Los verdaderos amigos de Washington en Cuba
No hay que avergonzarse en reconocer lo que nuestra independencia debe
a la melaza del Caribe. — John Adams, segundo presidente de
los Estados Unidos (1797-1801)
POR RENE ANILLO —especial para Granma Internacional—
EN el campamento de George Washington, en Morristown, el 28 de
abril de 1780, falleció el habanero Juan de Miralles, víctima
de una
pulmonía que contrajo durante el desempeño de la representación
que ostentó ante los revolucionarios norteamericanos que luchaban
por la independencia de las Trece Colonias. El invierno de 1779 a
1780 había sido notablemente crudo y fue, además, un momento
en
que los insurgentes norteamericanos pasaron por una situación
desesperada que amenazó seriamente las aspiraciones
independentistas.
Morristown, sede del Comandante en Jefe norteamericano, se
hallaba al centro de los caminos que enlazaban el norte y el sur de las
Colonias Unidas, sitio cercano de los escenarios en que tuvieron lugar
más de cien grandes y pequeños combates de la Guerra de
Independencia.
En el hogar de Washington y de su esposa Martha Dandridge Custis,
en ese riguroso invierno, se alojaron los oficiales del Ejército
Continental, Hamilton, Lafayette y el Baron Von Steuben. Allí,
atendido por el médico de Washington y con los cuidados de la
esposa del héroe nacional, fallece Miralles, lo que patentiza la
estima
de Washington por su amigo habanero. Sus restos son inhumados
con honores militares. Washington escribe sendas cartas dirigidas a la
familia de Miralles y al Gobernador español en Cuba, en las que
manifiesta sus sentimientos de gratitud por el apoyo recibido del
buen amigo, quien siempre acogió eficazmente cualquier petición,
particularmente en los momentos difíciles, que no fueron pocos,
en
una lucha en que los norteamericanos enfrentaban al poder más
pujante en el orden militar y económico y, que a su vez, era la
primera potencia naval del mundo.
La representación de Juan de Miralles ante los revolucionarios
norteamericanos, estuvo precedida por el hecho de que éste había
sido el más activo y enérgico comerciante de La Habana con
las
Trece Colonias insurgentes. Se ha subrayado que su misión puede
ser considerada como el comienzo de las relaciones comerciales
entre Cuba y los Estados Unidos, que el habanero animó durante los
años 1778 a 1780. Tan fecunda, hábil y eficaz fue su labor,
que José
Gálvez, ministro español de Indias, llegó a prometerle
que sería el
futuro embajador cuando se produjera la independencia de las Trece
Colonias de la tutela de Inglaterra.
Sus vínculos con George Washington habían comenzado
tempranamente al coincidir con la visita navideña del libertador
norteamericano a la ciudad de Filadelfia, lugar donde se encontraba
Miralles en esos momentos, observando la marcha de la guerra entre
americanos e ingleses. El carácter de su misión era el de
un agente
diplomático ante el Congreso Continental que tenía por sede
a
Filadelfia. El teniente general Diego Navarro, gobernador español
en
Cuba había designado, curiosamente, a dos cubanos para la misión
diplomática ante los insurgentes norteamericanos. El otro agente
lo
fue Eligio de la Puente, quien realizó su labor de observador en
la
Florida, territorio que ocupaba Inglaterra, luego que España se
lo
había cedido en 1763 a cambio de que abandonara La Habana. La
labor hábil de ambos cubanos contribuyó a que la ayuda y
todo tipo
de auxilio a los insurgentes norteamericanos llegara oportunamente.
En esa Navidad de 1778, Juan de Miralles presenta a Washington la
carta de recomendación del teniente general Diego Navarro, siendo
atendido con la más alta consideración y cortesía,
ante la buena
impresión que le produjo Miralles y las perspectivas de ayuda que
éste explicó elocuentemente. Fue tal el impacto e interés
que
despertó en Washington este encuentro que al día siguiente
lo visitó
en el lugar que le servía de hospedaje en Filadelfia. En vísperas
del
Año Nuevo, Miralles organiza un banquete en honor de George
Washington y su esposa Martha, al que asistieron más de setenta
comensales, entre los que se encontraban los más destacados
oficiales cercanos al héroe norteamericano. La prensa en Filadelfia
se
hizo eco del homenaje del agente cubano, como uno de los
acontecimientos más importantes de ese fin de año. Washington
se
percata, desde el primer momento, que tenía ante sí a alguien
que
conocía los caminos más útiles entre Cuba y el norte
del Continente.
