Jubilados sobreviven con la venta de maní
EFE
LA HABANA
Decenas de ancianos recorren las calles de La Habana vendiendo maní, despojados del carácter alegre y picarón del ''Manisero'' inmortalizado en la canción que popularizó Antonio Machín en los años 30.
El manisero, con una lata de maní, un delantal y decenas de cucuruchos en la mano anunciando su llegada con el popular ''maní, maní'', se convirtió en un personaje típico del folclor cubano en la primera mitad del siglo pasado.
El oficio se fue perdiendo y hubiera desaparecido de no ser porque la venta de maní se ha convertido en una salida para cubanos jubilados que necesitan un ingreso extra.
Guillermo López tiene 74 años y comenzó a vender maní hace 15, cuando se jubiló, para completar su pensión mensual de 152 pesos cubanos (unos 6 pesos convertibles, moneda cubana de valor similar al dólar).
Desde entonces, se levanta a las tres de la madrugada para tostar maní y empaquetarlo en cucuruchos con ayuda de su mujer. Después del amanecer sale a vender al cruce de Prado y Malecón, uno de los puntos más transitados de La Habana.
En cuatro o cinco horas, según el día, Guillermo vende un par de cientos de cucuruchos y gana unos 60 pesos cubanos (casi 2,5 pesos convertibles).
Restando lo que paga de licencia para tener sus papeles en regla no queda demasiado beneficio, reconoce, pero a fin de mes es más que la pensión que recibe tras haber trabajado durante años como jefe de almacén de una fábrica de chocolate.
''La mayoría de los maniseros no tiene licencia porque vale 200 pesos cubanos (unos 8 pesos convertibles), pero es mejor eso que la multa, que son 1,500 pesos cubanos (57 convertibles)'', explica Guillermo.
Frente al Capitolio, uno de los edificios emblemáticos de La Habana, Raúl Vázquez carga con sus 82 años y una gran bolsa con cucuruchos de maní, ''chicharrones'' (la piel del cerdo frita) y caramelos.
Raúl lleva sólo un año como ''manisero'' porque ''no me alcanza la jubilación''. Su hija prepara los cacahuetes y fríe los chicharrones: ``Así todo queda en la familia y no hay que repartir con nadie''.
A pesar de su edad, Raúl camina durante cinco o seis horas diarias y termina la jornada con 3 o 4 pesos convertibles de ganancia.
Frente al Floridita -donde Ernest Hemingway encontró los mejores daiquiris del mundo-, Zoila Espinosa, de 75 años, vende maní, chicharritas y ``galleticas el día que hay''.
Zoila, que es viuda, cobra una pensión de 92 pesos al mes (3.5 pesos convertibles) por su antiguo trabajo como limpiadora en un hospital y consigue unos 50 pesos (2 pesos convertibles) al día vendiendo en la calle.
''Es muy dura esta vida, ojalá fuera como la alegría de la canción'', se lamenta.
A Manuel Díaz le quedaron 62 pesos de pensión, por eso lleva diez de sus 67 años vendiendo maní y caramelos en el Parque Central.
''Yo no cojo lucha, si llueve me voy, si me siento muy cansado me voy y si veo que no voy a vender mucho, me voy. Otro día se dará mejor'', asegura Manuel.
María Antonia Gómez es más persistente y arrastra sus 77 años y su cojera por el Malecón en busca de paseantes.
''Quisiera quitarme de eso, pero no hay por donde, la situación es muy mala y con un salario uno no vive'', se lamenta María Antonia, que eligió el Malecón para trabajar después de ser atropellada dos veces vendía en las calles de La Habana.