Los rostros de la guerra sucia
ORFILIO PELÁEZ
Tras la histórica victoria del 27 de marzo de 1976 cuando el ejército racista sudafricano se vio obligado a retirar sus últimos efectivos de Angola ante el empuje arrollador de las FAPLA y las tropas internacionalistas cubanas, parecía que al fin ese joven estado, cuya independencia había sido proclamada el 11 de noviembre de 1975, gozaría de la paz necesaria para reconstruir el país.
Ante la nueva situación creada en favor de la estabilidad de la República Popular de Angola, las tropas de la mayor de las Antillas, que por aquel entonces sumaban alrededor de 36 000 hombres, se reagrupaban en nuevas posiciones alejadas de la frontera sur, y se comenzaba a ejecutar un plan para la retirada gradual de dicho contingente en tres años.
Los objetivos de la permanencia de las tropas cubanas después de la expulsión de los sudafricanos estarían básicamente dirigidos a preservar la integridad territorial de Angola ante una agresión del exterior, e instruir y preparar a las FAPLA.
Pronto el régimen del apartheid, apoyado por el imperialismo norteamericano, y utilizando como punta de lanza a las bandas contrarrevolucionarias de la UNITA, impuso al pueblo angolano una prolongada guerra de desgaste no declarada por más de diez años.
Tampoco los racistas sudafricanos renunciaban al sueño nunca logrado de ocupar de manera permanente el sur del país, para defender sus intereses geopolíticos, dirigidos en lo fundamental a mantener el propio régimen segregacionista y la ocupación de Namibia, así como conservar en el poder al Gobierno de Ian Smith en la entonces Rodhesia del Sur (hoy Zimbabwe). Una Angola independiente e internacionalista era un valladar a las pretensiones de Pretoria.
Esto dio lugar a innumerables agresiones y masacres perpetradas por el ejército sudafricano contra la población angolana a lo largo de ese periodo, y a la paralización del proceso de retiro de las tropas internacionalistas cubanas, que se había iniciado en el mes de abril de 1976.
Junto con las cada vez más frecuentes incursiones de los racistas al interior de Angola, las fuerzas de la UNITA también incrementaron sus ataques, sabotajes y otras acciones terroristas. El mundo sería testigo de crímenes atroces, muchos de ellos cometidos ante el silencio cómplice de las grandes transnacionales de la información.
BARBARIE INFINITA
Cuando se pasa revista a los actos genocidas cometidos en el sur de África siempre habrá que hablar de lo sucedido en la localidad angolana de Cassinga el 4 de febrero de 1978, sitio donde radicaba un campamento de refugiados namibios ubicado a 250 kilómetros de la frontera internacional.
En la mañana de ese día y en el momento en que sus pobladores se disponían a iniciar sus actividades cotidianas, un inesperado alud de bombas de fragmentación, fuego y metralla, sembró la destrucción y la muerte en el pacífico lugar.
Testigos de la pérfida agresión relataron cómo los aviones sudafricanos bombardeaban y disparaban sin piedad a indefensos civiles, preparando el escenario para que poco después más de 500 paracaidistas lanzados desde naves del tipo Hércules C-130, de fabricación norteamericana, dieran comienzo a una gigantesca cacería humana a fin de exterminar todo vestigio de vida.
Los primeros comandos bloquearon las entradas y salidas de Cassinga, mientras el resto de la tropa ejecutaba su macabra misión. Casi trescientos de los seiscientos niños de edad escolar que vivían allí fueron masacrados por las bombas, y otras decenas más perseguidos con saña y cazados como animales.
Madres con sus bebés en brazos, mujeres embarazadas y ancianos que no podían huir fueron bayoneteados o baleados a boca de jarro. Muchas jovencitas, incluso niñas, fueron violadas antes de morir.
Quienes llegaron luego al lugar relataron los hechos de la siguiente forma: En la mañana del ataque, Cassinga contaba con 3 068 habitantes. Horas después no quedaban ni los rastros, salvo las huellas de la salvaje violencia del ataque, árboles arrancados de cuajo o acribillados a balazos, cráteres profundos causados por las bombas, centenares de cadáveres apilados en grandes fosas comunes, numerosos cuerpos de mujeres abatidos por las bombas y las balas.