Se trataba de un hombre que había participado del comercio entre
las
colonias inglesas y la colonia española, unas veces legalmente y,
no
pocas, sino la mayoría de las veces, desacatando las restricciones,
vinieran de Madrid o de Londres, a las relaciones comerciales. Por
Miralles conoció que las autoridades españolas desarrollaban
en Cuba
un plan de fortificación de la Isla, acompañado de una ampliación
de
los horizontes comerciales y económicos, los cuales concurrían
a
desalentar, o en su caso rechazar, cualquier incursión inglesa,
impidiendo nuevas sorpresas, como la que se había producido, 15
años antes, con la Toma de La Habana. Miralles exhibió a
los ojos de
Washington una Cuba, llave del Golfo de México, y al Morro de La
Habana, como una atalaya orientada al río Mississippi, por donde
trasladar armas, comida y municiones, lo cual podía asegurarse
desde una Cuba fuerte, que, a la vez que dirigía y apoyaba a las
autoridades españolas de la Louisiana, la cual con México
integraba
un arco que impediría cualquier bloqueo de la armada inglesa a las
Colonias Unidas, serviría de refugio a las embarcaciones militares
y
comerciales de los norteamericanos. Por otra parte, a George
Washington no le podía ser ajena La Habana, dado que Inglaterra,
en
su expedición para tomar la capital cubana, había enrolado
dos mil
norteamericanos procedentes de tres de las Trece Colonias
insurgentes: New York, Rhode Island y New Jersey.
A la Revolución de Independencia de las Colonias Unidas, que
precedió a la Revolución francesa y al proceso emancipador
de las
colonias españolas en Suramérica, concurrieron desde Cuba,
de una
manera u otra, distintas personalidades, como Miralles, que puede
considerarse el precursor de las relaciones comerciales entre Cuba y
los Estados Unidos; Francisco Miranda, el precursor de la lucha por la
independencia de Suramérica; tomó parte en la Revolución
norteamericana, junto a Juan Manuel Cajigal, marqués de Casa
Cajigal, natural de El Caney, cerca de Santiago de Cuba, el único
español nacido en Cuba que llegó a Gobernador de la Isla,
bajo los
más de tres siglos de dominación colonial española.
Por invitación de
éste, que lo nombra su ayudante, llega Miranda a Cuba. Su cercana
colaboración con la administración colonial española,
serviría a
Miranda para conocer cuánto de injusticia y desdichas derivaban
de la
misma. La participación de Cajigal y de las tropas que dirigía
fue
decisiva en la operación de sitio y asalto de Pensacola en la Florida.
El
capitán Francisco Miranda es ascendido a teniente coronel. Esta
victoria fortaleció las posiciones de los ejércitos de Washington
que
estaban siendo sometidos a fuertes ataques de los ingleses.
Exactamente un año después, partió de La Habana una
expedición
para batir a los ingleses en las Bahamas, bajo el mando de Cajigal,
acompañado de Miranda. Los ingleses fueron derrotados y el acta
de
capitulación fue redactada por Miranda.
Desde Cabo Haitiano, con el soporte de las habaneras y cierto apoyo
logístico en la ciudad de Baracoa, partió el discípulo
de D’Alembert, el
conde de Saint Simon, precursor del socialismo, que si bien utópico,
inscribió una de las divisas del comunismo: el paso de la
administración de los hombres a la administración de las
cosas. Un
precursor de la lucha social en Cuba, el negro libre José Antonio
Aponte, combatió también con el grado de cabo, por la
independencia norteamericana, formando parte de la expedición
mandada por Cajigal que, en abril de 1782, un año antes del
reconocimiento inglés de la independencia de las Trece Colonias,
salió
de La Habana y se apoderó de la isla de Providencia (Nassau),
colonia entonces inglesa al norte de Cuba. El habanero Aponte,
integrante del batallón de pardos y morenos fue, al igual que su
unidad, movilizado en acciones contra los ingleses en la Florida y
otras islas pertenecientes al dominio inglés. En el año 1812
fue
condenado a muerte por las autoridades coloniales españolas, junto
a otros siete hombres negros, de los cuales cuatro eran como él:
hombres libres y obreros de La Habana, que abogaban por la
abolición de la trata y de la esclavitud, bajo la influencia de
la
Revolución haitiana que había proclamado su independencia
en 1804
y en momentos en que ante las Cortes de Cádiz, un diputado
mexicano promovía la eliminación de la esclavitud en América,
y
Miranda iniciaba las luchas por la independencia de Venezuela.
