'El Zorro' llegó clandestinamente a La Habana
PABLO ALFONSO y RAUL RIVERO
El Nuevo Herald
La película que está viendo media Habana y gran
parte de Cuba ahora
mismo es La Máscara del Zorro. Antonio Banderas, enmascarado
y
espada en mano, está entrando en los hogares cubanos a
través de una
complicada red que contrabandea películas de vídeo
en las principales
ciudades del país.
"Es la única forma que tengo de ver algo diferente a lo
que ponen en la
televisión, y no me preocupa mucho si es legal o no'',
dijo a El Nuevo
Herald Arminda Gómez, residente en el municipio habanero
Playa.
Ella está entre los miles de cubanos que se benefician
de las decenas de
``bancos de películas'' que operan clandestinamente en
diversas zonas de
La Habana y en toda Cuba.
En la lista de los aproximadamente 100 trabajos por cuenta propia
autorizados por el gobierno cubano, no aparece "el alquilador''
de
películas de vídeo. Sin embargo, decenas de estos
audaces empresarios
han montado un floreciente negocio, que se ramifica por todo
el país.
En La Habana, los bancos de películas alquilan la videocinta
por $5.00
pesos cubanos por 24 horas. Quien devuelva tarde la cinta puede
esperar una suspensión temporal para alquilar otras películas.
Si la cinta
es devuelta sin rebobinar hay que pagar una multa de $2.00 pesos
cubanos. Entre cliente y empresario se establece una especie
de acuerdo
tácito que mantiene en secreto el funcionamiento de la
red, casi con la
misma discreción con que opera el mercado negro de productos
más
esenciales.
La existencia de este comercio es una alternativa más popular
y
económica al mercado estatal que opera en dólares.
En las tiendas
oficiales, que opera una firma estatal, hay que pagar una cuota
inicial de
registro de $10.00 (equivalente a 220.00 pesos cubanos), y rentar
cada
película cuesta $1.00 diario.
José Luis González, residente en Santiago de Cuba,
dijo que en esa
ciudad los ``rentadores clandestinos'' cobran también
$1.00 por la
película o su equivalente en pesos cubanos, pero ``no
hay que pagar la
matrícula de $10.00''.
"Aquí el videocentro oficial tiene varias películas
de suspenso, karate y
algunos dramas, y lo que circula más en el clandestino
es [El] Chacal'',
afirmó. ``No ha llegado nada todavía de El Zorro''.
En cualquier caso, sin embargo, el denominador común es
la
comercialización de videocintas reproducidas ilegalmente,
sin reconocer
los derechos de autor, ni de las empresas distribuidoras autorizadas.
Las
películas que circulan en las redes clandestinas no tienen
que esperar que
la burocracia estatal decida si están libres de problemas
ideológicos
antes de exhibirse en las salas de cine o en la televisión.
"Además de El Zorro, lo que más está persiguiendo
la gente en estos
días es Armagedón y El Doctor Doolittle'', dijo
El Niño, uno de tantos
empresarios clandestinos de este giro.
El Niño tiene 36 años y nombre y dos apellidos como
todo el mundo,
pero no quiere darlos a la publicidad. Tiene su banco en una
calle del
reparto habanero de Cayo Hueso, cerca de Belascoaín y
del Malecón.
A veces la policía lo "sofoca'' un poco y entonces se
muda para la casa
de su madrina y regentea el negocio desde allá, desde
Los Sitios. Pero
después vuelve, porque sus clientes fijos viven por la
zona de Cayo
Hueso.
``Yo tengo un fondo como de unas 200 películas; no es mucho,
pero me
da para servir a mi clientela y vivir yo'', dijo El Niño.
Su banco tiene fama
en Cayo Hueso porque, dijo, ``yo estoy siempre encima de la bola'',
y
dispone de casetes en blanco, que compra a $3.00 en las tiendas
estatales de recuperación de divisas, conocidas como TRD.
``En seguida que surge un peliculón, un contacto mío
lo copia de los
canales extranjeros, de los que le ponen a los turistas en los
hoteles. El se
lleva lo suyo y yo me pongo enseguida a circular el material'',
explicó El
Niño. ``Es un negocio limpio, yo no engaño a nadie.
La gente se
entretiene, ve tremendos dramones y yo voy luchando lo mío''.
