La analista arrestada pudo influir en militares de EU
RUI FERREIRA
El Nuevo Herald
Lo que empezó por ser un juicio sobre la actividad de una
red de espionaje en el sur de la Florida contra el exilio cubano e instalaciones
militares estadounidenses,
terminó sacando a flote las preocupaciones y el interés
que parecen tener sectores militares sobre el futuro de la isla.
Pero, ¿es genuino ese interés, o el testimonio de
dos generales estadounidenses en un tribunal de Miami a favor de los cinco
acusados de espionaje fue la
consecuencia de informaciones deliberadamente distorsionadas
sobre la isla?
``Hay quiénes creen que se debe negociar con el ejército
en Cuba una transición pacífica, tranquila, posiblemente
con [el ministro de defensa] Raúl Castro'', dijo el
analista Ernesto F. Betancourt.
Son los mismos oficiales que también han abogado por una
mayor relación de trabajo con el régimen cubano en materias
como el combate al tráfico de drogas y el
terrorismo, entre ellos el general Barry McCaffrey, el zar antidrogas
de la administración de Bill Clinton, quien llegó a proponer
la inclusión de La Habana en un grupo de trabajo anti narcóticos
estadounidense, con acceso a equipos e informaciones de inteligencia.
Betancourt aseguró esta semana a El Nuevo Herald que el
testimonio de esos oficiales retirados en el juicio estaría fuertemente
influido por los análisis que les fueran
transmitidos durante años por alguien a quien ahora las
autoridades han acusado de espiar para la isla.
Se trata de Ana Belén Montes, analista principal para asuntos
cubanos de la Agencia de Inteligencia de Defensa (DIA). El 21 de septiembre,
agentes de la Oficina
Federal de Investigaciones (FBI) entraron a su oficina en las
afueras de Washington y la acusaron de enviar a la isla informes sobre
maniobras militares y datos sensibles y clasificados.
Belén Montes no era un personaje cualquiera en Washington. Pertenecía al grupo de trabajo interagencias sobre Cuba y ``daba análisis sobre la isla a gran parte de los militares y funcionarios de alto nivel del gobierno'', dijo Jaime Suchliki, director del Centro de Estudios Cubanos y Cubanoamericanos de la Universidad de Miami.
Uno de esos análisis fue el controvertido informe enviado al Capitolio en marzo de 1998 donde se consignaba que Cuba no representaba una amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos.
Sus conclusiones fueron esgrimidas con vehemencia durante el juicio
a los espías por el general retirado Charles Wilhelm, ex jefe del
Comando Sur, y el ex almirante
Eugene Caroll, para desestimar la importancia de los agentes
cubanos en el sur de la Florida.
Ambos estuvieron este año en la isla, donde cenaron con
el gobernante Fidel Castro y sostuvieron un amplio intercambio de opiniones
con oficiales de las fuerzas
armadas y el ministerio del Interior.
``[Castro] entendió que estábamos interesados en
explorar las posibilidades de una mejor cooperación entre las agencias
policiales [de los dos países]. El tráfico de
drogas, migración y terrorismo, son amenazas serias para
las dos partes, y si quieren acabar con esos problemas, los dos países
tendrán que trabajar en conjunto en
alguna medida'', dijo sobre la visita el general Edward B. Atkenson
en un artículo publicado en mayo en la revista Army.
Pero, según Suchliki, las preocupaciones de los militares
estadounidenses van más allá del narcotráfico, la
migración o el terrorismo. ``Temen el futuro. Temen una
transición violenta donde la situación se les pueda
ir de la manos y necesitan alguien con quien identificarse para asegurar
lo contrario'', dijo.
Puede ser, argumenta Betancourt, pero el hecho es que Belén
Montes adquirió importancia en este caso porque, a raíz de
su arresto, se supo que ella tenía una
influencia prácticamente ilimitada en la formación
de opinión de los militares sobre la isla. ``Wilhelm, Atkenson,
Caroll, todos ellos leían sus informes y se fiaban de ella'', dijo
Betancourt.
Un oficial de la comunidad de inteligencia dijo a El Nuevo Herald
a raíz del arresto que, ``aunque a veces sus opiniones [las de Belén
Montes] pertenecían al sector
minoritario [de los especialistas en asuntos cubanos], la escuchábamos
con atención'' y, según Betancourt, esa ``atención''
pudo llegar a un punto en que esos oficiales "perdieron la noción
de quién es nuestro adversario''.
Suchliki no duda que las opiniones de Belén Montes estuvieran condicionadas por su trabajo clandestino. ``Le convenía a Castro que ella diera la impresión de que él no desea un enfrentamiento'', dijo.
``A lo mejor los cubanos la querían para eso mismo, para dejarle saber a Estados Unidos sus verdaderas intenciones. Creo que es algo que no sabremos pronto'', declaró Mark Falcoff, subsecretario en la administración Carter.
Al margen de si Belén Montes distorsionó o no la realidad en sus recomendaciones de alto nivel, las consecuencias de sus actos parecen haber logrado esos objetivos.
``La noción ingenua de que se puede confiar o cooperar con Castro ha penetrado en el pensamiento de nuestros militares, pese a la abundancia de pruebas de que ha sido y es un importante adversario de nuestro país'', afirmó Betancourt.
En los últimos meses los círculos de análisis de asuntos cubanos a alto nivel parecen querer frenar la introducción de conceptos que difieran de los ya establecidos.
``He llegado a la conclusión de que usted no consideraría escuchar ninguna idea fuera de las conclusiones a que ya arribó sobre Cuba'', escribió Betancourt en un correo electrónico enviado a Steven Metz, director del Army War College.
De hecho, ninguno de los grupos de trabajo de alto nivel sobre
la isla tienen entre sus integrantes a ex funcionarios o militares que
hayan servido bajo las ordenes de
Castro. Hace unos meses, Betancourt señaló la incongruencia
al Naval War College, pero no obtuvo respuesta.
``Me parecía que los aportes de cubanos interpretando la realidad cubana tienen algún sentido y podrían ser útiles'', afirmó.
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