Exodo masivo en Ecuador
GONZALO GUILLEN / El Nuevo Herald
GUAYAQUIL
El viernes 16 de febrero pasado, en la noche, el ecuatoriano Francisco
Edmundo
Rivera Salazar regresó definitivamente de España, donde
fue a buscar fortuna
como inmigrante ilegal.
Aterrizó en el Simón Bolívar, único aeropuerto
local y desfalleciente vestigio
arquitectónico de los años 50. Su familia extensa y sus
vecinos fueron a recibirlo
vestidos de duelo porque Francisco Edmundo venía muerto.
La última noche de su vida la había pasado en el hospital
San Carlos, de Madrid,
y la cuenta de los servicios fue canjeada por el valor de los órganos
susceptibles
de ser transplantados, que le fueron extraídos sin el consentimiento
de los
dolientes. El muerto no llevaba ni una peseta encima.
Piedad Morán, la viuda, antes de que regresaran los despojos
de su marido
apeló al juzgado 15 de lo penal de Guayaquil para que dispusiera
un escrutinio
forense del cadáver apenas llegara y obtuviera el inventario
de las partes que le
faltaban al cuerpo. No obstante, la jueza, Angelina Albán, determinó
que primero
debían efectuarse las honras fúnebres completas y solamente
después podría
iniciarse una causa judicial reglamentaria, a petición de parte,
que comenzaría
por la exhumación oficial de los restos de Francisco Edmundo.
Entonces, Piedad Morán viuda de Rivera y la comitiva que la acompañaba,
marcharon en procesión hasta el vecino pueblo de El Triunfo,
donde a las tres de
la tarde del día siguiente le dieron cristiana sepultura en
medio de los peculiares
rituales funerarios guayaquileños, conmovidos siempre con pensamientos
sobrenaturales, solemnidad y solidaridad social.
Mientras los deudos empujaban el catafalco entre una bóveda del
cementerio,
las noticias de la radio local honraban al difunto y revelaban que
otro labrador
ecuatoriano, Franklin Cuñas Parco, de Guayaquil, se estaba extinguiendo
en el
hospital Virgen de Arrixaca, en la ciudad española de Murcia.
El locutor avisaba
que el estado era comatoso. ``También va a tener que pagar la
cuenta con las
tripas'', imaginó.
De otros tres emigrantes, en cambio, que aparecieron en Tokio, no hubo
mayores noticias. El 13 de abril de 1999 los encontraron muertos de
frío dentro
de un contenedor marítimo frigorífico que había
llegado con banano ecuatoriano.
Un promedio diario de 18 personas abordan como polizones los buques
bananeros que zarpan y se van de contrabando para Estados Unidos a
probar
suerte, según la Seguridad Portuaria de Ecuador. Tambié,
afirman, los que
llegaron congelados al Japón fue porque se equivocaron de barco.
Otro viajero furtivo, Manuel Loja, recientemente tuvo mejor fortuna,
pues aunque
los coyoteros que le cobraron $6,000 para llevarlo a Nueva York se
equivocaron
de embarcación, llegó vivo a RijeK, Croacia, donde las
autoridades demoraron
varios días para poder comunicarse con él y averiguar
que provenía de un
territorio remoto que, según dijo, se llamaba Ecuador.
Desde 1995, con énfasis principalmente en 1999 y 2000, cerca
de 25 por ciento
de la población de este país se ha ido. De acuerdo con
un informe del ministerio
de Relaciones Exteriores, tres de los 12 millones de habitantes de
la nación
viven en el exterior y apenas 1,200,000 de ellos han inscrito sus nombres
en las
legaciones diplomáticas ecuatorianas. De los demás solamente
se sabe que se
fueron.
Los estragos económicos de la última guerra contra el
Perú (1995), la
devastación causada a lo largo de toda la costa del país
por el Fenómeno del
Niño durante 1998, la quiebra fraudulenta de los principales
bancos (1999), los
efectos empobrecedores de la corrupción estatal, un régimen
de privilegios que
durante años le ha permitido a los más ricos gozar de
sus fortunas sin tributar al
estado y una inestabilidad política y jurídica que ahuyenta
la inversión extranjera,
son, entre otras, las razones por las que los sedimentos medios y bajos
de la
sociedad han emprendido un éxodo que no se detiene.
La búsqueda de oportunidades por fuera del país hizo que
durante 2000 las
divisas enviadas por los inmigrantes soportaran la recesiva economía
nacional.
El catedrático y periodista Gustavo Cortez, quien se especializa
en el tema de
los inmigrantes y prepara la publicación de un libro sobre la
materia con editorial
Planeta (Estampida), dijo que, ``De hecho, las remesas que envían
los
emigrantes son el segundo soporte de la economía nacional, con
una proyección
del Banco Central de $1,200 millones para el año 2000. El primer
rubro
económico sigue siendo el petróleo con ingresos de $2,045
millones''.
Los inmigrantes ya le producen más al país que el banano,
entre el que salen
escondidos, y el camarón, productos con los que hasta hace poco
Ecuador fue
líder mundial.
Cortez, quien dirige la oficina de redacción en Guayaquil del
diario quiteño HOY,
dice que ``el tráfico humano deja réditos mayores que
la pesca y ahora los
armadores medianos prestan sus embarcaciones para llenar las bodegas
hasta
con 200 personas hacinadas, que intentan llegar a Centroamérica,
en ruta a los
Estados Unidos. Desde Guatemala o Nicaragua, principalmente, los trasladan
a
pie hasta México, y desde allí, a California, hasta que
los controles de la policía
norteamericana de migración les dejen un espacio para pasar''.
Los coyoteros cobran hasta $9,000 por persona y trabajan en combinación
con
agiotistas que les prestan el dinero a estos desterrados, siempre que
pongan en
prenda sus bienes (frecuentemente casas modestas y pequeños
terruños
agrícolas) de los cuales se apoderan una vez el deudor incumple
los primeros
pagos.
La gran mayoría de los emigrantes actualmente van masivamente
a España y,
en menor escala, a Italia, Alemania, Francia y Holanda, donde ejercen
en la
clandestinidad oficios menores, normalmente a precios que están
por debajo de
lo que exige la ley, y llevan una vida semejante al esclavismo debido
a que
prefieren enclaustrarse en los sitios de trabajo (granjas o casas donde
hacen de
sirvientes domésticos) por miedo a ser interceptados en la calle
y deportados.
En contraste, la riqueza en Ecuador está desaprovechada y concentrada
en 20
por ciento de la población. Un 40 son pobres y el resto casi
indigentes con un
ingreso diario de $1, de acuerdo con el Instituto de Investigaciones
Económicas
y Políticas de la Universidad de Guayaquil.