
a venir aquí tiene
que atenerse a lo que va a pasar", gritaban. "Me sentía morir, pero
quería hacer
algo, decir al mundo lo que habían hecho con mi hijo. Que supieran
que Castro es
un asesino".
Pablo llegó a este mundo sin esperarlo sus padres. Ya su madre era
una mujer
madura, de 42 años. "Dios me dio esa dicha, porque él fue
un hijo adorable:
estudioso (terminó la especialidad de Geodesia y Cartografía),
cariñoso,
respetuoso. Todos el mundo lo quería". Pero Eva no puede seguir
describiendo
cómo era su hijo, porque la voz se le quiebra en sollozos.
"El dejó huellas muy lindas en el corazón de todos los que
lo conocieron. Lo
querían mucho. Fue un hermano como pocos", dice Nancy. "Era un cristiano
intachable, y para mí un gran amigo. Jamás se olvidó
de la familia. Siempre estuvo
pendiente de llamarnos y atendernos. Lo de él era vivir para nosotros".
Eva y Nancy Morales han encontrado aquí en Miami, apoyo y cariño
de muchas
personas (a cada momento la puerta de su casa se abre. Son vecinos, amigos
y
hasta que desconocidos que llegan con ramos de flores en la mano para
dedicarlos a Pablo).
Por su edad, su actitud y su forma de ser, Eva Barba recuerda a Mariana
Grajales. Cuando habla, muestra gran orgullo por su hijo héroe.
"Lo único que
quiero es que se haga justicia. Yo sé que no soy la única
madre que ha perdido un
hijo, pero todas esperan encontrar al culpable y hacerlo pagar por su crimen.
Pero en mi caso, sé que Castro mató a mi hijo y no pasa nada.
Yo lo único que le
pido a Dios es que lo juzguen, que la verdad se abra paso".
La última vez que oyeron la voz de Pablo fue el día 22, que
era el cumpleaños de
Nancy y él llamó por teléfono. "Me cantó una
canción cristiana para felicitarme y
me dijo que estaba muerto de cansancio, pero que iba a comprar unos juguetes
y
alimentos para llevarlos a los refugiados cubanos en Nassau, porque "el
sábado
vamos allá". Se le oía contento de lo que iba a hacer. Me
dijo: "Yo quisiera que tú
vieras cómo se ponen esos niños cuando nos ven llegar con
juguetes". Y Nancy
agrega: "por eso me da tanto dolor ver lo que pasa. Sabiendo lo que mi
hermano
tenía en su corazón, el régimen castrista quiere hacerlo
aparecer como un pirata
un terrorista".
La familia de Pablo Morales llegó a EE.UU. tres meses después
del asesinato. La
novia y otros familiares, le dieron algunos objetos personales del joven
que
pudieron recuperar. "Pero ni siquiera tuvimos el consuelo de ver el sitio
donde
vivía. Saber cómo lo dejó." Pablo, prácticamente
un recién llegado a este país, no
tenía grandes bienes materiales y se ganaba la vida repartiendo
productos de la
empresa "El sembrador". Como persona humilde que era, vivía en una
habitación
alquilada, que dejó de estarlo, al partir él y no regresar.
"No tenemos ni ese lugar
para ir a llorar, pero él vive con nosotros, en nuestro corazón.
Y vamos adonde
las palmas, al simbólico sitio que han levantado en memoria de los
cuatro en el
aeropuerto de Opalocka. Allí vamos a recordarlo".
La presencia ausente de Carlos Costa
En la casa de Carlos Costa está prohibido mover las cosas de lugar.
El tiempo se
ha detenido, ha quedado atrapado. El cuarto del hijo ausente permanece
como si
de un momento a otro, fuera a regresar. Mirta, la madre, se niega a aceptar
la
cruel realidad, y cada día hace su cama, revisa sus ropas en el
armario, quita el
polvo de su mesa de trabajo y se cerciora muy bien de que todo esté
en su sitio,
igual que en aquel largo y oscuro día 24 de febrero de 1996.
"Osvaldo, Mirta, mi hija, y yo nos sentamos a escoger nombres. Ya habíamos
decidido agrandar la familia, no obstante saber a lo que me iba a enfrentar.
Debía
empezar de nuevo porque ya la niña tenía 10 anos. También
estábamos
levantando cabeza en este país. Habíamos llegado de Camagüey,
Cuba, hacía
cuatro años y trabajábamos muy duro en la factoría.
El embarazo fue un poco
complicado. Ya en los últimos meses, prácticamente no podía
permanecer
sentada porque el niño no estaba en la posición correcta.