Con verdadero sadismo, antes de retirarse los racistas redujeron a cenizas la escuelita, los albergues, el almacén de alimentos y el policlínico, donde encontraron la muerte casi todo el personal médico y los pacientes que estaban hospitalizados.
Durante la criminal acción, las tropas del régimen de Pretoria utilizaron, incluso, gases tóxicos que paralizan el sistema nervioso, violando las prohibiciones internacionales establecidas al respecto.
Avisadas de la salvaje agresión, rápidamente fuerzas cubanas acantonadas en Chamutete, a 15 kilómetros al sur de Cassinga, salieron hacia la zona del desembarco, pero en el avance los intensos golpes aéreos de la aviación sudafricana y las minas situadas en el trayecto cobraron la vida de 16 combatientes internacionalistas, mientras 76 resultaron heridos.
A fuerza de valentía y tenacidad, las tropas cubanas lograron aproximarse al campamento, ante lo cual la horda racista decidió retirarse a sus bases en helicópteros y rehuir el combate.
Tan heroico acto contribuyó a salvar la vida de los refugiados heridos y de muchos sobrevivientes escondidos en bosques cercanos. La mayoría de los niños que escaparon de la masacre y otros cientos de muchachos que habitaban en el sur de Angola fueron traídos a Cuba y con ellos se fundó la primera escuela de la SWAPO (Organización del Pueblo de África Sudoccidental), en la Isla de la Juventud.
En un intento infructuoso de tratar de justificar su abominable crimen, el Gobierno sudafricano afirmó entonces de manera desfachatada que en Cassinga había sido atacada una base de guerrilleros de la SWAPO, movimiento de liberación de Namibia.
Tan desfachatado argumento fue desmentido por una delegación de Naciones Unidas que viajó al lugar y entrevistó a los pocos sobrevivientes, pero además y para sorpresa de los racistas, una misión de la UNICEF (Fondo de Naciones Unidas para la Infancia), había estado en Cassinga días antes del ataque y comprobado el carácter civil del campamento de refugiados.
Cassinga fue una de las acciones más salvajes y crueles emprendidas por Sudáfrica en el marco de su política encaminada a desestabilizar a la revolución angolana, presionar para que cesara su solidaridad con los patriotas del África austral y quebrar la resistencia namibia.
Unos 600 refugiados perdieron la vida y otros 350 quedaron con heridas graves, la mayor parte de ellos ancianos, mujeres y niños inocentes.
Además de ser una grosera violación de la soberanía y la integridad territorial de un estado independiente, resultó también un intento fallido del régimen de Sudáfrica de confirmar sus intenciones de mantener su dominio colonial en Namibia y continuar saqueando sus recursos naturales.
SÍMBOLO IMPERECEDERO
La escalada en la guerra no declarada contra el Gobierno del MPLA, obliga a suspender el proceso gradual de retirada de las tropas cubanas.
Luego de consolidar bases guerrilleras de apoyo logístico en la región de Cuando Cubango, el 2 de agosto de 1983 las fuerzas de la UNITA atacan la aldea de Cangamba, a fin de tomar esa posición que les facilitaría la posterior ocupación de la importante ciudad de Luena, donde el cabecilla Jonas Savimbi pretendía proclamar la capital de su "República Negra".
Un arsenal de fuego compuesto por 16 batallones irregulares, seis baterías de artillería, morteros de 60, 81 y 120 milímetros, cohetes tierra-aire, cayeron sobre la modesta agrupación de efectivos de las FAPLA y combatientes internacionalistas cubanos que defendía el lugar (formada por alrededor de 818 efectivos de las FAPLA y 92 asesores nuestros), la cual escribió verdaderas páginas de heroísmo durante los 10 intensos días de fuertes combates.
Sin disponer de armas para la defensa antiaérea, ni artillería pesada, pues se trataba de una fuerza ligera de lucha contra bandidos, la tropa cubano-angolana soportó el sitio pese a la superioridad en número de hombres y armamentos de los agresores, que beneficiaba a los atacantes en proporción de uno a seis veces más.
Al séptimo día de combate, la situación de los defensores del lugar era en extremo difícil. Como se describe en el libro Trueno justiciero, se agotaban el agua y las provisiones, y aunque desde el aire llegaban algunos avituallamientos, municiones y refuerzos desembarcados por los helicópteros y aviones AN-26, las necesidades no se cubrían.
