Blas Roca: maestro de revolucionarios
MARÍA CARIDAD PACHECO (Centro de Estudios Martianos)
El 26 de abril de 1987, el Comandante en Jefe Fidel Castro en el
acto de despedida de duelo del compañero Blas Roca Calderío
había expresado: "Ha dejado de existir un hombre excepcional, de
singulares virtudes y extraordinario talento. Un revolucionario
ejemplar que dedicó por entero su vida a la causa de los humildes".
Resumía así las virtudes esenciales de un político
de enorme
capacidad y prestigio, que fue también uno de los hombres más
nobles y generosos de nuestro pueblo.
Nacido el 24 de julio de 1908 en Manzanillo, en la
actual provincia de Granma, en el seno de una
familia proletaria, Francisco Calderío (el nombre
con el cual sus padres lo inscribieron), fue el hijo
mayor de nueve hermanos y desde muy
temprana edad contribuyó con su trabajo al
sustento familiar. Apenas cursó el cuarto grado
de la enseñanza elemental y su posterior
desarrollo intelectual lo alcanzó de forma
autodidacta.
En 1924 aprobó los exámenes para maestros
habilitados. Tres meses duró su trayectoria docente en Media Luna,
lugar donde pronunció su primer discurso, un 28 de enero, para
recordar a José Martí, el maestro de la Patria y la Revolución.
La carencia de una recomendación oficial le costó el cargo
de
maestro y se empleó entonces en una fábrica de zapatos en
Manzanillo, lo cual contribuyó a forjar su conciencia y su carácter
y
a pensar, como diría años más tarde, "en un sentido
colectivo".
Este proceso habría de profundizarse aceleradamente cuando, en
1929, fue elegido Secretario General del Sindicato de Zapateros de
Manzanillo e ingresó en el Partido que pocos años antes habían
fundado Julio A. Mella y Carlos Baliño.
En agosto de 1931 fue cooptado para miembro del Comité Central
del Partido Comunista y encargado de su organización en Oriente.
Durante esta etapa desplegó una amplia actividad periodística
en la
prensa obrera y dirigió las movilizaciones populares que culminaron
en la histórica huelga general de agosto de 1933, que derrocó
a la
dictadura de Machado.
Blas había madurado extraordinariamente en pocos años como
resultado de su propia capacidad y el intensivo fogueo en las luchas
obreras y populares y fue llamado a la capital en los momentos en
que el Partido requería una firme y orientadora dirección,
más aún
cuando su líder indiscutible de aquellos momentos, Rubén
Martínez
Villena, haría su última aparición pública
en septiembre de 1933, al
despedir los restos de Mella, para no recuperarse jamás de su
lamentable enfermedad. De este modo, a los 26 años de edad,
Blas se había convertido en el máximo dirigente de los comunistas
cubanos.
Bajo su dirección, el Partido cumplió ejemplarmente su deber
internacionalista con la República española, con una formidable
campaña que no solo incluyó ayuda moral y material, sino
también
el envío de alrededor de mil combatientes a las Brigadas
Internacionales.
En 1938, también como resultado de un duro combate, de una
adecuada táctica y de una coyuntura internacional propicia, el
Partido Comunista accede a la legalidad y el nombre de Blas Roca
se inserta definitivamente en el acontecer político nacional.
Fue entonces más odiado que nunca por la burguesía y el
imperialismo. La prensa reaccionaria arreció sus ataques contra
el
líder comunista, acusándolo de antipatriota y antinacionalista.
No obstante, el trabajo movilizativo llevado a cabo en la legalidad, la
unidad con sectores progresistas de la vida nacional y la
propaganda revolucionaria, permitieron obtener la convocatoria a la
Asamblea Constituyente libre y soberana para la cual fueron
elegidos varios delegados comunistas, entre ellos Blas Roca, y la
aprobación de la Constitución de 1940, en la cual quedan
plasmadas numerosas disposiciones progresistas.
Desde la legalidad del partido, Blas mantuvo un permanente apoyo
a la unidad de la clase obrera y de todos los sectores nacionales en
lucha por la verdadera independencia económica y política
del país.
Junto a Lázaro Peña y Jesús Menéndez, destacados
líderes
obreros a los que contribuyó a formar, construyó una central
sindical que unió a todas las corrientes de la clase obrera y las
proyectó con un sentido revolucionario de clase.
Con el golpe del 10 de marzo de 1952, al que se opone desde el
primer momento, y el 26 de julio de 1953, que inicia una nueva
etapa de lucha en la historia de Cuba, el Partido Comunista regresa
a la clandestinidad, para no salir de ella hasta 1959.
Un hecho que debe destacarse, por su carácter unitario, y que se
suma al reconocimiento que ya venía realizándose desde antes
del
triunfo es la contribución que a la unidad revolucionaria significó
la
entrega simbólica de la máxima dirección del Partido
Socialista
Popular encarnada en Blas, voluntaria y conscientemente, a Fidel
como indiscutible jefe político y militar de la Revolución
cubana.
Blas tomó parte activa en el proceso de consolidación de
la nueva
sociedad, desempeñó diversas responsabilidades, entre las
cuales
se destacan la preparación de la primera Constitución socialista
de
Cuba, refrendada por todo el pueblo, la elaboración del sistema
judicial, la organización de los órganos del Poder Popular
y el
desempeño de la presidencia de la Asamblea Nacional como
máximo órgano del Estado. Nos dejó además numerosas
obras
escritas sobre diversos temas relacionados con la sociedad
cubana, el ideario martiano y la teoría marxista y leninista.
A lo largo de su fructífera vida, fue un luchador inclaudicable
por la
independencia nacional, la soberanía del país y la causa
del
socialismo, y si tuviéramos que definir su vida, lo haríamos
a través
de sus propias palabras: "...ha sido un campo de batalla, nunca he
dejado de luchar y nunca, ni en la circunstancia más adversa, he
perdido la fe en el futuro. Ese ha sido mi escudo y mi bandera".