GERARDO REYES
EL Nuevo Herald
La Habana -- En una bulliciosa calle del reparto habanero del
Vedado, entre
edificios derruidos y montículos de basura maloliente,
funciona una panadería que
exhibe lo mejor de la pastelería francesa en impecables
mostradores iluminados con
luces de neón.
Budette de chocolate, fortalette trop, petite pain, son algunos
de los rótulos de
productos de la panadería Pain de París que la
mayoría de los clientes cubanos
prefiere pedir apuntando con el dedo.
Media docena de los afrancesados bizcochos cuesta el equivalente
al sueldo
mensual de un profesor de secundaria en Cuba ($12), pero eso
no ha sido obstáculo
para que panaderías como ésta, se hayan extendido
a barrios no
turísticos de la capital como una opción más
de la creciente lista de
negocios de alimentos y otras mercancías que se pagan
en dólares.
Pain de Paris es, sin embargo, el último y más inalcanzable
de los
peldaños de una empinada escalera alimentaria que la mayoría
de los cubanos tiene que subir y bajar día y noche para
no pasar hambre.
Un día es arroz con la libreta, al otro huevos y leche
en el mercado
negro, al siguiente legumbres en la tarima agrícola o
tomates en el
agropónico de la esquina, y si por casualidad caen un
par de
dólares extras de Miami, hay que comprar aceite en la
Tienda de
Recuperación de Divisas (TRD).
``A la gente la está golpeando la inmediatez'', dijo el
párroco de la iglesia
del Carmen, Teodoro Becerril. ``Su vida se limita a resolver
el problema
de la supervivencia; después está Dios''.
Mientras aparece la solución del día, el cubano
distrae el estómago con
churros callejeros preparados en máquinas oxidadas que
evacuan con
esfuerzo la masa amarilla en un aceite de un negro petróleo
o sandwiches
para esperar el camello (el autobús), pequeños
pedazos de pizza al
instante, helados caseros, guarapo y cucuruchos de maní.
Paradójicamente, el único consuelo que se escucha
es que, a diferencia
de otros años, ahora hay lugares --como la cadena de panaderías
francesas o las cafeterías del gobierno que desplazaron
a los restaurantes
caseros-- donde se venden alimentos y otras mercancías
que antes no se
encontraban a la vuelta de la esquina, aun teniendo dólares.
``La comida está ahí, lo que falta es el guaniquiqui''
(dinero), dijo un
profesor de judo que llevaba esperando dos horas y media en la
larga
cola que se forma los domingos frente a la heladería Coppelia.
Durante cinco días, El Nuevo Herald recorrió el
penoso ciclo alimentario
de los habitantes de Ciudad Habana, agudizado en los últimos
meses por
la escasez que produjo en las provincias orientales una de las
más largas
sequías de este siglo. Esto fue lo que encontró.
Primera estación: la tarjeta de racionamiento
Desde que el Papa Juan Pablo II salió de Cuba, las amas
de casa
cubanas no han vuelto a ver varios productos que abundaron en
vísperas
y durante la visita del pontífice como el pollo y el picadillo.
``Se fue el Papa y se acabó la papa'', dijo Edy, un chofer
de bicitaxi, un
triciclo cubierto de pedal, con el que una carrera de 30 cuadras
no
cuesta más de $2.
En los expendios del gobierno se están repartiendo seis
onzas de café
mezclado dos veces al mes, seis libras de arroz por persona,
seis de
azúcar --tres cruda y tres refinada-- seis huevos cada
20 días y a veces
media libra de galleta. Detergente no hay. Aceite se entrega
sólo dos
veces al año: una el 26 de Julio, día que se celebra
el asalto al Cuartel
Moncada y la otra en diciembre.
Algunos ancianos y retirados, se quedan en este primer escalón.
Sin
ayuda de los familiares, muchos de estos viejos se dedican a
pedir
limosna en las calles o a comerse las sobras que dejan los turistas
en las
cafeterías al aire libre. Estos hombres y mujeres se encuentran
entre el 17
por ciento de la población, que según el propio
gobierno cubano, está
por debajo de lo niveles de subsistencia.
Segunda estación: agromercados
La viandas que no se ven en la libreta de racionamiento se pueden
comprar en los mercados agrícolas, centros de abasto en
los que los
intermediarios de productores campesinos ponen en venta sus productos
a precios moderados y en moneda nacional.
En el mercado de Cuatro Caminos, en una populosa zona del centro
de la
capital, hay abundancia de frutas y legumbres que se pueden escoger
a
precios regateables con los compañeros verduleros. Durante
una visita de El
Nuevo Herald, algunos de los compradores se quejaron de los precios
de ciertos productos y de la calidad de algunas frutas, al parecer
como
consecuencia de la sequía. En un pequeño mezanine
del mercado, que es
techado, funciona una casa de cambio en la que hacen cola los
clientes con sus
bolsas vacías de mercado para cambiar dólares por
pesos cubanos.
