Los bastardos de "Carlota"
Por Juan González Febles
Se cumplen 30 años de la materialización de la primera
fantasía
napoleónica del régimen de Fidel Castro. Fue en noviembre
de 1975.
Comenzó la guerra más absurda y más perjudicial
para Cuba, que nada
ganó en ella. La campaña de Angola hizo pasar a más
de 350 mil
cubanos en zafarrancho de guerra por esa nación, situada a más
de 11
mil kilómetros de la Isla.
La leyenda oficial señala que la operación militar fue
bautizada
como "Carlota" en homenaje a una esclava, martirizada en la provincia
de Matanzas, por su participación en una revuelta de esclavos.
El
decir paralelo al oficial, se remite a una canción en boga durante
la
década de los cincuenta. Su estribillo repetía algo así
como: "A la
pelota con Carlota".
Negarse a la pelota con Carlota en 1975, equivalía a una muerte
clínica social anunciada. Fueron muchos los que dejaron los
huesos en
aquella aventura. Otros regresaron con sus nervios destrozados o
afectados con dolencias exóticas, entre las que quizás
se cuente el
SIDA. No se dispone la cuenta de los que hoy se sienten estafados.
Fue una empresa en que el régimen fue asistido por una buena
suerte
excepcional. Se organizó con el voluntarismo y la improvisación
con
que de costumbre se aborda la economía, la industria y la ciencia
de
gobierno desde 1959. Fue un desastre que inexplicablemente salió
bien.
En la guerra de Angola hubo de todo. Buques de la marina mercante
cubana transportando tropas sin tener en cuenta parámetros
elementales de seguridad. Es decir, si se hubiera tenido que acometer
una evacuación o cualquier otra acción de salvamento
en altamar, los
valientes internacionalistas se hubieran ahogado. Sobre esto me
remito al testimonio del Manuel Beunza, ex oficial del Ministerio del
Interior castrista, que desertó y se encuentra exilado en USA.
Vuelos de la línea Cubana de Aviación, con tripulaciones
mixtas
cubano-rusas, que pasaban por alto normas establecidas para la
seguridad del tráfico aéreo. Accidentes producto de la
desorganización, como el que costó la vida a Francisco
Cabrera, un
alto oficial en la cúpula militar castrista de la época.
Si que navegaron con suerte los condotieros africanos de Castro.
Aquello debió haber sido el naufragio total, pero no lo fue.
No desde
el punto de vista militar.
En otro orden de cosas, los bastardos de Carlota se manifestaron en
el mal endémico del régimen. Me refiero a la corrupción
amplia y
generalizada tanto en el aparato militar como en las esferas de la
Inteligencia y Contra Inteligencia.
Contrabandos de diamantes, de café, de maderas preciosas para
los
lujos de las casas de la élite gobernante. Hubo de todo como
en
botica. Como sucede en una dictadura militar, afirmada por un estado
policial.
El personal de apoyo chequeado y contra chequeado por la Seguridad
del Estado, participó con entusiasmo en la fiesta. Estos
especialistas, entre los que se contaron pilotos y azafatas de la
linea aérea Cubana de Aviación, especialistas del Ministerio
de
Comercio Exterior, diplomáticos y tracatanes, por poco lo venden
todo.
Pero además de los negocios, también hubo su diversión.
Esta estuvo
centrada en Rosalinda. Este era el coto vedado de los generales y los
altos oficiales. También participaban los pejes gordos del aparato
de
Seguridad.
En Rosalinda se vivía la vida. Era un centro de esparcimiento
que
heredaron de los portugueses. La mejor diversión, la comida
mejor,
las más bellas mujeres y el mejor de los vinos. ¡La dulce
vida!
Muchas tarjetas amarillas, recibidas por atribulados cornudos,
miembros del Partido de Fidel Castro, tuvieron su origen en Rosalinda.
La tarjeta amarilla es una muestra del carácter retrógrado
y machista
del régimen de Fidel Castro. No se trata de notificación
de faltas en
futbol. Era la información que recibían los guerreros
de Fidel
Castro, miembros de su Partido, en que eran avisados de que su mujer
les había puesto cuernos. Los machos castristas debían
repudiar a las
infieles, o de lo contrario salir de las filas del Partido.
Muchos se suicidaron por puro amor o quizás vergüenza. Se
desconoce
la cifra de las bajas físicas por suicidio que deben atribuirse
a las
tarjetas amarillas. No hay datos de los que quedaron fuera de las
filas del Partido.
No se conoce que mujer alguna haya sido notificada de la infidelidad
de su pareja. Este es otro fruto bastardo de Carlota, que puso sobre
el tapete la discriminación sexista practicada por el régimen,
desde
hace mucho tiempo.
Volviendo a Rosalinda, el obeso y glorioso general Tomasevich, llegó
a tener su zoológico particular allí. Todo esto en plena
guerra, en
plena efervescencia guerrera. Un domingo de mayo del año 1978,
estalló el escándalo. Una batería de 14, 5 -cuatro
bocas- fue
asaltada por oleadas de aviones Mirage y Bucaneer enemigos.
Aunque los soldados se batieron con denuedo, fueron diezmados. Hubo
más de una docena de muertos y mayor cantidad de heridos. El
hecho se
produjo en Chambutete, en la vecindad del enclave de Cabinda. Nadie
respondió a sus peticiones de ayuda. Los refuerzos no llegaron.
Los
aviones propios no despegaron.
El incidente le costó caro al entonces general de brigada César
Lara
Roselló. Entre otras cosas le costó la expulsión
del Partido de Fidel
Castro.
La paz firmada en 1988 puso fin a tanta efusión inútil
de sangre. Los
muertos regresaron callados y fríos. Se ha dicho, que esta aventura
guerrera puso fin al Apartheid. Esto no es del todo así. La
concertación internacional y las medidas tomadas por la ONU
lo
hicieron.
El verdadero saldo de la Operación Carlota es una casta militar
endiosada y enquistada en los oropeles de sus pírricas victorias
africanas. Además, quedan los muertos, los inválidos,
las
enfermedades y los recursos quemados en la aventura. En un futuro
habrá que ver qué se hace con tanto veterano guerrero
ocioso e
inútil. Vendrá bien una evaluación objetiva de
los pro -si hubo
alguno- y de los contra.