El viaje sin retorno de Artaignan Díaz
"Que sepan los señores fiscales que la única sangre que podría
haber
en estas manos es la de mis hermanos caídos o asesinados
cobardemente en las incontables agresiones y actos terroristas
perpetrados contra mi país por personas que hoy caminan
tranquilamente por las calles de esta ciudad. Sangre por la que un día
juré que estaría dispuesto a sacrificar mi propia vida si
con ello podía
proteger a mi pueblo de semejantes crímenes."
(Del alegato de Gerardo Hernández, prisionero político cubano
condenado a dos cadenas perpetuas en Estados Unidos por luchar
contra el terrorismo)
NAYDA SANZO
Aquel Dodge del 71 no estaba en su mejor forma; pero Artaignan le
agradecía a su propietario, un mexicano que colaboraba con los
cubanos en el arreglo de motores de barcos en Campeche, el
habérselo prestado para viajar hasta Mérida, donde liquidaría
algunos asuntos antes de regresar a su querida Isla.
Artaignan Díaz Díaz, 37 años de edad. Desde hacía
tres meses se
hallaba en la campechana Ciudad del Carmen supervisando técnicamente
la reparación de embarcaciones pesqueras cubanas.
Iba contento, manejando el carro color oro, por la carretera que
reverberaba en el tórrido julio de 1976. Dentro de cuatro días
estaría
de nuevo en casa.
Ya en Mérida, parquea frente al Consulado cubano. Allí permanece
el carro, hasta que el viernes 23 el cónsul Daniel Ferrer quiere
llevarlo a la agencia Dodge para que lo revisen.
Por el camino, cuando el diplomático intenta sintonizar la radio,
Artaignan le señala que no funciona, y Ferrer decide dirigirse
primero a un lugar que esporádicamente utiliza cuando se le
descompone algún efecto eléctrico.
Estacionan frente a la cantina El Gran Chaparral, en cuya puerta
está Arnoldo, el dueño del tallercito, quien los convida
a una
cerveza porque está celebrando su cumpleaños.
Penetran a un reservado. y, mientras beben, explican a Arnoldo el
motivo de su visita. Por indicaciones de este, dejan el radio con su
ayudante, en el local distante unos escasos metros. Todo ha
transcurrido en menos de 10 minutos.
De regreso al vehículo, Artaignan permanece esperando junto a la
puerta delantera opuesta al chofer, mientras el Cónsul se dispone
a
introducirse frente al timón.
Es justo el momento cuando a este último se le acerca un individuo
alto y trigueño, quien lo encañona con una pistola a la vez
que lo
conmina, con marcado acento cubano: "Sube, Danielito, que
tenemos que hacerte unas pregunticas".
Ferrer va separándose unos pasos del Dodge, en tanto responde,
airado: "¿Quiénes son ustedes? ¿Qué quieren?
Identifíquense". La
respuesta es irónica, amenazante: "Sube, sube, tu familia está
bien".
Simultáneamente, un segundo sujeto —de estatura más baja,
pero
también con entonación cubana— le espeta otra frase que no
logra
retener.
Para sorpresa de sus pretendidos captores, el Cónsul penetra,
raudo, por una de las puertas de la cantina, logra salir corriendo por
otra en dirección a una calle contigua y aborda una camioneta que
transita por allí. Mientras se aleja, escucha unos disparos.
Cuando llega a la estación de policía hacia la cual se dirigió,
le
informan que había una persona muerta en el lugar de los hechos.
Cerca de El Gran Chaparral, donde se había tomado la última
cerveza de su vida, yacía Artaignan en un charco de la sangre que
se le escapó por tres orificios: en el cuello, el abdomen y la región
lumbar. La hemorragia había sido inmediata.
Era el viernes 23 de julio de 1976. En Mérida, quedaba el pasaje
para su regreso a Cuba el domingo 25. Y en su hogar de La
Habana, una viuda y cinco niños huérfanos.
Omega 7 fue la organización que se adjudicó el atentado,
uno entre
los tantos actos terroristas realizados con la connivencia del
gobierno de Estados Unidos y el propósito de destruir a la
Revolución Cubana.
Por esta acción, cuyo fin era asesinar al cónsul Daniel Ferrer,
las
autoridades mexicanas detuvieron al terrorista de origen cubano
Gaspar Jiménez Escobedo, quien se fugó de la cárcel
y,
posteriormente, dirigió el intento de escape de Orestes Ruiz, otro
de los asesinos de Artaignan.
Jiménez Escobedo fue detenido en 1977 por las autoridades
norteamericanas, acusado de violar la Ley de Neutralidad de
Estados Unidos. Sin embargo, fue liberado. Ha participado en la
preparación de numerosos intentos de atentados contra el
Comandante en Jefe Fidel Castro. Actualmente permanece
detenido en Panamá, como parte del grupo comandado por Luis
Posada Carriles instruido para hacer estallar una potente carga
explosiva en el paraninfo de la Universidad de Ciudad Panamá
durante la visita del Presidente cubano, en ocasión de la X Cumbre
Iberoamericana, en noviembre del 2000.
Son reiterados los esfuerzos que realiza la organización
contrarrevolucionaria Fundación Nacional Cubano-Americana
—cuya sede central radica en Miami— para liberar a estos
terroristas, con la anuencia del gobierno de Estados Unidos. (AIN)