L as autoridades dominicanas temen que la deportación desde EU
cause el
aumento en el índice de criminalidad.
ALONSO DE CONTRERAS / EFE
SANTO DOMINGO
Cerca de 3,000 dominicanos encarcelados en Estados Unidos, la mayoría
por tráfico de drogas y asaltos, serán deportados este
año a su país de
origen, al cumplir su condena y con un ``postgrado'' en delincuencia.
Los 3,000 deportados de 1999 se sumarán a los 2,429 dominicanos
que
fueron excarcelados en Estados Unidos y devueltos al país caribeño
en 1998,
según reveló el jefe de la Policía Nacional, general
Sainz Jiminian.
Muchos de ellos se han sumado ya a los 300,000 dominicanos que aparecen
fichados en los archivos de la Policía, y ``vienen aquí
a enseñar a los párvulos
a delinquir'', según admitió Sainz Jiminian.
Son la otra cara de la moneda en la creciente industria de la emigración
que
durante años ha aportado a la economía del país
más dólares, en forma de
remesas mensuales a sus familiares, que el turismo.
Las autoridades locales temen que aquellos vientos, sembrados en forma
de
emigrantes que además enriquecieron a los ``caciques'' que aún
organizan los
viajes ilegales desde las costas dominicanas, sean ahora tempestades
que
afecten a la imagen de sosiego que necesita un destino turístico.
Son los ``tigueres'' (los duros, en lenguaje coloquial dominicano) que
se
suman al creciente ``tigueraje'' de los barrios marginales de Santo
Domingo,
donde la pobreza empuja a miles de jóvenes a la drogadicción,
a la
prostitución y a la delincuencia.
Este ``tigueraje'' aún no ha afectado al turismo playero, aunque
muchos
negocios en el antiguo barrio colonial de Santo Domingo han tenido
que
cerrar por la creciente inseguridad durante las madrugadas.
En la capital dominicana han aumentado los incidentes armados durante
la
noche, pero los ``dominican-yorks'', los ex residentes en Nueva York
que
regresan al Caribe con las costumbres y el ambiente de los ``guetos''
neoyorquinos, no son los únicos culpables.
La necesaria depuración que se inició en los últimos
años en la Policía
Nacional, y que ha hecho que centenares de agentes y oficiales involucrados
en delitos - la Policía nacional no quiso especificar cuántos
- fueran
expulsados del cuerpo del orden, ha echado a la calle a otros tantos
desempleados especialistas en armas de fuego.
Al ciudadano dominicano le resulta cada vez más difícil,
en las calles y
carreteras, distinguir quienes le dan el alto.
Pueden ser policías vestidos de uniforme, policías vestidos
de civil,
delincuentes vestidos de delincuentes, delincuentes vestidos de policías
o, en
el peor de todos los casos posibles, ex policías vestidos de
lo que sea.
Se trata de una duda grave en un país, cuyas autoridades admiten
que hay
demasiadas armas. Además de los delincuentes, están armados
los miles de
guardaespaldas que acompañan a políticos y personalidades,
los militares y
policías cuando no están de servicio y los ``colaboradores''
de los militares.
También suele llevar una pistola en su vehículo cualquier
ciudadano que en los
últimos 15 ó 20 años tuviera un familiar con influencia
en la Policía o en las
Fuerzas Armadas, y miles de personas que mantienen sus ``recuerdos''
de la
guerra civil de 1965.
Las campañas para desarmar a la población en registros
callejeros se
encuentran con el problema del ``usted no sabe quien soy yo'', folclórica
frase
que suele acompañar al gesto de mostrar al oficial una tarjeta
de visita firmada
por un general.
La prensa destaca diariamente el aumento de la delincuencia en un país
tradicionalmente seguro, mientras las autoridades insisten en que la
culpa la
tienen los ``deportados'' de Estados Unidos.
Copyright 1999 El Nuevo Herald