Osvaldo, por su parte,
también estudiaba soldadura por la noche. Teníamos cien mil
preocupaciones,
pero acogimos la noticia con mucha alegría. Llegamos a la conclusión
de ponerle,
si era varón, el nombre de Carlos Alberto. No quisimos llamarlo
como su padre,
porque teníamos la experiencia de que ya en la casa, la niña
y yo no nos
llamábamos iguales y eso creaba confusión. Tampoco a Osvaldo
le gustó la idea
de que llevara su nombre".
Sin embargo, Osvaldo no interviene para aclarar ni agregar nada. Prefiere
guardar
silencio, permanecer distante, con sus recuerdos, mientras entrelaza sus
dedos y
encoge su cuerpo, como queriendo perderse en su guayabera blanca, almidonada
e impecablemente planchada. Son su mujer y su hija las que dicen que aunque
era
rubio como la madre, el hijo se parecía al padre.
El parto de Mirta no fue tan malo y por suerte la situación poco
a poco fue
mejorando porque Osvaldo empezó a ganar más, ya como soldador.
"Carlos
tenía un año cuando nos mudamos para esta casa".
Mirtica se acuerda muy bien de todo. "Veía a mi hermano como un
muñeco con el
que podía jugar. Le hacía de todo, menos bañarlo.
Mi abuela se encargaba de
eso, porque ella nos cuidaba mientras mi mamá trabajaba".
"Empezó el kindergarten. La maestra me decía que era un niño
muy aplicado.
Sacaba muy buenas notas. También le encantaba practicar deportes:
jugaba
béisbol y soccer. Y como siempre, se distinguía como en todo
lo que hacía".
"Carlos siguió estudiando. Nosotros nos sacrificábamos con
tal de que se hiciera
de una carrera, de educarlo lo mejor posible. Pero él, desde muy
jovencito, quiso
ganar su dinero y empezó a cortar patios, y a trabajar en los Flea
Market, los
sábados y domingos. Ya, a los 17 años, pasó a Sears,
al Westland Mall. Allí
estuvo 5 años hasta que se fue para Daytona Beach, a la Universidad,
para
terminar Ciencias Aeronáuticas".
Carlos regresó a Miami y se quedó en la casa con sus padres.
Mirtica, que se
había casado mucho antes, vivía aparte con su esposo y tres
hijos. "El quería
trabajar en la administración del aeropuerto. Pero yo me asusté
mucho cuando vi
que sacaba licencias de vuelos. Sentía mucho temor de que fuera
a ser piloto,
pero él me aclaró que se requerían para su trabajo.
Finalmente consiguió un
puesto como vendedor de piezas de aviones. Quería abrirse camino,
mientras
esperaba la oportunidad de conseguir empleo en el aeropuerto, que era su
aspiración. Apenas pudo, dejó el trabajo que tenía
(donde ya ganaba buen
salario) y entró al aeropuerto con menos dinero y con un trabajo
sin mucha
importancia. Pero muy pronto se fue destacando. Ya sus superiores analizaban
la
posibilidad de ascenderlo. Al mismo tiempo, en noviembre empezó
a ayudar a
Hermanos al Rescate".
Cuando Mirta supo esto se sintió morir. "Imagínate con el
miedo que yo le tenía a
los aviones". Pero Carlos no se dejó convencer. Además de
acumular horas de
vuelo, iba a hacer una labor muy útil". Creo que él lo decidió
porque se había
impresionado mucho cuando, en el 89, íbamos en un crucero, que tuvo
que parar
para recoger a unos balseros".
El día anterior a que Carlos se dispusiera a emprender su definitivo
viaje, comió
en la casa de su hermana, donde estaba su mamá, porque Mirtica se
encontraba
fuera de Miami. Hablando de otros temas, de momento Carlos le dijo a su
madre:
"Yo sé que la que me quiere a mí de verdad eres tú".
Mirta no entendió muy bien aquella reacción, pero después
recordó que una
semana antes había tenido una pesadilla horrible. "Soñé
que estaba en el trabajo
cuando de pronto sonó el teléfono y una compañera
mía lo respondió. La vi
entonces que ella dijo: 'Carlos Costa' y yo me percaté de que le
fue cambiando la
expresión del rostro. En ese momento, le pregunté en inglés
"Dead?". Y de
inmediato, en el sueño, me sumergí en un túnel profundo
y negro. Me desperté y
me sentí desesperada. Pero los días fueron pasando y la pesadilla
quitándose de
mi mente. El sábado 24, como siempre me ponía mal cuando
él iba a volar, me
levanté para despedirlo. El salió y yo me quedé mirándolo
por la ventana. Lo vi
como arrancó su carro, dio marcha atrás y finalmente salió
andando".
