Qué pena
ARMANDO GONZALEZ
Hay columnas que quisiera no tener que escribir. Esta es, sin dudas, la más difícil de todas.
He dedicado 33 años de mi vida a The Miami Herald. Vi nacer a El Miami Herald en 1976 y a El Nuevo Herald en 1987 y, desde mi percha en ingeniería, asistí en los partos.
De partero, y a través de los años, me convertí en bombero. La redacción y gerencia de The Miami Herald se las arreglaba para iniciar fuegos. Roberto Suárez, Sam Verdeja y yo salíamos a apagarlos. Y lo hacíamos de la única forma que los hombres podemos esperar respeto: dando la cara en el medio de la calle cubana. Resistiendo los embates de ira colectiva y, a veces, tratando de defender lo indefendible. No era placentero. Era como llevar el carácter al gimnasio. Para fortalecerlo. Para pulirlo.
Esta vez me temo que el fuego está ganando. Peor aún, no hemos visto a los bomberos. Hemos cometido (discúlpenme los lectores pero en mi corazón, que sangra, sigo siendo parte del Herald) la peor barrabasada que he visto en estos 33 años. Y las indicaciones son de que no sabemos qué hacer. De que, aun si supiéramos, no tenemos la voluntad de hacerlo.
¿Y por qué ha pasado todo esto?
The Miami Herald reportó, en su edición del 8 de septiembre, que 10 periodistas locales habían recibido compensación monetaria de Radio y TV Martí, un organismo oficial del gobierno de Estados Unidos. Cuatro de ellos estaban asociados con El Nuevo Herald; dos reporteros, una free lancer y un columnista sindicado.
¿Y qué hizo la empresa? En lugar de detenerse a evaluar cuidadosamente los hechos, de buscar una perspectiva más amplia, The Herald optó por una actitud irracional, tomó acciones drásticas intempestivamente. Se envolvió en el manto de un dudoso ''código de ética'' y, en lo que hubiera sido la envidia de Torquemada, despidió a los reporteros y canceló el contrato de la free lancer. Al columnista, Carlos Alberto Montaner, el columnista político más publicado en el mundo de habla hispana, se le comunicó que estaba exento de culpa, que su nombre no debía haber aparecido en el reportaje y que sus columnas seguirían siendo publicadas como de costumbre. Acto seguido, su columna publicada en El Nuevo Herald el domingo 17 de septiembre, que normalmente habría sido publicada en The Miami Herald el martes 19, fue censurada sin siquiera una explicación a Carlos Alberto sobre el por qué no se publicaba.
Si la compañía acusó (y despidió) a Pablo Alfonso, Wilfredo Cancio y Olga Connor por ''violación del código de ética'', ¿fue acaso ético y equitativo el mancillar la reputación inmaculada de Carlos Alberto Montaner? ¿No debiera hacerse responsable a alguien en el proceso de publicación por violar un código de ética que requiere equidad? ¿Fue acaso ''ético'' el tirar al lodazal las reputaciones de otros periodistas locales que ni siquiera están conectados con nuestra empresa? Y, añadiendo insulto a la injuria, ¿fue ético el publicar una información en una forma y con un tono que más parece un encausamiento judicial que un reportaje periodístico, incluyendo un montaje de fotografías más propio de la tablilla de la oficina de correos que de la segunda página de un periódico supuestamente respetable?
Sólo me queda pedirle a Dios que tanto The Miami Herald como McClatchy recapaciten. Errar es humano. Y decirles a Pablo, Wilfredo y Olga que, aunque no está en mis manos el traerlos de vuelta, mi corazón está con ustedes y mi respeto está a su más alto nivel.
Y a mi querido Herald: rectificar es de sabios.
Nos hemos automancillado. Qué pena.
agonzalez@miamiherald.com