La impaciente y apasionada Melba
Con motivo de celebrarse ayer el cumpleaños 80 de la Heroína
del
Moncada reseñamos algunas de sus reflexiones sobre la obra
revolucionaria, sus entrañables compañeros Haydée
y Abel, su
admiración y respeto por Fidel y otros detalles de su vida
RAMON BARRERAS FERRAN
Esta vez no le pedí permiso, como lo he hecho siempre que he
escrito algo sobre ella. Es un día especial y estoy seguro que me
disculpará o solo me regañará levemente por haberme
atrevido a
"atentar" contra su modestia y sencillez, características esenciales
de su personalidad. Ayer fue el cumpleaños 80 de Melba Hernández
Rodríguez del Rey, la Heroína del Moncada.
En una ocasión, hace algún tiempo, logré entrevistarla.
Aunque debo
decir, en honor a la verdad, que no fue una entrevista tal y como lo
establecen los teóricos. Resultó ser una conversación
libre de toda
formalidad. Apliqué la fórmula sugerida por García
Márquez: no
utilicé grabadora; traté de sentir el latir del corazón
de esa mujer
que es toda gloria y, sin embargo, lo que más irradia es sencillez.
Ella convirtió el diálogo en una clase vigente para cualquier
tiempo.
Su expresión fue sosegada, llena de anécdotas, consejos,
recuerdos, ejemplos y reflexiones.
Jamás olvidaré aquel día. Cuando llegué a ella
me abrazó, a pesar
de que no me conocía. Supo, con palabras dulces, aplacar el
nerviosismo inevitable que siempre me provoca sentir la
responsabilidad de captar frases y detalles para compartirlos
después con los lectores. La formalidad se deshizo desde el primer
momento. El cuestionario quedó a un lado.
Me dijo que su hogar y, sobre todo, su padre Manuel, la escuela
pública donde hizo los primeros grados en el municipio
cienfueguero de Cruces, y especialmente la directora Corina
Rodríguez, quien había sido mensajera del general mambí
Higinio
Esquerra, fue lo que más influyó en su vinculación
al movimiento
revolucionario.
Hablamos de dos hechos históricos que la vinculan con la niñez:
cuando ella y Haydée fueron el 26 de Julio en el Hospital Civil
a
tranquilizar a los niños que estaban ingresados y se alteraron
mucho con los disparos y posteriormente, cuando ambas les
regalaron el 6 de enero juguetes a los hijos de las mujeres que
también se encontraban presas en el Reclusorio de Guanajay. Al
respecto le pregunté: Con el recuerdo de esos dos momentos y su
evidente pasión, ¿cómo aprecia la realidad de la niñez
cubana de
hoy?
"Si la Revolución se hubiera dedicado nada más que a atender
la
educación y la niñez, solo con eso, hubiésemos dado
un gran salto.
Con esa obra revolucionaria, donde todo niño tiene su vida
garantizada, me siento realizada. La tasa de mortalidad infantil
demuestra la atención que se tiene con ellos, hasta antes del
nacimiento. La organización pioneril cada día se desarrolla
más,
cada día es más experimentada. Todos los que fuimos al Moncada
soñamos con esto que se ha hecho, y yo digo que lo hecho se va
más allá de nuestros propios sueños", respondió.
En una hoja de mi pequeña agenda llevaba anotadas unas líneas
del testimonio de Haydée Santamaría al recordar el momento
de la
muerte de su hermano en 1953: "Sentí de nuevo el ruido del plomo
acribillando mi memoria. Sentí que decía sin reconocer mi
propia
voz: ¿Ha sido Abel? El hombre no respondió. Melba se acercó.
Toda Melba eran aquellas manos que me acompañaban. ¿Qué
hora es? Melba respondió: Son las nueve". No me atreví a
leerlas
en voz alta. Medité unos segundos y sólo atiné a pedirle
que me
definiera las personalidades de Haydée y de Abel.
Estuvo en silencio un largo rato. Bajó la cabeza. Y su voz salió
entrecortada: "No te voy a hablar de Yeyé..., a mí no me
gusta
hablar de Yeyé... Ella era excepcional, muy inteligente, muy
virtuosa. Yeyé fue generosa, muy avanzada en el pensamiento
político, tenía una gran inteligencia, una elevada calidad
humana..."
"Y Abel fue un gran patriota, un gran revolucionario. Todos fuimos
muy martianos, pero en el caso de él, además de Martí
tenía muy
presente a Maceo. Era una gente muy firme, persuasiva, muy
dulce, infinitamente dulce; enseguida te sentías atrapada por él.
Pero de mucho carácter. Se dedicó ávidamente al estudio
del
marxismo-leninismo. Dicho con toda honestidad, cuando Abel cae
es un marxista-leninista convencido. Fue el mejor discípulo de
Fidel. El se encargó de educarnos a nosotros en el reconocimiento
a la figura de Fidel. Poseía un corazón muy abierto, un corazón
que
no era de él... Yo no quiero seguir hablando de eso...".
Melba siempre ha sentido un profundo respeto por Fidel. Y también
lo admira mucho. "Siempre lo veo superior —prosiguió. Es muy
grande... Fidel es lo más grande que ha dado la humanidad. He
dicho que cuando coges un discurso de él y lo lees con
detenimiento, con toda vocación, te das cuenta de que no hay otro
hombre como él. Además, es muy alto su sentido de la dignidad,
del honor".
¿Cómo es la Heroína por dentro?, le pregunté.
Sonrió y me miró
fijamente tratando de advertirme sin palabras que de ese tema
prefería no hablar. Insistí. Volvió a sonreír.
Pensó. Y dijo:
"Mis características me las han dicho en las evaluaciones; nunca
me he detenido a pensar en mí. Soy impaciente y apasionada,
crítica, hipercrítica y exigente, y siempre comienzo por
mí. Me gusta
estar al lado de los obreros, donde están los esfuerzos, donde el
goce del sacrificio se convierte en felicidad. Hay que sentir los
problemas. Cuando ustedes, los periodistas, están en las fábricas
o con los macheteros, o con los tabaqueros, entonces son
periodistas de su época. Al triunfo de la Revolución trabajé
con el
Che y él me decía: Melba, no te dejes atrapar por los papeles,
larga
el buró y vete a la Refinería, habla con los obreros, aprende
de
ellos. ¿Quieres que te diga una cosa? ¡Jamás había
visto con más
claridad el marxismo-leninismo! Eso me enseñó que me debo
al
hombre, que me debo a la humanidad."
Me percaté de que cualquier detalle puede alegrarla o ponerla triste.
"Sufro, sufro mucho cuando algo no está como debe", me dijo
mientras abandonaba la comodidad del sillón y me acompañaba
hasta la puerta para despedirme con un beso.
Después de aquella larga conversación conservo en mi memoria
casi todas sus frases y consejos y reafirmé la convicción
de que
Melba es, simplemente, una mujer excepcional.