Un hombre de acción, impaciente por luchar
Marlene, la viuda de Armando Alejandre, no puede hablar de él. "Me
siento al
punto del desmayo. Yo quisiera, pero me es imposible". Tampoco la hija
Marlene
Victoria (estudiante de Relaciones Públicas en la Universidad de
Gainsville) tiene
fuerzas para decir nada. La vida de estas dos mujeres ha quedado profundamente
marcada. Armando era un esposo cariñoso, dedicado a su mujer y a
su hija. Un
hombre de hogar que paseaba por las tardes con su familia, y que sólo
salía a
trabajar o a participar en alguna demostración o actividad a favor
de la libertad de
su Patria: Cuba era su obsesión y se impacientaba porque el tiempo
iba pasando y
no se acababa el resolver la situación angustiosa del pueblo cubano.
En Kendall, casi en una cuadra a la redonda, están las seis casas
de toda la familia
Alejandre, incluyendo las de las tías. Allí viven Marlene
y su hija Marlene Victoria;
las hermanas de Armando; Maggy, Cristina y Ana. Y en la fila, también
está la
casa de los padres: Armando y Margarita. Los Alejandre son una familia
unida y
bien llevada. "Desde mi casa --dice Cristina-- yo veía a Armando
caminar cuando
hacía ejercicios. El estaba tratando de adelgazar. Nos visitábamos
casi todos los
días".
"Nos llevamos cuatro años y medio, todos los hermanos. Armando era
el más
pequeño y el único varón. Te imaginas como lo teníamos
de malcriado. El tenía 10
años cuando llegamos de Cuba. Cuando terminó el High School
se fue de
inmediato como marine para Viet Nam. Cuando regresó, empezó
a trabajar
eventualmente con mi papá, en el negocio de construcción,
y se graduó de
Historia en FIU. Al final estaba trabajando como administrativo en el
Departamento de Tránsito del Metro Dade".
Armando Alejandre podía haberse quedado muy cómodo en su
hogar, pero
escogió el camino de luchar por su Patria. "El siempre fue un anticomunista
convencido". Ese fue uno de los motivos que lo llevó con 18 años
a la guerra de
Viet Nam", dice su hermana Maggy. "Pero yo te diría que se dedicó
más
activamente a la lucha contra Castro en los últimos 6 ó 7
años". Y efectivamente
en esta última etapa, Armando Alejandre fue noticia en los medios
de prensa por
sus actos de coraje, como cuando viajó a Colombia a protestar por
la visita de
Castro, saltó la cerca de la Sección de Intereses de Cuba
en Washington y
arremetió contra la puerta el Instituto San Carlos, cuando el régimen
castrista
quiso posesionarse del histórico lugar, que por derecho corresponde
al exilio
cubano.
El último reto que tuvo con la muerte Armando Alejandre, fue el
24 de febrero de
1996. "Era la segunda vez que él volaba con Hermanos al Rescate.
El no
pertenecía a la organización. Su primer viaje fue para llevar
provisiones a los
balseros, en las Bahamas".
"A mi hermano lo que más le interesaba era que la gente supiera
la verdad sobre
Cuba. Le molestaba bastante la confusión existente no sólo
en Estados Unidos
sino en todas partes del mundo. Le preocupaba que no se conocieran las
violaciones de derechos humanos que ocurrían en Cuba constantemente.
El era
una persona tranquila, pero muy firme en sus decisiones, que le gustaba
actuar. El
no tenía mucha paciencia para estar esperando a que un grupo se
sentara a
decidir que hacer. Quería demostrar que se podía luchar".
En el plano personal, Armando "era un encanto con su hija. A esa niña,
él la
adoraba. Y ella a su padre. Las relaciones entre ellos eran únicas".
"MI padre nos inculcó mucho el amor a Cuba. El extraña mucho
a su hijo. Tanto
él como mi madre ya son personas mayores, pero han afrontado el
hecho con
mucha entereza y han sabido sobreponerse a la pérdida de Armando,
si es que
esto se puede decir de acostumbrarse a tener siempre el alma angustiada.
Nosotros todos tenemos una fe muy grande en Dios, y eso ayuda mucho.
Confiamos en que se haga justicia. Eso es lo que estamos buscando".