Gracias a la tenaz resistencia de aquella tropa y al papel desempeñado por la aviación en general, y particularmente los cazas y los helicópteros que no dejaron de brindar su apoyo directo a las acciones combativas, los efectivos de la UNITA se vieron obligados a desistir de la idea de apoderarse de Cangamba.
En su precipitada huida, la UNITA dejó en el campo cientos de muertos, que sumados a los heridos, elevaron a más de 2 000 el número total de bajas.
La guerra sucia desatada por Pretoria y sus fantoches sufría otra aplastante derrota y lo expresado por el Comandante en Jefe en carta escrita a los defensores de la inmortalizada aldea en los momentos más críticos del combate se hacía realidad: Que Cangamba sea símbolo imperecedero del valor de los cubanos y angolanos, que Cangamba sea ejemplo de que la sangre de cubanos y angolanos derramada por la libertad y la dignidad de África no ha sido en vano.
PROEZA EN SUMBE
En medio de una compleja situación militar caracterizada por el reciente desalojo de las unidades de las FAPLA de Cunene y la ciudad de Ongiva debido al avance de los sudafricanos como parte de la operación Askari, la de mayor envergadura lanzada por los racistas después de 1981, el 19 de marzo de 1984 los gobiernos de Cuba y Angola emitieron una declaración conjunta donde "exigieron el cese de toda ayuda a la organización contrarrevolucionaria UNITA y cualquier otra agrupación fantoche por parte de Sudáfrica, de los Estados Unidos de América y de sus aliados".
En medio de la repercusión internacional de aquella declaración conjunta, el 25 de marzo de ese año, en horas de la madrugada, 1 500 efectivos de la UNITA, incluido uno de sus batallones élites, atacaron la ciudad de Sumbe, capital de la provincia de Kuanza Sur, donde se encontraban 230 cooperantes civiles cubanos, de ellos 43 mujeres.
Dotadas con moderno armamento de infantería y morteros de 60 a 82 mm, las fuerzas de la UNITA abrieron fuego contra un centro de instrucciones de la Seguridad, al tiempo que desplegaban otros efectivos hacia la ciudad para ocupar un barrio de las afueras, en el cual saquearon y quemaron edificios y almacenes.
Las autoridades locales y los dirigentes del contingente civil cubano tenían elaborado un plan para hacerles frente a los posibles agresores. Entre cubanos y angolanos los efectivos encargados de la defensa de Sumbe sumaban 460, entrenados y equipados con armas ligeras de infantería.
Pese a la superioridad del enemigo, el ataque fue resistido y rechazado durante 10 horas por los constructores, maestros, médicos y demás trabajadores de la Mayor de las Antillas, junto con sus hermanos del MPLA, quienes frustraron así los planes del enemigo de apoderarse de la ciudad y secuestrar a centenares de colaboradores extranjeros que prestaban su servicio allí.
Aunque en un momento de la batalla llegaron a penetrar hasta el centro del poblado y apoderarse de las instalaciones de la Milicia y la Seguridad, la tropa de la UNITA se vio obligada a emprender la retirada hacia el exterior del área urbana tras sufrir cuantiosas bajas.
El mando militar cubano prestó apoyo inmediato a los defensores de Sumbe con medios aéreos que asestaron fuertes golpes a las fuerzas contrarrevolucionarias, para posteriormente ejecutar misiones de exploración, evacuación de heridos, transporte de tropas y abastecimientos.
La proeza de Sumbe demostró una vez más la determinación de los internacionalistas cubanos de combatir hasta la última gota de sangre si fuera necesario antes de ceder ni un milímetro de tierra al enemigo.
En un emotivo mensaje del Comandante en Jefe a los internacionalistas cubanos de Sumbe, el líder de la Revolución les expresó:
Al rechazar el ataque y poner en fuga a los agresores, ustedes cumplieron el sagrado deber de resistir y no rendir jamás nuestras armas ante el enemigo, por poderoso que este pueda ser.
Triunfaron en Sumbe las profundas convicciones internacionalistas que son hoy patrimonio y orgullo de nuestro pueblo... La Patria se siente orgullosa de ustedes e inclina sus banderas de combate ante los siete héroes caídos.