La presencia del habanero Aponte y del caraqueño Miranda, así
como
de cientos de obreros negros y mestizos de La Habana, significa que
el apoyo a la independencia de las Trece Colonias fue históricamente
más allá del conflicto entre potencias europeas. Lo cual
es asimismo
válido en Saint Simon respecto a la monarquía en Francia,
con su
participación futura en la Revolución francesa de 1789, en
la cual
combatió también Miranda.
Durante todo el período de lucha por la independencia de las Colonias
Unidas, no faltó a éstas nunca el apoyo que desde Cuba se
les brindó
generosamente, en hombres y recursos. Cuando el Congreso
Continental tuvo dificultades en obtener dinero, los habitantes de
Cuba dieron una destacada contribución monetaria a la decisiva e
importante victoria en Yorktown. Desde Cuba partieron expediciones
de tres y hasta de ocho mil hombres, pues, como le explicó Miralles
a
Washington, La Habana era una garantía para la victoria de los
separatistas norteamericanos.
En 1893, en ocasión del 110 aniversario del natalicio de Simón
Bolívar, dijo José Martí: "La independencia de América
venía de un
siglo atrás sangrando: ¡Ni de Rousseau ni de Washington viene
nuestra América, sino de sí misma!"
Martí cita entre los precursores al paraguayo Antequera y al inca
Túpac Amaru, a las masas indias, negras y mestizas de América
y a
la intelectualidad criolla representada por el colombiano Galán
y el
venezolano España.
En efecto, irónicamente, los Estados Unidos se mantuvieron
indiferentes al proceso de emancipación de Suramérica y,
con
relación a Cuba, asumieron una conducta favorable al sostenimiento
en la Isla de la dominación colonial, incluso durante los treinta
años
de combate desigual de los cubanos por la independencia, y más
nefasto aún, cuando España está próxima a la
derrota, intervienen
para cerrar el camino de la libertad en Cuba, a los fines descritos por
Leonardo Wood, el último interventor de la primera intervención
norteamericana en Cuba, quien en 1901, hace un siglo, en una
comunicación a Teodoro Roosvelt, que había asumido la Presidencia
de los Estados Unidos, luego del asesinato del presidente McKinley,
expresó: "Creo que ningún Gobierno europeo considere que
Cuba
sea otra cosa que una dependencia de los Estados Unidos. Con el
dominio que tenemos sobre Cuba, dominio que muy pronto se
convertirá, sin dudas, en posesión, dominaremos prácticamente
el
comercio azucarero del mundo o por lo menos una gran parte de él".
Los historiadores en Estados Unidos han ocultado generalmente el
papel de Cuba en el proceso de la emancipación norteamericana,
pues la verdad revelaría que la independencia de Estados Unidos
debe
a Cuba, lo que Cuba no debe a Estados Unidos.
Empero, los pueblos son siempre inteligentes y por ello la simpatía
latente del pueblo norteamericano, que se ve patentizada ante
cualquier asomo de la verdad con relación a Cuba y ahí está
el
secreto de por qué se les prohíbe a los norteamericanos visitar
a su
vecino del Caribe, desde hace más de cuarenta años, mientras
alientan criminalmente la ilegalidad de viajes inseguros procedentes
de Cuba.
Lo más inconcebible de todo es el hecho de que las relaciones entre
Cuba y Estados Unidos, que se fundaron en apoyo a las Trece
Colonias, cesaron y, más aún, Estados Unidos desató
una guerra
económica contra Cuba, cuando la verdadera independencia fue
alcanzada por los cubanos, a la vez que conquistaban toda la justicia
posible.
Los cubanos saben que el Washington oficial, venal y antidemocrático
no tiene nada que ver con el valiente, austero y probo libertador de
las Trece Colonias, de ahí que al triunfo, la Revolución
cubana dio el
nombre de George Washington a uno de los centrales azucareros de
los varios que poseía Batista, patentizando, de esa forma, que el
Washington libertador tiene en Cuba amigos verdaderos, como hace
225 años.