El Nuevo Herald
11 de octubre de 1998

 Paladares funcionan bajo alerta por inspecciones

 GERARDO REYES
 El Nuevo Herald

La Habana -- Cuando el campanero apostado
en el umbral del caserón gritó que habían llegado
los inspectores, en la cocina del paladar se
puso en marcha el plan de contingencia para
desaparecer pescados, mariscos y
otros frutos prohibidos del mar.

 Aunque en menos de un minuto todo estaba en el escondite indicado,
 había un problema. En una de las mesas del restaurante familiar, dos
 turistas italianos terminaban de comerse unas colas de langosta.

 Como los inspectores estaban ya en la puerta de la casa, Miguel, el
 mesero del paladar, no encontró otra solución que lanzarse sobre los
 platos de los comensales y meterse las dos colas en los bolsillos del
 pantalón.

 Los oficiales entraron, miraron lo platos, fueron a la cocina y no
 encontraron un solo vestigio de comida de mar. Mientras Miguel sentía
 los caparazones de las langostas clavándose en sus piernas, los italianos
 no salían de su estupor.

 "Se quedaron pálidos, con la boca abierta, preguntándose que había
 ocurrido'', dijo Miguel.

 Estos allanamientos son comunes en La Habana, como parte de una
 campaña del gobierno destinada a mantener bajo control el poder
 económico de los restaurantes caseros, conocidos como paladares.

 La prohibición de vender productos del mar y una ofensiva tributaria ha
 hecho que estos lugares desaparezcan gradualmente del mapa turístico
 de La Habana. Según un propietario de un concurrido paladar, la licencia
 para operar cuesta $1,250 mensuales.

 Los pocos restaurantes familiares que quedan están manejados por
 personas vinculadas al gobierno o que sobreviven vendiendo, a riesgo de
 ser sancionados, mariscos, langosta o caguama a precios que van desde
 $15 a $20 el plato, acompañado de una guarnición de congrí y ensalada.
 Un plato de pollo asado cuesta $10.

 Para evitar sorpresas --y no pagar impuestos--, algunos de los paladares
 han optado por quitar los avisos y dar la impresión de que la operación
 ha sido clausurada, aunque en la práctica continúa a través del sistema de
 citas telefónicas. Los clientes llaman al dueño del paladar, éste les ofrece
 el menú del día, los clientes ordenan y llegan al lugar para comer a puerta
 cerrada.

 Otros, como el restaurante de Miguel, continúan abiertos, pero tienen a
 la entrada un campanero que avisa de algún movimiento extraño y trata
 de evitar que se repita el susto de los italianos, cuya cuenta corrió por
 cortesía de la casa y sin propina.