San Pedro, la catástrofe y la hazaña
PEDRO A. GARCÍA
Más que soldados para una misión, parecían 19 leones.
"Todos íbamos a vender caras nuestras vidas", confesaría
años
después el oficial mambí José Miguel Hernández.
Después de
traspasar la tranquera de una cerca y el palmar aledaño, se
fraccionaron en grupos de tres o cuatro para evadir mejor el
fuego y dar la sensación de que eran una fuerza superior en
número.
El famoso cuadro de A. Menocal sobre la muerte del Titán no se
corresponde con la verdad histórica. Panchito (a la derecha
con el brazo en cabrestillo), se hallaba en el campamento cuando
Maceo fue mortalmente herido.
Se internaron en el potrero Bobadilla. A un grupo de españoles
que saqueaban cadáveres, los hicieron retroceder hasta una cerca
de piedra, desde donde un destacamento de caballería les protegió
la retirada. Hernández se adelantó con el objetivo de cargar
pero se le
espantó el caballo. "Aquí están", gritó.
Sus compañeros se le reunieron apresuradamente, tanto por el
alarido como por la conjugación en plural. Hasta ese momento,
solo buscaban el cuerpo del General Antonio. "¿Es que...?", y
la interrogante nunca pudo ser completada. Allí, junto al Titán,
encontraron ya cadáver al capitán Francisco Gómez
Toro.
BRAZO Y PENSAMIENTO
Le llamaron Antonio de la Caridad, según el Libro 17 de
pardos, folio 126, número 212 de la parroquia de Santo Tomás
Apóstol de Santiago de Cuba. De su padre, Marcos Maceo,
aprendió el manejo de todo tipo de armas; su madre, Mariana
Grajales, les hizo jurar a todos, padre e hijos, que conquistarían
la libertad de Cuba o morirían en la empresa.
Sus proezas en el campo de batalla le impusieron la leyenda
de invencible. Fue héroe en La Indiana y Las Guásimas, en
Peralejo, Mal Tiempo y Ceja del Negro. Junto con Máximo
Gómez, su maestro, cosechó victorias en las invasiones a
Guantánamo (1871) y a Occidente (1895). El pueblo comenzó
a llamarle "el Brazo de la Revolución".
Martí solía decir que su mente era tan poderosa como su brazo.
"Siempre he sido soldado de la libertad nacional que para
Cuba deseo", aseveraba Maceo, para después añadir: "Nada
puede disculpar el sacrificio de lo general humano a lo
particular. Por eso deseo para mi Patria una Constitución que
sea un verdadero resumen de las leyes de la Humanidad".
En Baraguá, encarnó la intransigencia revolucionaria de un
pueblo y devino símbolo de la nacionalidad cubana, cuando
afirmó que en nuestro país nunca podría haber paz
sin
independencia. Apuntó en otra ocasión: "Cuba tiene muchos
hijos que han renunciado a la familia y al bienestar por
conservar el honor y la Patria. Con ella pereceremos antes que
ser dominados nuevamente".
"Los cubanos no tienen más que una bandera, la de la
independencia que cobija a todos los hombres, de cualquier
origen o raza que sean", señaló en otro momento. Nunca dudó
del triunfo de la causa independentista: "Me siento cada vez
más animado y dispuesto a resistir contra la naturaleza y los
hombres que se opongan a nuestros fines políticos. Venceré".
SAN PEDRO, DICIEMBRE 7: 3:00 P.M.
Según el oficial y cronista mambí Rodolfo Bergés,
poco antes
de las 3:00 p.m., en el campamento estaba Maceo
conversando con sus oficiales cuando se oyeron varias
descargas. "Fuego en San Pedro", alguien dijo. El Titán
conminó al corneta a ordenar la carga. Al frente de una
pequeña tropa, avanzó hasta la cerca de piedras que
enmarcaba el potrero Bobadilla.
Dentro de esta finca, una alambrada le impedía a los
mambises cargar contra las posiciones españolas. "Piquen la
cerca", exclamó. Varios jinetes se desmontaron y con sus
machetes comenzaron a cortarla. "Esto va bien", le oyeron
decir. Una bala le penetró por el maxilar derecho, se lo fracturó
en tres pedazos, y le seccionó la carótida. Murió
al instante.
Sus ayudantes trataron de sacar el cadáver del lugar.
Gravemente heridos, agotados todos los recursos, tuvieron que
desistir. Cuando abandonaba el potrero, uno de ellos vio venir
a Panchito Gómez Toro, brazo izquierdo en cabestrillo: "Le
advertí del peligro que corría sin que él, desarmado
y herido,
pudiera remediar nada; contestándome que moriría al lado
del
General".
EL DEBER MANDA
Panchito fue mambí desde su nacimiento (11 de marzo de
1876). Vino al mundo en una cabaña de yaguas y guano, con
piso de tierra, al centro de un desmonte, cuyos senderos
estaban disimulados para confundir al enemigo. Siempre tuvo
un pequeño defecto en el pie derecho. "No hay novedad,
porque el que necesita el guerrero para montarse es el
izquierdo", aseguró Maceo al enterarse.
Cuando se preparaba el reinicio de la Guerra Necesaria, el
joven mambí diría a su padre, Máximo Gómez:
"El deber me
manda ir a tu lado, no es posible que yo me concrete a empujar
la barca que te ha de llevar al sacrificio por la libertad de la
tierra que guarda mi cuna". Solo Martí logró convencerle
de que
los asuntos a él confiados impedían su inmediata partida
a
Cuba.
Al iniciarse 1896, desesperado por no estar luchando en Cuba,
escribiría a su padre: "Me avergüenzo cada día de ver
cómo se
me celebra dondequiera que voy por ser hijo de usted, sin que
en realidad merezca yo tales deferencias. Me siento, papá,
muy pequeño, hasta que yo no haya dado la cara a la pólvora
y
a la muerte no me creeré hombre. El mérito no puede
heredarse, hay que ganarlo".
Por fin pudo lograr su sueño de combatir en la manigua. Bajo
las órdenes del Titán, participó en Ceja del Negro
y en la
defensa del Rubí. Maceo lo seleccionó para el grupo que cruzó
la Trocha de Mariel a Majana. Herido en un brazo en Bejerano,
estaba rebajado de servicio en el campamento de San Pedro
el 7 de diciembre de 1896.
SAN PEDRO, DICIEMBRE 7: 5:30 P.M.
En el campamento mambí reinaban la confusión y el caos. Un
grupo de 19 combatientes, 11 oficiales entre ellos, indagaban
sobre la noticia de la muerte de Maceo, cambiaban
impresiones sobre la posibilidad de rescatar su cuerpo,
calculaban probabilidades en tiempo y distancia para realizar
la acción.
Por sus mentes pasó, al decir del oficial Dionisio Arencibia,
uno de ellos, "la imagen de la deshonra, del deshonor militar,
toda la vergüenza de consentir que el General Maceo caiga en
poder del enemigo, que cual trofeo de triunfo inigualable lo
exhibiría como fiera, deshonrándolo y deshonrándonos
con sus
profanaciones y burlas".
Como movido por un resorte, el coronel Juan Delgado, con una
energía envidiable, dijo: "Es una vergüenza que los españoles
se lleven el cadáver del General Maceo, hay que rescatarlo de
cualquier manera. El que sea cubano, el que sea patriota y
tenga (...), que me siga". Y al conjuro de esa arenga, aquellos
19 hombres, desafiando las balas, sin conocer el terreno donde
iban a operar ni el tamaño de las fuerzas que deberían
enfrentar, en una carga antológica, marcharon machete en alto
como leones al rescate.