Un castillo en el Vedado
Algo más que sueños de príncipes
LOURDES PÉREZ NAVARRO
Quizás al pasar por las céntricas avenidas de Carlos III
y Boyeros,
en El Vedado, usted se haya detenido a observar las altas laderas
del lugar, sin saber que ellas cubren una de las fortificaciones más
antiguas de la ciudad: el Castillo del Príncipe.
No muchos conocen que allí, el 19 de noviembre de 1888, nació
José Raúl Capablanca, el genio ajedrecístico más
grande de
nuestra historia, estando su padre destacado como oficial de
la guarnición española.
Pero estas añejas paredes guardan siglos de historia, de amor y
dolor.
NACE EL PRÍNCIPE
Cuando en 1763 España ocupa nuevamente la ciudad, luego de la
toma de La Habana por los ingleses (1762), la Corona se percata
de que el primer sistema defensivo compuesto por los castillos de
La Fuerza, el de San Salvador de la Punta y el de los Tres Reyes
del Morro, resultaba insuficiente.
Ante esto, el Conde de Ricla, quien asumía la Capitanía General,
ordena el estudio del segundo sistema defensivo (1763-1895).
Nacen así las fortalezas San Carlos de La Cabaña, Santo Domingo
de Atarés y el Castillo del Príncipe.
Este último, emplazado en la loma que perteneció a Don Agustín
Aróstegui y Loynaz, se comenzó a construir en 1767 de acuerdo
con el proyecto del ingeniero Silvestre de Abarca y debe su nombre
al príncipe Carlos, hijo del rey Carlos III. Su fecha de conclusión
se
ubica en 1779 por parte del Brigadier Luis Huet.
La fortaleza tiene la forma de un pentágono irregular contando con
dos baluartes, dos semibaluartes y un rediente, comprende
grandes fosos, las galerías de minas, además de almacenes,
oficinas, aljibe y alojamiento para una guarnición de 900 hombres,
mientras que su artillería contaba con 60 piezas de diferentes
calibres.
Con los años, sufrió cambios constructivos y ampliaciones.
Cuando se abrió al público la calle O'Reilly, en La Habana
Vieja, la
pesada cancela de hierro y bronce que tenía El Templete, fue
trasladada a este lugar.
RECINTO DE AMOR Y DOLOR
En los años 1795-1796, la fortaleza fue utilizada también
como
presidio, con el encarcelamiento del patriota colombiano Antonio
Nariño.
Durante la colonia y la neocolonia albergó a presos políticos
y
comunes. Las laderas del Castillo fueron testigos de la ejecución
por fusilamiento de innumerables patriotas independentistas.
Entre los que allí guardaron prisión en el siglo XIX, se
destacó la
figura de Rafael María de Mendive, a quien Martí visitó
en varias
ocasiones.
El 6 de abril de 1903, siendo presidente Tomás Estrada Palma, se
presentó un proyecto para que se asignara un crédito e instalar
allí
el presidio nacional.
Una de las galeras de la edificación muestra una tarja recordatoria
de que en este lugar fueron recluidos prisioneros de la llamada
"Guerrita de la Chambelona", durante la protesta armada de los
liberales en los meses de febrero y marzo de 1917.
En la fortaleza estuvieron encarcelados en diferentes etapas,
destacados revolucionarios como Juan Marinello, Pablo de la
Torriente Brau, Jesús Menéndez, Raúl Roa, Julio Antonio
Mella,
Eduardo Chibás, los hermanos Ameijeiras, Arístides Viera
y
muchos más.
Cuando a principios de la década del 30 fue inaugurado el Presidio
Modelo de Isla de Pinos, se mantuvo a El Príncipe como cárcel
de
La Habana. En la planta alta estaba el Vivac donde se mantenía a
los detenidos que no habían sido juzgados, y en los bajos, el
presidio, para los que cumplían condena.
Por estar situado en la urbe capitalina, este centro penitenciario fue
transformado durante la tiranía batistiana en un punto de
concentración de detenidos.
Dos intentos de fugas se recuerdan en esta época, el ocurrido en
1957, donde cayera Daniel Martín Labandero, pudiendo escapar
Waldo Díaz Fuentes y Abelardo Rodríguez Mederos, quienes
luego
murieron en el asalto al Palacio Presidencial; y el de 1958, llevado a
cabo exitosamente por Sergio González (El Curita).
Pese a las pésimas condiciones de vida, los presos políticos
—entre los que había de diferentes organizaciones
revolucionarias— mantenían un alto espíritu de combatividad.
Allí
funcionó una escuela de superación cultural y política,
se daban
charlas, se conmemoraban las fechas históricas y hasta se
alfabetizó.
LA MASACRE
En los últimos días de julio de 1958, el descontento crecía
entre los
presos políticos. Los que salían en libertad a veces no llegaban
a
sus casas, pues eran nuevamente arrestados o asesinados. En el
Vivac aumentaba el número de los que llevaban largos meses sin
celebrárseles juicio.
El primero de agosto se convirtió en una jornada funesta que pasó
a la historia como la Masacre del Príncipe. Aquel día la
visita entró
más tarde que de costumbre y se corrió el rumor de que se
iba a
suspender por tiempo indefinido. Poco a poco se fue levantando en
forma de conciencia colectiva un ánimo de protesta que contó
con
el apoyo de todos.
Ante las primeras manifestaciones de rebeldía, el teniente coronel
Francisco Pérez Clausell, jefe de la prisión, retiró
a sus hombres y
pidió refuerzos a los más connotados asesinos de la tiranía,
Esteban Ventura, Conrado Carratalá, Pilar e Irenaldo García
y
Martín Pérez, entre otros.
Los esbirros, situados en la planta alta, dispararon
indiscriminadamente contra los presos políticos que se
encontraban a su merced, quienes respondían con botellas, piedras
y todo cuanto caía en sus manos.
La masacre dejó un saldo de tres reclusos muertos, Vicente
Ponce, Reynaldo Gutiérrez y Roberto de la Rosa, y varios heridos.
NUEVOS AIRES CORREN
Después del triunfo de la Revolución, el Castillo mantuvo
su
función, y alojó en sus galeras a connotados esbirros, torturadores
y asesinos de la tiranía batistiana.
Allí estuvieron también los mercenarios de Playa Girón,
los que
fueron juzgados en su plaza central, conocida como La Estrella.
A finales de la década del 70, la instalación se convirtió
en lo que es
hoy, la Unidad de Ceremonias del MINFAR.
Las risas de los jóvenes militares y los sonidos de la banda musical
llenan de alegría y frescura los añosos rincones.
Pero las víctimas de la injusticia y la opresión durante
largos años
no son olvidadas. Por ellas, en este Castillo, sueñan y caminan
libres los verdaderos príncipes.