Por ERNESTO F. BETANCOURT
16 de agosto de 2003
Esa fue mi respuesta cuando comenté el retorno voluntario de
Eloy
Gutiérrez Menoyo a Cuba. Lamentablemente, solamente la primera
parte
de mi reacción fue recogida en el reportaje, lo que me obliga
a
aclarar la segunda parte, que considero esencial para evaluar el paso
dado.
Eloy es una figura insignificante en el panoramo histórico cubano.
Sus limitaciones intelectuales son conocidas de todos los que lo han
tratado. Durante la etapa insurreccional no jugó un papel importante
en nada y, cuando la revolución llega al poder, también
fue una
figura marginal, no ocupando posición alguna. Y, si tuvo algún
papel,
fue el vergonzoso de chivato durante la conspiración trujillista.
Todo el que en 1959 vio el programa televisado en que Fidel relató
cómo Eloy, después de haberse envuelto con los agentes
trujillistas,
se le acercó para delatar la conspiración, no puede menos
que recelar
de Eloy en cualquier esfuerzo contra Fidel. Máxime cuando recibió
y
cumplió fielmente instrucciones de continuar adelante la conspiración
para ver quiénes caían en la trampa, lo que culminó
en una cita en
una mansión donde Fidel era quien les abría la puerta
de la casa. Más
de cien personas cayeron presas a resultas del chivatazo de Eloy.
Su conducta durante los 22 años de prisión posterior,
cuando fue
capturado en una infiltración frustrada, le acreditan como hombre
valiente y eso debe reconocerse. Pero, en ningún caso su actuación
justifica su desmedida ambición de protagonismo histórico
y, a los 68
años, es un poco tarde para crearse una nueva imagen. Eloy es
sencillamente irrelevante.
Ante el fracaso de su vida, ya que no tiene medios visibles de
sostenimiento que no sean el cuento de Cambio Cubano, y estando
físicamente muy dañado por los maltratos sufridos en
la prisión, Eloy
concibe una última jugada. Venderle a Fidel su apoyo a la campaña
de
descrédito de toda la disidencia como un mero instrumento de
los
Estados Unidos a cambio de que lo deje vivir en Cuba y hasta le
subsidie una oficinita a Cambio Cubano. Y eso es lo que ha hecho.
Todos sabemos que en el aeropuerto José Martí hay una
fuerte
presencia de Seguridad del Estado y que, quienquiera proclame su
intención de quedarse en Cuba sin un acuerdo previo con el régimen
tardaría a lo más un par de horas en llegar a Villa Marista.
O, en el
mejor de los casos, ser montado a la fuerza en un avión de regreso
a
Miami.
Decir que no va a Cuba a desestabilizar al régimen, pero sí
a abrir
un espacio para el diálogo, es una tontería que sólo
refleja su
limitada capacidad intelectual. Fidel ha hecho claro que en Cuba,
bajo su régimen, sólo puede haber un monólogo.
Para ello, hasta hizo
inmodificable la constitución que proclama el partido único
y el
marxismo-leninismo como sistemas que pretende imperen eternamente en
Cuba.
En las declaraciones iniciales de Eloy, publicadas en este periódico
el 8 de agosto, busqué una palabra solidaria con las recientes
víctimas de la represión castrista entre la disidencia
y sólo
encontré la insinuación mezquina de que eran instrumentos
de Estados
Unidos.
Es evidente que Eloy le ofrece de nuevo a Fidel, como hiciera en su
entrevista de 1995, actuar como el disidente oficialmente tolerado.
Esto le dará a Fidel una vía de escape de la ola de críticas
mundiales que le ha ocasionado la brutal represión de la verdadera
disidencia. En momentos en que figuras legítimas de la disidencia,
como Martha Beatriz Roque, Raúl Rivero, Oscar Espinosa Chepe
y otros
ven sus vidas en peligro por las brutales condiciones de las cárceles
donde se encuentran, los corresponsales de las agencias de noticias
y
la CNN dedican sus espacios a cubrir la parodia de Eloy, con el
beneplácito del régimen.
Al momento de escribir estas líneas, no sabemos cuál va
a ser la
decisión final de Fidel sobre Eloy Gutiérrez Menoyo.
En lo personal,
tiene derecho a vivir en Cuba y se lo deben respetar. En lo político,
hay que respetarle el derecho a sus opiniones y posición, aunque
discrepemos de ellas. Pero a lo que no tiene derecho es a denigrar
la
de otros en aras de satisfacer sus ambiciones de un protagonismo
histórico que le queda muy ancho, y mucho menos a mendigárselo
a
Fidel.