30 de noviembre de 1956: Santiago se vistió de verde olivo
ORLANDO GUEVARA NÚÑEZ Y PEDRO GARCÍA
Parecía una mañana igual a las demás. Pero la noche
anterior
centenares de jóvenes no habían dormido por el ajetreo de
los
preparativos y la tensión de la acción que se gestaba. Las
fuerzas
de la tiranía batistiana, presintiendo algo grande, se acuartelaban.
Mientras, el yate Granma se acercaba a las costas de Niquero. Era
el 30 de noviembre de 1956.
Desde octubre de ese año, un grupo de jóvenes integrantes
del
Movimiento Revolucionario 26 de Julio, capitaneados por Frank
País García, Léster Rodríguez, Pepito Tey y
otros valiosos
combatientes clandestinos, preparaban el levantamiento armado
que a finales de diciembre debía secundar la expedición que
bajo
el mando de Fidel Castro vendría desde México para reiniciar
la
lucha armada.
Fue necesario adelantar la acción y el 27 de noviembre, Frank
recibía la indicación para el inicio del levantamiento. Tres
días
bastaron para los preparativos. Santiago de Cuba asistía a una
nueva cita con la historia. A las siete de la mañana del 30
comenzaron los combates. Decenas de jóvenes estrenaron el traje
verde olivo: al brazo, el rojinegro brazalete del 26 de Julio. ¡Viva
Fidel!, ¡Viva la Revolución!, ¡Abajo Batista!, gritaban
los valientes
soldados revolucionarios.
Un grupo de 28 combatientes —testimonio del propio Frank— ataca
la jefatura de la policía nacional, en la Loma del Intendente. En
la
parte delantera combaten 20 de ellos, con Pepito Tey como jefe.
Otros ocho avanzan por la parte trasera, se posesionan de la
azotea y desde allí abren fuego contra la guarnición. Su
jefe es Otto
Parellada. Paquito Cruz dirige otro pequeño grupo.
La fuerza atacada es superior en número. Unos 70 policías
y 15
soldados. El combate es violento. El enemigo sufre varias bajas. El
primer revolucionario en caer es Tony Alomá. Pepito Tey avanza
con mayor ímpetu hacia la posición enemiga. Herido en una
pierna
sigue combatiendo hasta el final.
También Otto Parellada es víctima del desigual enfrentamiento.
Ante la imposibilidad de tomar la estación de policía, se
ordena la
retirada de los revolucionarios, no sin antes incendiar el edificio, que
es destruido por las llamas.
A poca distancia, los disparos rebeldes quebrantan la resistencia
de la Policía Marítima. Se toman prisioneros y armas, pero
un
refuerzo enemigo, traído del cuartel Moncada, entra en acción.
El
asalto se libra sin bajas de los estrenados combatientes.
La otra acción principal, el ataque y bloqueo del cuartel Moncada,
no llegó a ejecutarse, como consecuencia de la detención,
durante
la noche del 29, de sus principales responsables, Léster Rodríguez
y Josué País. Por ese motivo no se disparó el mortero
contra la
fortaleza. Las brigadas estudiantiles secundan el alzamiento.
Terminados los combates en los lugares escogidos, los valientes
asaltantes ocupan diversos puntos de la ciudad, y actúan como
francotiradores. La resistencia más fuerte tiene lugar en el Instituto
de Segunda Enseñanza. Al día siguiente aún se luchaba.
Una descripción realizada por Frank País caracteriza los
acontecimientos del 30 de noviembre de 1956 en Santiago de
Cuba.
"La ciudad amaneció bajo un tiroteo general. Armas de todos los
calibres vomitaban fuego y metralla. Alarmas y sirenazos de los
bomberos, del cuartel Moncada, de la marina. Ruido de los aviones
volando a baja altura. Incendios por toda la ciudad. El ejército
revolucionario dominando las calles y el ejército de Batista
pretendiendo arrebatarle ese dominio. Los gritos de nuestros
compañeros, secundados por el pueblo, y mil indescriptibles
sucesos y emociones distintos.''
Al concluir los combates, la persecución de las fuerzas de la tiranía
fue feroz, pero enfrentó un valladar decisivo: la solidaridad del
pueblo santiaguero. Las puertas se abrían para que los jóvenes
asaltantes entraran. Mucha gente del pueblo arriesgó así
también
su vida ese 30 de noviembre.
SANTIAGO COOPERÓ MASIVAMENTE
Frank destacó cómo la población entera de Santiago
de Cuba,
enardecida y aliada de los revolucionarios, cooperó masivamente
con ellos. "Cuidaba a los heridos, escondía a los hombres
armados, guardaba las armas y los uniformes de los perseguidos,
nos alentaba, nos prestaba las casas y vigilaba de lugar en lugar,
avisando de los movimientos del Ejército".
En la jefatura de la Policía Nacional, por ejemplo, los bomberos
que
acudieron a apagar el incendio ayudaron a escapar a los detenidos
por la tiranía que allí estaban. Relataría uno de
aquellos
combatientes. "Los bomberos nos sacaron disfrazados con sus
ropas y cascos con la mayor naturalidad, por delante de los propios
policías".
Durante la lucha, narra Asela de los Santos, una joven santiaguera
incorporada a la insurrección, a un combatiente se le cayó
una caja
de balas. "Los proyectiles se regaron en la calle. Pasaban en aquel
momento un hombre con una carretilla y varios transeúntes y sin
pronunciar palabra, se agacharon y después de recogerlas
siguieron su camino".
El Granma arribó a playas cubanas el 2 de diciembre, 48 horas
después del levantamiento en Santiago. Las noticias eran
contradictorias, pero Frank siempre confió en que Fidel y los
expedicionarios llegarían a la Sierra. Por aquellos días
le dijo a
Armando Hart: "Ahora, a unir los campesinos y realizar acciones,
que esto será una bola que nadie podrá detener".
Frank era tan organizado, afirma la combatiente María Antonia
Figueroa, que después del levantamiento "el Movimiento quedó
intacto, no sufrió más descalabros que la pérdida
de esos tres
compañeros (Pepito, Otto y Tony). Él ordenó enseguida
recuperar
cuanta arma y bala encontráramos".
Tal como se había previsto, se puso en marcha otra fase de la
acción, mediante sabotajes a las comunicaciones, el transporte y
otras instalaciones. En muchas otras partes, los revolucionarios se
habían también lanzado a la lucha.
El apoyo a Fidel y a sus compañeros tomaría otras formas.
En
marzo de 1957 Frank organiza y envía —como refuerzo del Ejército
Rebelde— a 50 combatientes, muchos de ellos participantes en la
heroica acción del 30 de noviembre. En junio de ese mismo año,
otro grupo, con igual fin, marcha a las legendarias montañas.
Muchos de los jóvenes que estrenaron el uniforme verde olivo en
la
entonces capital oriental, caerían después en las propias
calles
santiagueras.
Cuando a fines de diciembre de 1958 el Ejército Rebelde prepara
el
asalto final a Santiago de Cuba, unos cien combatientes
revolucionarios armados estaban listos dentro de la ciudad para
entrar en acción. Las fuerzas de la tiranía se replegaban
a sus
guaridas y solo la rendición incondicional del Moncada evitó
el
combate. Era el Primero de Enero de 1959.