Aunque no es muy popular por sus precios, el ``área cárnica''
tiene un gran
surtido de carne de cerdo y jamones. Una libra de pierna
cuesta 15 pesos
cubanos (70 centavos de dólar), una de costilla 13 y de
lomo 15. La carne
de res está controlada por el gobierno y hay cubanos que
pasan mucho
tiempo sin probarla. Gallinas para comer y palomas para ritos
de santería,
se ofrecían en una de las áreas del mercado. (Mañana,
El Nuevo Herald
publicará un amplio reportaje sobre estos mercados)
Tercera opción: agropónicos
Algunas amas de casa entrevistadas dijeron que ciertas hortalizas
son
más baratas y frescas en los centros agropónicos,
grandes huertas que el
gobierno ha sembrado en los últimos cuatro años
en medio de barrios
residenciales, y que han pasado a hacer parte de la caminata
alimentaria
del cubano.
Según explicó uno de los supervisores del agropónico
del reparto Nuevo
Vedado, cuyo aviso está adornado con el dibujo de un esbelta
mulata
haciendo mercado, la base de este tipo de cultivo es una tierra
saturada
de nutrientes que se riega constantemente.
A la cabeza de esta producción en el país está,
según el diario Granma, la
provincia de Cienfuegos con 700,000 quintales de producción
proyectada
para este año. Un campesino que trabajaba removiendo la
tierra de una
de los canteros de la huerta, explicó que una parte del
producto de la venta de
las hortalizas es distribuido entre ellos.
Cuarto paso: mercado negro y venta puerta a puerta
Algunos alimentos como la leche, son muy difíciles de conseguir
en Cuba. Los
niños de hasta siete años reciben una ración
diaria de leche, pero los adultos
tienen que depender del aleatorio expendio del gobierno.
No falta sin embargo un vecino que vende por debajo de la mesa.
Funciona en forma rápida y segura, según constató
El Nuevo Herald. Un
cliente se acerca a la casa del vecino que casi siempre está
afuera, saluda
y pregunta si hay ``material''; el vecino responde que sí
y el cliente le dice
``sepárame cuatro o cinco (litros), vuelvo más
tarde''.
Otra de las fuentes de suministros de alimentos son personas que
salen
en la madrugada desde las provincias vecinas de La Habana a vender
quesos frescos y embutidos puerta a puerta en barrios de la capital.
Quinto paso: tiendas de divisas y centros comerciales
Ya no queda barrio de La Habana sin TRD, Tiendas de Recuperación
de Divisas. Instaladas en el interior de contenedores a los cuales
se le
abre una de las paredes, las sofocantes TRD y otras de su especie
están
reviviendo la idea de la bodeguita del medio, pero en dólares.
La gente
no llega a hacer grandes compras a estos sitios.
``Es para comprar cositas'', dijo uno de los clientes. Entre las
cositas:
cerveza bien fría, galletas, shampoo, ron blanco en botella
y en cartón,
gaseosas y jugos nacionales o importados. Una lata de seis salchichas
extranjeras cuesta $2.20.
La máxima expresión de las tiendas de divisas son
los centros
comerciales operados por el gobierno. Tal vez el más popular
es la Plaza
de Carlos III, en el municipio Centro Habana, un edificio de
cuatro pisos
con 80 puntos de venta entre los cuales hay un restaurante chino,
varias
cafeterías, puestos de palomitas de maíz, almacenes
de
electrodomésticos en los que venden desde equipos de sonido
hasta
lavadoras, una joyería y una tienda en la que todo cuesta
$1. Según un
empleado, el centro vende unos $100,000 diarios, un cálculo
muy
generoso a juzgar por el movimiento del centro. La mayoría
de los
visitantes, en la mañana de un miércoles que El
Nuevo Herald estuvo en
el lugar, eran cubanos que estaban ``vitriniando''.
O comprando pan.
Para muchos cubanos un pan francés es un lujo, pero hay
otros que
parecen dispuestos a gastar de vez en cuando un par de dólares
en cosas
que hace mucho tiempo o nunca han saboreado.
``Yo sé que este dólar me rendiría más
en un mercado agrícola'', dijo un
empleado de la flota mercante de Cuba que salía de la
panadería ``Pero
pueden más mis antojos de probar las `señoritas'',
unos bizcochos
rellenos con natilla de vainilla o crema de chantilly.
Copyright © 1998 El Nuevo Herald