General Quintín Bandera: El viejo soldado de la libertad
PEDRO A. GARCIA
Tenía casi 72 años la última vez que marchó
a la manigua. "No es nada, mujer, no me
pasará nada. No temas", dijo a su esposa.
Al pasar por el café de Marte y Belona
ingirió con un amigo una ginebra.
Desconocemos cómo llegó al poblado de
El Cano, donde lo esperaban otros alzados.
Al frente de ellos combatió al ejército
estradista en el Wajay, Arroyo Arenas, El
Garro.
Con la brava electoral de 1906, Tomás Estrada Palma
amenazaba con prorrogarse en el poder. Mientras la directiva
del oposicionista Partido Liberal vacilaba, muchos miembros
de fila tomaron las armas. Y también el General Quintín
Bandera, "el viejo soldado de la libertad", como solía llamarle
cariñosamente otro general mambí, Enrique Loynaz del
Castillo.
Enfermo, desengañado del movimiento insurreccional, solicitó
un salvoconducto al Gobierno. Guiadas por el mismo
mensajero de Quintín, en la madrugada del 23 de agosto de
1906, la soldadesca llegó hasta su refugio. Al comprender que
lo iban a matar, les recordó que era un libertador. Las fuerzas
eran mandadas por el capitán Ignacio Delgado, ascendido por
él en el 95.
Un periodista contó 7 balazos y 4 heridas de machete en el
cadáver del general.
HIJO DE PUEBLO
Según el Libro VII, folio 147, número 483 de la Parroquia
de la
Santísima Trinidad en Santiago de Cuba, nació el 30 de
octubre de 1834 y le llamaron José Quintino Bandera. Quienes
le conocieron, dicen que era de mediana estatura, torso
amplio, atlético, piernas fuertes y firmes, que lo soldaban al
caballo como en una sola pieza, brazos de musculatura
desarrollada, fácil sonrisa.
De Martí es la siguiente descripción: "Quintín, sesentón,
con la
cabeza metida en los hombros, troncudo el cuerpo, la mirada
baja y la palabra poca, nos recibe a la puerta del rancho: arde
de calentura. Se envuelve en su hamaca, el ojo pequeño y
amarillo parece que le viene de hondo y hay que asomarse a él;
a la cabeza de su hamaca hay un tamboril".
De valor extraordinario y una imperturbable serenidad, en
opinión de muchos, prefería definirse como "un hijo del pueblo,
perteneciente a esa clase" de los obreros cubanos, a "quienes
debo gratitud". Y a Manuel Sanguily escribió: "Conoce mi
carácter, que es franco, y siempre he tenido por único y
exclusivo lema luchar por la libertad de nuestra Cuba y observar
la más estricta disciplina sin descender jamás al terreno
del
servilismo".
EL GENERAL DE LAS TRES GUERRAS
Sabemos por sus Memorias (aún parcialmente inéditas) y los
testimonios de quienes le conocieron que apenas asistió a la
escuela. A los once años comenzó a trabajar como aprendiz
de
albañil. Se enroló en un barco como grumete (también
fue
fogonero). Durante una estadía en La Habana, en 1851,
presenció la ejecución de Narciso López y ello dio
pie a la
leyenda de su participación en los alzamientos de ese año.
Regresó a Cuba y anduvo en las faenas agrícolas hasta 1868.
Comenzó de soldado en el Ejército mambí y tras diez
años de
continua carga al machete lo ascendieron a coronel. Estuvo en
Baraguá y en la Guerra Chiquita. Sufrió prisión en
las lejanas
Chafarinas y Mahón. Retornó a la manigua, sexagenario y
entusiasta, en 1895.
Maceo lo escogió como jefe de la infantería del contingente
invasor. Con las estrellas de general, descolló en Trinidad y en
la campaña de Occidente. Pero tenía un carácter difícil
que le
granjeó enemigos. Sometido a Consejo de Guerra por
desacato, le quitaron el mando por dos años. Siguió
combatiendo sin grados con el mismo ímpetu. La Patria, solía
decir, no tiene la culpa de las debilidades de los hombres.
EL GENERAL DESEMPLEADO
Cuando licenciaron al Ejército Libertador, con Quintín se
dio un
caso excepcional, pues al estar degradado no le consideraron
el grado de general y su pensión fue ínfima. Con casi 70
años,
30 de ellos dedicados a la independencia de Cuba, y una
familia que mantener, se vio en la miseria.
Anduvo por toda La Habana en busca de un trabajo. Su
situación se hizo tan precaria que sus amigos organizaron, el
5 de enero de 1905, una función benéfica en el teatro Payret
para ayudarlo económicamente. Un alma caritativa consiguió
del presidente Estrada Palma que lo designara jefe de una
sección de recogedores de basura. Por poco tiempo.
Un buen día, una circular del gobierno lo destituyó y pasó
a ser
un simple basurero. Hizo antesalas en la oficina del Ministro,
escribió al Presidente. No hubo entrevista ni respuesta. Una
firma jabonera se apiadó del viejo mambí y le ofreció
trabajo.
Su efigie recorrió la república en propagandas del jabón
Candado. Tal era su empleo antes de marchar por última vez a
la manigua.
NI TUMBA NI FLORES
Su cadáver estuvo expuesto al público como si fuera un vulgar
delincuente. En un carromato sucio y destartalado lo llevaron al
Cementerio de Colón. La soldadesca se negó a entregar los
restos del viejo soldado de la libertad a Virginia Zuaznábar, su
viuda. Según le comunicaron a ella "el señor presidente ha
ordenado que no se le pongan flores y se le entierre en una
fosa común".
Un cura bueno rescató sus restos y los depositó en la tumba
que supuestamente reservaba para sí. "Aquí yace Felipe
Augusto Caballero, fallecido el 23 de agosto de 1906", decía la
inscripción apócrifa. Diez años después, en
la misma
necrópolis, se construyó un panteón digno del General
mambí.
Por una malvada ironía de la república neocolonial, la batería
de artilleros que le rindió homenaje durante su exhumación
estaba capitaneada por Ignacio Delgado, su asesino.