PODRAN NO QUERERNOS PERO TIENEN QUE RESPETARNOS.
Por Alfredo M. Cepero
Cuando la tormenta comenzaba a amainar con la restitución de
los periodistas cubanos expulsados vilmente del Miami Herald las cosas
se
volvieron a complicar. La bomba estalló en la forma de una frase
arrogante, despreciativa y discriminatoria de una de los altos
funcionarios del Herald con respecto a la comunidad cubana. El detonador
fué una pregunta totalmente lógica y justificada en el curso
de una
conferencia de prensa. El reportero preguntó al editor del Herald,
Tom Fiedler, si la reacción enérgica de la comunidad cubana
había influído
en forma alguna en la decisión del periódico de
restituir en sus cargos a los periodistas expulsados. Como un toro a quien
le muestran un
pañuelo rojo, el señor Fiedler tiró por la borda
todo vestigio de racionalidad y cayó víctima de sus profundos
sentimientos de
resentimiento y desprecio hacia los cubanos. Por un momento se dejó
dominar por la pasión y nos calificó de “chihuahuas que solamente
le
mordían los talones”. Para complicar aún más las
cosas, en el curso de una petición de excusas probablemente exigidas
por la empresa, el señor
Fiedler echó sal sobre la herida diciendo que la próxima
vez nos compararía con un “boston terrier”. Respuesta característica
de un ser
sarcástico que se considera superior.
El señor Fiedler y el Miami Herald, que lo tiene en su nómina
porque sin dudas representa la política de la empresa, no perdonan
a la comunidad
cubana que seamos una minoría exitosa, independiente y fiel
a nuestra patria de origen. Pero, sobre todo, no nos perdonan que hayamos
creado
una comunidad paralela a la angloparlante con nuestras propias empresas,
organizaciones cívicas, medios de difusión y grupos de acción
política.
Toda esa energía avasalladora ha entrado en conflicto con los
designios tradicionales del Herald de ser el árbitro en el panorama
político y
económico en el sur de la Florida. Estos cubanos gregarios,
emotivos, ruidosos y compulsivos en lo que concierne al éxito profesional
y
económico les parecemos seres de otra galaxia. No nos entienden,
no nos controlan y, por lo tanto, tratan de someternos por la insidia,
el
vilipendio y la maledicencia. Muchos políticos, empresarios
y líderes cívicos de los círculos tradicionales de
nuestra ciudad le rinden
pleitesía y le suplican apoyo a sus campañas y proyectos.
La mayoría de nosotros tenemos la osadía de trazar nuestros
propios caminos y de
alcanzar metas que han sido producto de nuestro esfuerzo. Eso es tan
imperdonable para el Herald como no perdona el carcelero al preso que se
le escapa.
Como otros tantos cubanos escapé del infierno comunista
en 1960 y llegué a una aldea aburrida, atrasada y soñolienta
donde era muy difícil
encontrar trabajos bien remunerados que se llamaba Miami. En cuatro
décadas esa aldea se multiplicó por diez, centenares de empresas
y
bancos multinacionales abrieron sucursales y hasta casas matrices en
nuestra ciudad, nos convertimos en centro importante de la moda, la
cinematografia y las artes, así como creamos la infraestructura
que atrajo a centenares de miles de profesionales y empresarios
lationoamericanos al sur de la Florida. Y dicho sea de paso, el Miami
Herald multiplicó su circulación y sus ingresos en proporciones
similares al resto de las empresas. Debían estarnos agradecidos
pero se niegan a reconocer méritos a personas que no se ajustan
a sus
estereotipos físicos, linguísticos y culturales.
Ante este ataque injustificado y artero los cubanos no podemos permanecer
callados ni indiferentes. Hacerlo sería resignarnos a viajar
en el último carro de un tren que nosotros construímos
desafiando prejuicios y discriminaciones. Porque, pésele a quien
le pese, este
Miami próspero, internacional y cosmoplita de nuestros días
ha sido construído con el sudor y el esfuerzo de unos pioneros que
lo
abandonaron todo para lograr las bendiciones simultaneas de la libertad
individual y la prosperidad económica. Muchos han venido después
de
otras latitudes y culturas, pero todos han construído sobre
los cimientos echados por nosotros.
Tom Fiedler y el Miami Herald se equivocaron con nosotros. Ambos tienen
el derecho de simpatizar o no con nuestra causa o nuestra cultura. Pero
ambos tienen que respetarnos. Y si no lo hacen, tenemos que hacerles
sufrir las consecuencias de su intolerancia con acciones que les peguen
donde mas le duelen a mercaderes como ellos de la palabra impresa.
Cancelando nuestras suscripciones y dejando de comprar los productos de
las empresas que se anuncien en sus páginas. Podrán no
querernos pero tienen que respetarnos.