Ola delictiva ahoga paz salvadoreña
KEN GUGGENHEIM
Associated Press
San Salvador -- No fue el conflicto civil lo que envió
a Carlos Gutiérrez
España al hospital, sino más bien la paz: fue mutilado
durante un asalto,
víctima de uno de los millares de delitos comunes que
enlutan a El
Salvador casi seis años después del fin de la guerra.
Los acuerdos de paz pusieron fin al conflicto, pero no al derramamiento
de sangre. Hoy, los delitos comunes matan a los salvadoreños
a un ritmo
más rápido que el de la guerra. Según cómo
se interpreten las
estadísticas, El Salvador podría ser en la actualidad
la nación más
violenta de América Latina.
El final de la guerra bien puede haber alimentado la violencia.
Los
represivos departamentos de policía fueron disueltos y
en su lugar se
organizaron nuevas fuerzas policiales, dejando lagunas en el
ejercicio de
la autoridad. Las armas pasaron del campo de batalla a manos
civiles.
Los refugiados volvieron a sus hogares, algunos adiestrados por
pandillas
de delincuentes en ciudades norteamericanas.
``En honor a la verdad, lo que estamos padeciendo es una tran-
sición'',
dice Rodrigo Avila, director de la Policía Nacional Civil.
``Lo que
venimos experimentando es un trauma, un trauma de pasar a un
nuevo
sistema de gobierno, un nuevo sistema de apertura''.
El problema no atañe a El Salvador solamente. El crimen
va en ascenso
por toda Centroamérica, alimentado por la pobreza, la
corrupción y el
quebrantamiento de las estructuras familiares.
En los países donde hubo guerra civil durante la década
pasada --El
Salvador, Nicaragua y Guatemala-- los ex combatientes pasaron
a la
vida civil con escasos conocimientos útiles aparte de
la habilidad de
matar. Algunos formaron pandillas --a menudo con relaciones con
la
policía y el ejército-- especializadas en la extorsión,
el hurto de
automóviles, el narcotráfico y el secuestro.
Ni siquiera Costa Rica, considerada la nación centroamericana
más
segura de la década anterior, se ha salvado de la oleada
de criminalidad.
En ese país, los turistas extranjeros han llegado a ser
frecuentes víctimas
de los delincuentes.
Los crímenes han retrasado la recuperación de posguerra.
El dinero que
pudiera usarse para la educación se gasta en policías
y cárceles. Los
servicios médicos no dan abasto. Hombres que podrían
estar
reconstruyendo sus países mueren jóvenes, languidecen
en prisión, o
--como Gutiérrez España-- pasan sus días
en hospitales calurosos y
atestados.
A Gutiérrez España lo asaltaron en marzo, cuando
se dirigía hacia su
casa en Nahuizalco, a unos 50 kilómetros al oeste de la
capital, San
Salvador.
Un hombre con una escopeta y otro con un puñal le robaron
la cartera,
que contenía el equivalente de $320, su sueldo mensual
en una refinería
de azúcar. Hubo una reyerta cuando Gutiérrez España
pidió que le
devolvieran su tarjeta de seguro social. Mientras uno de los
asaltantes lo
pillaba contra el pavimento, el otro utilizó el cuchillo.
La víctima alzó una
mano para protegerse de la hoja.
``Mire cómo estoy ahora. No puedo hacer nada'', dice Gutiérrez
mostrando sus brazos. ``Me dejaron manco. No puede agarrar nada''.
Los crímenes violentos, que ya eran numerosos en 1996,
aumentaron el
año pasado, de acuerdo con las estadísticas divulgadas
recientemente
por la Fiscalía General de la República.
Los homicidios ascendieron de 8,019 en 1996 a 8,281 el año
pasado, y
las heridas infligidas durante la comisión de delitos
aumentaron de
14,352 a 15,697. Durante los doce años de guerra civil
perdieron la vida
como promedio 6,330 personas anuales, es decir, una 76,000 en
total.
En este país de unos seis millones de habitantes, hay unos
23 homicidios
a diario. La ciudad de Nueva York, con más de siete millones
de
habitantes, tiene dos homicidios diarios como promedio.
La tasa de homicidios de El Salvador es más de 100 por
100,000
habitantes. Colombia --a la que se considera hace tiempo la nación
más
violenta de Latinoamérica-- tuvo una tasa del 81 por 100,000
en 1996.
Algunos criminólogos dicen que las cifras son engañosas
porque los
países usan métodos distintos para notificar de
los homicidios. El jefe
policial Avila señala que El Salvador incluye en sus estadísticas
delictivas
algunas muertes que otros países no consideran, como las
muertes de
tránsito y los suicidios.
El doctor Julio César Gómez Flores ve de cerca los
efectos de la
violencia en el Hospital Rosales, donde la mayoría de
las víctimas, como
Gutiérrez España, son jóvenes y han recibido
heridas de bala o
navajazos.
Gómez Flores, director de anestesiología, recuerda
al dirigente de una
pandilla que fue ultimado hace tres años tras haber sido
recluido en una
celda con varios miembros de una pandilla rival. El cadáver
presentaba
132 puñaladas.
``La guerra nos insensibilizó'', dijo. ``Es una cualidad
que todos
poseemos. Todo el que haya visto tantos muertos y heridos no
puede ya
sentir nada''.
La violencia forma parte de la historia salvadoreña. Los
dictadores
militares, respaldados por la oligarquía nacional, utilizaron
la fuerza bruta
para conservar el poder durante muchas generaciones.
En 1979, los rebeldes izquierdistas coaligados en el Frente Farabundo
Martí de Liberación Nacional (FMLN) declararon
la guerra a una serie
de gobiernos apoyados por Estados Unidos. Los escuadrones de
la
muerte derechistas mataban con impunidad a los presuntos simpatizantes
de los rebeldes.
Una tregua mediada por las Naciones Unidas se firmó en
enero de 1992
y la guerra llegó a su fin en diciembre. Los acuerdos
de paz dispusieron
la aplicación de una reforma agraria, la legalización
del FMLN como
partido político y la reducción de las fuerzas
armadas.
Los ex combatientes son ahora políticos y no se habla de
revueltas ni
golpazos. El FMLN conquistó la alcaldía de San
Salvador el año pasado
y es el segundo de los partidos representados en la legislatura
nacional.
Pero los acuerdos apenas ayudaron a los civiles.
``Nadie pensó en los niños, nadie pensó en
los adolescentes nacidos
durante el conflicto que se acostumbraron al ambiente de una
guerra, a la
violencia y la muerte'', dice Ruth Anabella Henríquez
Chávez,
viceprocuradora general para la defensa de los derechos de la
infancia.