Además de películas, El Niño también
renta telenovelas, principalmente
mexicanas y venezolanas que, explicó, tienen mucha demanda,
sobre
todo entre el público femenino.
``Eso es más complicado, hay que esperar que alguien las
traiga del
extranjero. Se alquilan un poco más caras, pero también
hay que pagar
mucho dinero por ellas'', dijo.
El Niño tiene un orden y una pequeña organización
para que sus clientes
se vayan satisfechos.
``A los que son punto fijos, los tengo anotados en una libreta
y las
películas tienen su numerito. Así la gente no repite,
y no se lleva una que
ya haya visto'', afirmó.
Según este joven empresario, ese es el mismo sistema que
se utiliza en
todo el país.
Sin embargo, algunos hablan de un banco en La Víbora que
tiene más de
2,000 filmes y que distribuye a toda La Habana mediante un sistema
de
mensajeros con motos y automóviles.
Las redes clandestinas están distribuyendo también,
exitosamente, vídeos
de la Serie Mundial de Béisbol que ganaron los Marlins
de la Florida y,
en los últimos días, algunos de los juegos de la
recién finalizada Serie
Mundial en los que participó el lanzador cubano Orlando
`El Duque'
Hernández. Algunas de esas videocintas llegan a venderse
hasta por
$20.00.
``Esa es una actividad con fuertes connotaciones ideológicas,
porque la
gente se cuestiona por qué Cuba difundió el Mundial
de Fútbol, donde
no participó ningún cubano, y silencia todo lo
relacionado con el Mundial
de Béisbol, donde sí hay deportistas cubanos participando'',
afirmó
Wilfredo Cancio, ex profesor de Periodismo de la Universidad
de La
Habana que reside en Miami desde 1994.
Cancio, quien obtuvo este año un doctorado en Ciencias
de la
Información en la Universidad La Laguna de Islas Canarias,
España,
explicó que las autoridades cubanas ``piratean'' los filmes
norteamericanos y los reproducen en el país a través
de una empresa
denominada Omnivideo.
``Desde fines de los 80, cuando se abrieron salas oficiales de
vídeo
como alternativa al cine de celuloide, el gobierno cubano ha
pirateado
toda clase de filmes'', afirmó Cancio.
Junto con las salas de vídeo oficiales surgieron las clandestinas.
Muchos
cubanos, propietarios de videocaseteras, convirtieron la salas
de sus
casas en salas de proyección.
"Se pagan cinco pesos cubanos por la entrada y se ven películas
que
todavía no están pasando en las salas oficiales'',
dijo desde Camagüey
María Conde. Sin embargo, estas salas clandestinas no
han podido
prosperar libremente. Es un negocio no autorizado por el gobierno
y
demasiado público para mantenerlo en secreto. ``Al principio
llegaron a
poner hasta carteles en los portales anunciando la película
de esa noche,
pero después prohibieron todo'', afirmó Conde.
Armando Triana,
estudiante habanero de 24 años, tiene una apreciación
especial sobre los
bancos de cine, considerados ilegales por el gobierno. ``La televisión
pone cuatro o cinco películas a la semana. Ellos eligen
y a veces repiten
con demasiada frecuencia. Y aquí lo único que tiene
uno para
entretenerse y ver algo, otro mundo, son las películas'',
dijo Triana. ``Yo
alquilo cuatro o cinco por semana. Los sábados, dos; y
así refresco de
los estudios y mato el fin de semana. Yo no tengo vídeo,
pero las veo en
la casa de un amigo. El pone el equipo y yo llevo el filme''.
Caridad
Marín, 54 años, oficinista, es también una
asidua cliente de las
videocintas clandestinas.
"Yo sí he alquilado porque tengo un Beta, que me compró
hace años mi
hermana que vive en Miami. Ahora hay pocas películas para
ese sistema,
porque todas son VHS, pero siempre se consigue algo en Beta'',
afirmó
Marín. ``He visto lindísimas telenovelas mexicanas.
La mayoría ya
perdieron el color y tiemblan un poco en la pantalla; me da miedo
por el
equipo, pero algo hay que hacer.
"Aquí los cines de barrio han desaparecido, y cuando ponen
películas en
algunos, son unos clavos, del Festival de Cine, o de tragedias
políticas, y
uno no está para eso'', dijo.