¡Mataron a Gaitán . . . !
ENRIQUE SANTOS CALDERON
He aquí un puñado de anécdotas no ideológicas
de un día que partió
en dos la historia de Colombia.
Hace 50 años, a la una y cinco de la tarde de un nueve de abril,
tres
disparos partieron en dos la historia de Colombia. En pleno corazón
de
Bogotá, a una cuadra del viejo edificio de El Tiempo, había
caído herido de
muerte el más importante caudillo popular de la historia colombiana
de este
siglo.
``¡Mataron a Gaitán!''. Ese grito corrió como reguero
de pólvora, hasta
estallar esa incontenible explosión de ira popular; de anarquía
revolucionaria; de destrucción y venganza, que el mundo ha conocido
como
``El Bogotazo''. A mí me cogió de dos años y no
recuerdo nada. Salvo
vagas memorias de años después, cuando anécdotas
de mis mayores, o
evidencias físicas del episodio, me fueron aclarando lo sucedido.
En mi casa descubrí dos viejos fusiles Mauser que oficiales sublevados
de
la policía habían repartido entre los vecinos liberales
y que mi padre nunca
devolvió. O escuchaba a la hora del almuerzo, o donde mis tías
Calderón
Nieto --a quienes llamaban ``las Policarpas liberales''-- fantásticas
anécdotas y apasionadas discusiones sobre cómo se había
vivido aquella
increíble jornada desde El Tiempo. Y eso es lo que quiero transmitir:
los
recuerdos e imágenes que hoy guardan de esa fecha quienes estaban
vinculados al periódico. . El Tiempo había tenido diferencias
con Gaitán
durante la división liberal que permitió el ascenso del
partido conservador al
poder en 1946. Pero pocos meses antes lo había reconocido y
proclamado
como indiscutible jefe único del liberalismo. Se trataba de
cerrar filas ante
la creciente persecución del gobierno conservador. Esto salvó
al periódico
de haber sido pasto de las llamas que las enardecidas masas gaitanistas
esparcieron por la ciudad. Y lo convirtió, en cambio, en punto
de
convergencia de la sublevación, donde los jefes liberales debatían
angustiosamente --en la oficina del director Roberto García-Peña--
qué
hacer: si ``tomarse a palacio o ir a palacio''.
Hernando Santos no puede olvidar que el ocho de abril se había
graduado
de abogado y que el 11 de abril se iba a casar. Sobra decir que no
hubo ni
celebración de grado ni matrimonio. Al hoy director de El Tiempo
se le
quedó grabada una escena: la de dos individuos dándose
machete limpio
por un abrigo de piel.
El joven reportero Ricardo Ortiz McCormick salía del Capitolio
de cubrir la
Conferencia Panamericana cuando vio el comienzo del tumulto. Se dio
cuenta de que iba a pasar algo grande, pero pensó que podía
ir a almorzar
a su casa y regresar rápidamente al periódico a reportar
el acontecimiento.
Vana ilusión. Antes de las tres de la tarde el centro de Bogotá
ya era zona
ocupada por turbas armadas de palos, machetes y los fusiles que repartían
las unidades rebeldes de la Policía. Ortiz se salvó de
quedar encerrado en
el periódico, como les ocurrió a otros redactores y directivos,
que se
alimentaron durante tres días de caldo de papa. .
A diferencia de Ricardo Ortiz, mi padre suspendió su almuerzo
casero y
salió volado apenas escuchó la noticia por la radio.
Rumbo al periódico vio
cómo mucha gente con machetes comenzaba a bajar de los cerros.
Poco
después de llegar al periódico, de donde no salió
en 48 horas, presenció
desde su oficina la quema del palacio de la gobernación. En
su primera
salida a la calle, caminando hacia la Plaza de Bolívar, no olvida
los
cadáveres.
Todos recuerdan al periódico transformado en un insólito
cuartel general, a
donde acudían líderes de barrio a pedir instrucciones
y se recibían
insistentes llamadas de la amotinada Policía preguntando si
resistir o
rendirse.
Roberto García-Peña se dirigió a la multitud desde
el balcón para pedir
calma. Pretensión imposible cuando el trago arrebatado a tiendas
y
licoreras ya surtía sus efectos y desde la radio las arengas
incendiarias de
la izquierda liberal que se había tomado las emisoras llamaban
a linchar a
los jefes godos.
Ninguno recuerda bien la hora cuando se desgajó el fenomenal
aguacero
que contribuyó a enfriar los ánimos y apagar los incendios.
Los torrentes
de agua, los ríos de licor y las noticias de que los jefes liberales
estaban
negociando con el presidente Ospina Pérez acabaron con las pretensiones
callejeras de tomarse por asalto el poder. Hernando Vega Escobar
(q.e.p.d.), redactor de El Tiempo y amigo muy cercano de Gaitán,
le
comentó poco antes del nueve de abril a su colega Ricardo Ortiz
McCormick, que él le había advertido al caudillo liberal
que se cuidara más
y no anduviera tan solo. A lo cual Jorge Eliécer Gaitán
respondió:
``Tranquilízate, hombre; ¿te imaginas la que aquí
se arma el día en que a mí
me pase algo?'' Nadie imaginó jamás la que se armaría.
Aún estamos
sufriendo sus efectos.